La República Bolivariana de Venezuela no sólo es un objetivo energético estratégico para los Estado Unidos de Norteamérica sino una apetecida base geoestratégica para entrarle a la Amazonía y devorarla. Como se sabe, la Amazonía abarca un área de aproximadamente seis millones de kilómetros cuadrados entre las siguientes naciones: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Guyana Francesa, Surinam y Guyana.
Una hermosa herradura contentiva no sólo de agua dulce y minerales preciados como el oro, diamante, coltán y bauxita, entre otros, sino una reserva forestal impresionante, que está siendo devorada por las trasnacionales yanquis Archer Daniels Midland, Bunge y Cargill, que desforestan impunemente de tres a cinco kilómetros de selva por hora con potentes máquinas orugas TWO D-7 (visibles en la carretera BR163 de Brasil), para la siembra de soya transgénica, que luego utilizan como pienso para la cría de ganado y producción de carne barata para la mayor empresa mundial vendedora de comida chatarra del planeta: McDonald´s,.
Esto afecta directamente a más de ciento ochenta comunidades indígenas originarias de esa majestuosa reserva ecológica, cuya población se estima cercana a doscientos cincuenta mil individuos, desplazados y sometidos a costumbres y condiciones de vida miserables, además de aprovecharse allí de la mano de obra barata de nueve mil esclavos, en pleno siglo veintiuno. Por otra parte, la quema de toda esa biomasa desforestada, así como las enormes instalaciones industriales ubicadas en Santarém, por ejemplo, para procesar la soya, genera uno de los más altos niveles de emisión de gases de efecto invernadero del mundo.
El departamento del Mato Grosso es ya una patio trasero de los gringos para esta despreciable práctica de mutilación amazónica, con la complicidad de gobernantes y empresario como el Grupo André Maggi y el criminal ambiental José Donizetti Pires de Oliveira, acusados de destruir quinientos millones de hectáreas por medio de financiamientos trasnacionales provenientes del Banco Mundial, del HSBC y del Rabobank holandés, como lo revela un incuestionable informe de Greenpeace emitido en 2006.
Colombia constituye una primera plataforma para esa imperial expropiación. Esto ha sido abordado por diversos analistas. Una vez que se controle el poder de fuego de las guerrillas colombianas, los yanquis tendrán el camino despejado. En ese sentido, el negocio de siembra de coca y producción de drogas en Colombia no representa algo que le quite el sueño a los Estados Unidos.
Eso forma parte de su juego imperial. Sin embargo, Venezuela sí representa un obstáculo geopolítico. Las inmensas reservas petroleras, de oro, de aluminio, de coltán y de hierro, entre otros minerales, y su acceso directo al Caribe y al Atlántico ocupan muchas neuronas cerebrales de los cocos del Pentágono. Sin embargo, aquí no hay el pretexto de implantar un Plan Venezuela que emule al Plan Colombia, de modo que el accionar tiene que ser directamente político y militar.
Y Donald Trump es el hombre escogido por la CIA y la NSA para ejecutarlo, pues Hilary Clinton no parecía tener los cojones bien puestos para esa empresa. Tampoco Brasil requiere de un Plan Brasil pues los bancos y los negociadores locales hacen lo propio bajo el estigma de acuerdos comerciales para la agricultura, que es la manera más expedita de invadir e imponer los cánones de dominación y expolio, como ocurre con la soja o la soya brasileña, ampliamente comercializada en Europa para los fines descritos. La incipiente administración Trump no ha incurrido en el error de amenazar a Venezuela mediante emisarios. Han movido sus piezas de presión en el Comando Sur y han hecho notar que buscan un consenso para actuar a la brevedad posible contra el país.
Por ahora se han limitado a consultas con presidentes suramericanos y centroamericanos, altos diplomáticos y organizaciones hemisféricas, amasando la idea de una acción contundente, cuyo fin no sería la “transición democrática” en Venezuela, pues el país no necesita actualmente ninguna transición democrática, sino la entrega del poder a la derecha mediante el derrocamiento del Presidente Nicolás Maduro (con la invasión de los marines, tal vez, aunque represente un recurso extremo), un embargo al estilo Cuba, un aislamiento comercial, un magnicidio o algo similar. Pero en Venezuela existe un estado de derecho y unas instituciones de comprobada vocación democrática bajo un gobierno abiertamente de izquierda y de vocación antiimperialista. Esa es la realidad y no estamos solos en esa realidad. El gobierno de EE. UU lo sabe perfectamente.
La oposición entreguista y abiertamente pro yanqui debe entender que las elecciones presidenciales son en diciembre de 2018 y que tienen que ajustarse al patrón electoral vigente, conformar sus partidos políticos con las garantías que exige la ley, y que deben fomentar una candidatura de peso, con valor moral y ético ejemplar, capaz de conmover a las masas, y promover un proyecto económico y social complementario o superior al que ha ejecutado la revolución chavista desde 1999, en su aspecto esencial de la inclusión social. Ahí está el meollo de la cuestión. Eso es lo difícil. Ese es la piedra de tranca.
El gobierno socialista aunque tenga fallas, corruptos, improvisaciones, defectos, centralismos y cogollos, entre otros aditamentos, marca un evidente contraste con respecto a las tres últimas gestiones de gobierno de derecha anteriores a 1999. Y la oposición no parece entender eso. Su pregón político es cambiar a Maduro porque sí, como niños malcriados, atacando a mansalva a las instituciones que propician la gobernabilidad en el país, pretendiendo desconocerlas, promoviendo su descrédito. Desde esa óptica todo funcionario es un narco y un ladrón, y es la idea que le están vendiendo al señor Donald Trump, buscando incentivar en su manifiesta arrogancia y guapetonería, un golpe de porrazo contra Venezuela.
La señora Tintori o Tintorería (trata de limpiar en tierra ajena lo que su marido ensució en tierra propia) representa una manifestación vergonzosa de adulancia mediática trasnacional para promover la inocencia y el perdón de un político irresponsable que instigó a delinquir y a matar a sus acólitos para propiciar una ruptura del hilo constitucional en el país. La idea loca de que el señor Leopoldo López se entregase a la justicia para presionar un indulto presidencial al estilo Caldera-Chávez, para luego convertirlo en figura presidenciable, les salió como tiro por la culata.
Se aceptó su entrega a la justicia y se le procesó. Convertirlo en mártir mediático no sólo acentúa su fracaso electoral sino que hunde a toda la derecha oposicionista, al privarse de la estrategia sensata de promover un auténtico líder democrático (lejos de toda locura y aberración de pretender el poder por la fuerza) capaz de vencer electoralmente al chavismo.
Lo otro, ese 80% de votos que en sus encuestas les darían el 90% de las alcaldías y gobernaciones del país, es un cuento de hadas. Por muy maltrecha que esté la revolución, no está para hacer de tripas corazón, ni la oposición debería a apostar a contar los pollitos antes de nacer. Ni siquiera con el manido cuento de que el país vive una dictadura.
Venezuela no tiene legislativa ni gubernamentalmente ese cacareado ·”régimen de dictadura”, como lo pregonan los venezolanos arrastrados que van a Miami a pedir limosnas y a hacer largas colas para una cajita de comida regalada, ante el desprecio de todos los mayameros residentes y de otros latinos que los ven como patitos feos.
Algo similar ocurre en Panamá, donde los critican por ruidosos y estrafalarios o en Chile, donde igualmente los critican por invadir las calles para vender porquerías, ingresando al país sureño un promedio de noventa venezolanos por día para ir a hacer de buhoneros en el “exilio”, pues son hijos de papá y mamá que no se atreven a trabajar en Venezuela por vergüenza y orgullo.
Estos no son los hijos de la patria, pues si se sintieran tales trabajarían en su patria para levantarla, como los hicieron los japoneses, alemanes, ingleses, franceses, italianos, españoles, etcétera después de la Segunda Guerra Mundial. Nadie construye desde la ausencia. Sólo cultivarán frustraciones y resentimientos, menguando sus propias capacidades de crecer.
El financiamiento permanente y descarado a la derecha oposicionista venezolana por parte de Gringolandia es lo que los mantiene envalentonados, pero Trump puede cansarse muy pronto de ese gasto improductivo, por cuanto la oposición ni tumba al gobierno ni avanza en sus pretensiones de ganarse el poder por medios civiles.
Siguen apostando a cautivar a unos militares adecos, en su mayoría retirados, con cómplices de bajo rango y sin control estratégico operacional, para generar si no un golpe de estado, una revuelta dentro de las Fuerzas Armadas que les sirva de pretexto para salir a incendiar las calles. De hecho, la oposición tiene mercenarios, sicarios, paramilitares y gente armada para proceder en una determinada circunstancia de fuerza. El gobierno ha desmantelado varios grupos de estos en el eje Barinas, Portuguesa, Carabobo, Aragua. Eso no es cuento.
La iglesia católica en Venezuela ha sido tradicionalmente de derecha. Sus máximos jerarcas solían echarse copas con los presidentes de la llamada Cuarta República y eso no es un secreto. También les entregaban gruesas sumas de dinero. Tampoco es un secreto. Sin embargo, Chávez los confrontó y los desenmascaró públicamente, y eso tuvo su costo político.
Eso no es secreto alguno. De algún modo la iglesia católica perdió algunos privilegios y ahora se aprovechan las misas y eventos litúrgicos para domeñar al gobierno y anteponer el cognomento de “dictadura” al actual estado democrático. Pero la iglesia sabe que si en Venezuela existiera una dictadura muchos de los jerarcas de la iglesia estarían en Ramo Verde por corruptos, bandidos y vagabundos. Ni siquiera ellos pueden tirar hoy la primera piedra. En ninguna de las entrega de hogares dignos de la Misión Vivienda aparece un sacerdote para bendecirlo en nombre de la familia venezolana porque son abiertamente oposicionistas. En general, ninguna obra gubernamental de impacto social tiene interés para la iglesia católica venezolana.
De hecho, su función en las sesiones de diálogo para el entendimiento nacional son a más patética como irresponsables. Por eso la iglesia católica está lejos de permanecer en el corazón de los venezolanos, y si todavía nuestro pueblo asiste a misas lo hace por sus penas ante sus difuntos, y un mínimo de respeto por las tradiciones litúrgicas, no por quienes dirigen la iglesia católica. De modo que no sigan comportándose como una trinchera política de derecha porque van arder en las propias pailas del infierno.
Gane quien gane la Presidencia de la República en 2018, y asuma en 2019, se debe direccionar el plan de gobierno hacia una vocación definitiva de desarrollo humano emprendedor y responsable, así como hacia una producción nacional sostenible, en armonía con el medio ambiente y el uso racional de los recursos energético, mediante una administración pública eficiente, efectiva, transparente y honesta. Esa es la clave. Ni invasiones ni golpes de estado, ni saboteos ni guerras mediáticas, ni verborreas ni corruptelas, ni trampas ni gritos permiten subsanar el hambre y las carencias que nos flagelan por culpa de unos o de otros. Hay que auto reconocerse con sinceridad y asumir nuestros roles en función de la recuperación y el desarrollo del país.
Quienes apuestan por la llegada del mesías Donald Trump para entregarles su pedazo de la torta nacional, mientras Gringolandia se queda con la mejor parte, tal como ocurre en la Amazonía, que no coman cuentos. Esa no es la vía ni lo será. Olvídense de caprichos. Quienes siguen mandando como si aquí no pasara nada, camaradas, pelen los ojos y rectifiquen donde haya que rectificar porque el tiempo se agota. O corren o se los come el tigre. Mucho quita y pon ministerial y el juego sigue trancado. O el país avanza o nos quedamos sentados de nalgas.
Es el momento de dar un impulso y emprender acciones contundentes para el beneficio del país, atacando en primera instancia la corrupción administrativa que contamina todo el accionar del Estado, y en segundo término, fomentar la producción nacional de manera particular, organizada, social, industrial, pública y privada, sin tantos jaleos, sin tantas diatribas, sin tantas escaramuzas. En armonía y en paz, a pesar de las discrepancias.