Como dicen por allá en Santa Bárbara de Uchire, Anzoátegui, que las serpientes van dejando las mudas de su piel regadas por los caminos intrincados de la maleza teórica; de allí hay que tener cuidado por donde se pisa y mirar muy bien el terreno por donde andamos, no vaya a hacer que por estar pensando –falsamente- que ya todo pasó y que ahora somos inmunes a los peligros culebreros de la política, caminemos directo a las fauces de una de esas víboras que acechan de manera traicionera. Digo esto porque a raíz del triunfo de Donald Trump en las elecciones de Segundo grado realizada el martes pasado, han surgido muchas expectativas –negativas y positivas- que en apariencia todavía no terminan de vislumbrase de manera precisa. Eso es incertidumbre pura.
No obstante, hay que abrir los ojos de la razón y ver muy bien lo que ocurre por los caminos y horizontes de la política internacional. Más que cautela, nosotros como pueblo y también nuestro gobierno, debemos mirar con firmeza para no cerrar los ojos y descuidar las fuerzas de la conspiración de tantas dimensiones que nos acechan y vienen de diferentes flancos. Desde nuestros orígenes como nación y como pueblo soberano, hemos sido víctimas de la perversa política exterior de los Estado Unidos, que se han aprovechado de los recursos y riquezas de nuestra patria. Para tenerlo siempre presente, Estados Unidos desbarató el Proyecto de la Gran Colombia, ideado por el Libertado Simón Bolívar, para luego crear republiquitas en Centro América y el resto de América Latina.
En el caso de Venezuela, el imperio norteamericano siempre ha tenido metida sus narices en todos los rincones de esta sociedad, particularmente en la política y las estructuras de poder, espacios que le permiten sacar sus mejores tajadas de dominio y control. Desde José Antonio Páez y pasando por todos los presidentes del Siglo XIX, los EE.UU ejercieron ciertas influencias en las decisiones que se tomaban. Con Juan Vicente Gómez ampliaron su campo de acción y desde el dominio político saltaron al control de los recursos energéticos, principalmente el petróleo y el gas. Este dominio de uso, control, explotación y dominio se acentuó durante los gobiernos de la Cuarta Republica (cuando gobernaron los adecos y copeyanos), donde no solamente saquearon el petróleo y otras riquezas, sino que esas fuerzas políticas socialdemócratas y socialcristianas, comprometieron nuestra soberanía dejando este país en ruinas de tejas caídas. Ahora en pasticho ideológico esas fuerzas políticas quieren volver.
Conocer es recordar. Entonces nada de ilusiones con Trump, porque el imperio es el imperio. Pensar otra cosa en cuanto a mejoría en las relaciones EE.UU-Venezuela, será inconsistencia, incoherencia y vulgar contradicción de nuestro pensamiento anti-imperialista. Debemos atender a la voz de la vida y el palpitar de nuestro corazón, porque más que cualquier otra cosa, la tarea más inmediata que tiene la revolución es responder a las exigencias de este tiempo, de este momento, el cual no puede esperar hasta pasado mañana ni mucho menos hacernos ilusiones con Trump. Y si algo debemos exigirle al nuevo gobierno de los Estado Unidos es respeto a nuestra soberanía. Por supuesto, sin olvidar que todas las incertidumbres de nuestra América Latina y del mundo son made in USA. Miremos el mundo como anda vuelto leña y de tizones prendidos.