Quisiera comentar algo sobre un reciente artículo de Alexander Kórdan Acosta, titulado “Fuerzas invisibles del mercado desequilibran balanza de pagos, devalúan la moneda, deprecia el bolívar y suben el costo de la vida” (http://www.aporrea.org/actualidad/a232775.html). El artículo, a su vez, se refiere al escrito de Cécil Gerardo Pérez: “¿Y dónde está el socialismo?” Aporrea, 19/08/2016 https://www.aporrea.org/ideologia/a232682.html
Se comenta en torno a la afirmación de que las fuerzas del mercado (modelo capitalista), empujan hacia el desmontaje de "los controles de gobierno", palanca decisiva del socialismo que el Estado no ha podido vencer.
Se dice que no es desmontando los controles del gobierno y aplicando recetas neoliberales, sino fortaleciendo los controles gubernamentales, que se puede revertir el proceso de déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos que tenemos hoy en Venezuela. Se atribuye a los “sujetos económicos” y a la “mano invisible del mercado” el hecho de que a pesar de los grandes ingresos petroleros, cuando esta inmensa riqueza es inyectada a la economía, una gran parte de ella termina fugándose del país sin beneficiar a los venezolanos.
Y luego, se hace referencia a la “corrupción que carcome los cimientos de la Patria”, y a “la burocracia que obstaculiza los procesos administrativos de gobierno". A esto responde Acosta que “el socialismo y el Estado existen para controlar esas fuerzas que carcomen los cimientos de la Patria”, que “deben dominar esas fuerzas componentes e integrantes de la balanza de pagos, defender el poder adquisitivo del salario, frenar la especulación que desestabiliza a los ciudadanos”.
La pregunta, entonces es: ¿por qué no lo hacen? O... ¿por qué no pueden hacerlo? Esto nos lleva a otras preguntas que nos permiten encontrar los principales elementos para dar con la clave del problema: ¿quién controla el Estado? Y... ¿qué tipo de Estado? Es central responder a la cuestión del carácter de la dirección política con que contamos para ejercer ese “control”.
En primer lugar; seguimos en un Estado burgués. En él impera la lógica del capital, transmitida por el dominio del capitalismo mundial sobre nuestra economía, junto con su acción hegemonizante en el plano cultural, que condiciona considerablemente nuestra vida social. En segundo lugar: se ha detenido y está en proceso de franca reversión lo que una vez fue la incipiente transferencia de parcelas del poder al pueblo. Los encargados de aplicar el control, aunque una parte de ellos puedan ser originarios de las clases populares y hayan sido colocados en puestos de poder por la revolución, se han burocratizado hace tiempo, se han corrompido y han venido practicando una acelerada acumulación de capital.
Esto ha hecho que sus intereses se fundan de manera contradictoria con los de la clase capitalista, lo que provoca, dialécticamente, que el supuesto "control" se ponga al servicio de intereses parciales de casta y de los negocios de turno con otras facciones del capital. Son parte de la fuga de capitales, son coautores del desfalco con sectores de la burguesía a los que se asimilian, aun cuando al mismo tiempo puedan competir con ellos.
De ahí que en vez de ejercer control desde el punto de vista del interés común del pueblo o de la transición al socialismo, terminen por coadyuvar al descontrol de todas las “fuerzas del mercado”, donde juegan como un factor más del caos, en el marco de una economía que tiene incrustados escenarios mafiosos.
Si el poder popular, si la clase que vive del trabajo, carece de fortaleza política, organizativa, consciente, experiencial y movilizadora, porque no se han forjado suficientemente en la lucha, y porque han sido malformados en la distorsión del clientelismo y de la cooptación estatal, al servicio de la burocracia; ésta actúa sin freno alguno, sin ningún contrapeso, y no es capaz tampoco de enfrentar los embates del capital, porque sus intereses se solapan, en creciente medida, por la lógica de los negocios en el marco de la economía mafiosa, la fuga de capitales, la especulación con los bonos, las comisiones por contratos con transnacionales y las operaciones con el capital financiero. ¡Ah! Y ahora, las asociadas a la nueva fiebre del rentismo minero.
En esta trama de negocios paralelos que han venido sustituyendo a los mecanismos formales de la economía, se encuentran también las distorsiones creadas por el contrabando de extracción, el fraude importador, la sobrefacturación de importaciones, las redes del bachaqueo y otras dinámicas del “mercado” en las que concurren sectores capitalistas, funcionarios y militares, convirtiendo esta nueva maraña económica en todo un sistema de funcionamiento que incorpora en su flujo a una amplia base social. La depauperación brutal de la capacidad adquisitiva del salario es uno de los factores que impulsa a una parte de la sociedad a migrar hacia la economía del “descontrol”, hacia los mercados paralelos, lo que tiene su parangón en el plano social y político con la pérdida creciente de gobernabilidad y de autoridad moral.
De tal manera que, terminamos teniendo dos burguesías: una clásica que aspira a retomar el Estado y otra emergente, pero que ya está a punto de perderlo, porque sus políticas han sido incapaces de sostener el bienestar del pueblo logrado en la revolución (peor aún; lo viene desmontando) y ya la dirigencia no goza de su confianza.
El control del Estado no es, entonces, desde una dirección política realmente conectada con los intereses del pueblo, porque ésta se ha asimilado al capital. Y por la misma razón, se encuentra absolutamente incapacitada para ejercer cualquier control desde el Estado para una supuesta transición al socialismo, porque el Estado se ha convertido en su instrumento para la acumulación capitalista en provecho propio, y por lo tanto, sólo está interesada en preservar ese Estado (¡burgués!) para perpetuarse y lucrarse en el poder.
Por consiguiente, no puede haber otra alternativa que una revolución dentro de la revolución, que reconfigure a esa dirección política que una vez surgió desde sectores del pueblo pero que se desclasó y pasó a ser otra expresión, otro sector del capital. Y esta otra revolución debe ser antiburocrática y profundamente democrática, reculturizadora, para poder generar la capacidad autogestionaria y contralora del pueblo trabajador y del sujeto revolucionario sobre su nueva dirección política. Sólo así podríamos intentarlo de nuevo y aspirar a no repetir el mismo ciclo.