El ser humano ha estado destinado y confinado por los siglos de los siglos por un extraño designio, que la paz verdadera es la de los sepulcros, es la vida después de la vida, todas las creencias religiosas apuntan hacia el destino divino del cielo luego de la vida terrenal, circunstancia probable con los actos de fe y amor por el Dios de los cielos.
Ha luchado verdaderamente el ser humano por la paz en la tierra, por supuesto, hay evidencias ciertas, se ha condicionado la paz a la aceptación de la miseria material o espiritual, creemos que inexorablemente factores externos al espíritu humano han validado que el alcanzar la gracia de Dios, solo se logra en la medida que seamos miserables y despojados de todo interés material, es esto aceptado sin condiciones o es necesario que así sea para lograr tales fines, entonces donde situamos aquello de la paz interna de cada uno de nosotros, la paz en si mismos, dentro de nosotros para poder entender la paz externa, la paz entre los seres vivos racionales. Creemos que la paz debe definitivamente separarse de lo material y de lo espiritual y aceptarla como un bien de todos, de ricos y pobres, de católicos y musulmanes, de protestantes y evangélicos, de agnósticos y espiritualistas, de creyentes y no creyentes, es la paz de la raza humana.
Es la utopía hecha lección o es la lección que no hemos aprendido y lo más resaltante que no hemos hecho lo posible para enseñarla debidamente, he allí el paradigma a descubrir, he allí la verdadera preocupación que nos debe ocupar en los albores de un nuevo siglo, las guerras por lo general tienen excusas en lo económico, en lo territorial, en lo étnico y en lo religioso, aparentemente estas han sido las causas, lo cual quiere decir que estamos ante el mayor circulo vicioso creado por el propio ser humano y del cual ha sido imposible escapar y que en las actuales circunstancias bajo motivaciones de poder omnímodo parecen reproducir los esquemas de siempre, el dominio como esencia del control y disposición de los demás a aceptar mis designios como un dios terrenal ¡Hasta cuándo la barbarie!, porque de eso se trata de la imposición de la paz a cuenta de las guerras.
La paz que conocemos no es la de los sepulcros, es la paz de la guerra, es la guerra hecha rutina y es la rutina de los seres humanos por luchar contra la paz, sí, aquella paz interna que tanto imploramos por todos lados y que a veces alcanzamos para alimentar el egoísmo, el individualismo y el neutralismo ante la conflagración. La conformidad atenta contra la paz, y nos preguntamos para que sirve la paz si siempre la alcanzan los que quieren la guerra, la paz se decreta bajo parámetros de la guerra, de la confrontación bélica, del exterminio, del asesinato en masa, de la abundancia económica, del dominio imperial.
La Paz debe ser la búsqueda de la paz, de la exaltación del espíritu y el alma, no de aquella alma volátil y débil que nos prepara para la guerra, debemos fortalecer el mensaje para los desasistidos, los excluidos, los miserables, por los que en nombre de ellos se han hecho guerras, la paz verdadera es la justicia hecha hombre, solo así se alcanzará la paz terrenal, no queremos la paz en nombre de la libertad, queremos la paz en nombre de la justicia, la justicia divina y la terrenal, de lo espiritual sobre lo material, del gasto social sobre el gasto para la guerra.
No queremos la paz de las transnacionales de la guerra, de los políticos mentirosos, de los empresarios avaros y explotadores, de los medios de comunicación chantajistas y manipuladores, de los funcionarios medrosos, de los dirigentes sin dirigidos, en fin queremos la paz verdadera, la de la justicia y orden, de la moral y la ética, de una iglesia cualesquiera que esta sea, comprometida con sus postulados y legados, si esta no es la paz que se busca entonces nunca habrá paz.
Abogamos porque los hijos de Dios, le ofrezcan a la humanidad toda la fuerza para erradicar los motivos de la guerra y el exterminio, que el medio ambiente sea la primera causa, que las aguas, ríos y mares, montañas, fauna y flora estén en armonía con el ser que Dios creó a su semejanza. Quien aboga por la paz en nombre de la libertad para hacer la guerra, sencillamente las ruedas de la historia en este siglo XXI los retendrá en su propio polvo, en cenizas se convertirán porque ya la humanidad no aguanta más.