Felicitar a alguien por obligación no es nada agradable. O dar un pésame con la acotación “pero te digo, el difunto no me caía nada bien”. Lo mismo se puede afirmar de esos “feliz cumpleaños” corporativos entre gente que ni se habla. Algo parecido le ha ocurrido a cierta gente de la oposición ante el agravio de que fue objeto el canciller Nicolás Maduro en Estados Unidos. Estas criaturas se “solidarizan” de mala gana, con el agravante de que nadie las está obligando ni se lo está pidiendo.
El politólogo Carrasquero, trastrocado en político precozmente derrotado, se volvió un rollo al intentar “condenar” el atropello al ministro pero agregando que también rechaza el agravio a una periodista por aquí o a fulano por allá de parte del chavismo y por ahí se lanzó. Otros recordaban que eso no le ha ocurrido sólo a Maduro, trataban de dorarle la píldora al Departamento de Estado o de barnizar su solidaridad.
Muchos seguían echando la culpa a Nicolás cuando el mismo gobierno de Estado Unidos ofrecía sus excusas al canciller venezolano. Otro tanto hacía el embajador Brownfield –daba sus disculpas- cuando algunos venezolanos defendían la actuación de los agentes de Nueva York . Esta gente pretendía aparecer como más bushistas que el mismo Bush, sin caer en cuenta del ridículo continental en que caían.
La oposición es un espectro que va desde la ultraderecha hasta gente que militó en la ultraizquierda. El discurso de Chávez en la ONU provocó entre ellos distintas reacciones y sentimientos. Unos lo rechazaron de plano, otros sintieron ganas de excusarse con Bush, pero en el fondo, todos sintieron una ahogada admiración hacia Hugo Chávez.
Este último sentimiento –el de contenida admiración- no es de ninguna manera una aberración. Por el contrario, es evidencia de que parte de esa oposición está recuperando la normalidad y sindéresis y reconoce en su justa dimensión a su adversario (o enemigo, si lo prefieren). Después de las derrotas consecutivas del golpe del 11-A, el sabotaje petrolero, la guarimba y el referéndum, un cura escuálido –de Viana- declaró que en Hugo Chávez habían encontrado un adversario formidable. Con este reconocimiento empezaba a poner los pies en la realidad terrena.
Oponerse por oponerse condena a ser eternamente oposición. Colocarse del lado de Estados Unidos o de cualquier potencia cuando un venezolano es agraviado fuera del país, evidencia una disociación casi irreversible. Solidarizarse a medias, en forma condicional o colocando “peros”, es situarse al borde del ridículo, como si se ejerciera la hipocresía con un dejo de vergüenza.
La retención del canciller Maduro en el aeropuerto de Nueva York es expresión de la soberbia de la potencia que pretende la hegemonía planetaria. La posición de Venezuela en el escenario internacional resulta inaceptable para el país que se cree dueño del mundo por destino manifiesto. Todo lo que está más allá de las fronteras de Estados Unidos es considerado colonia y como tal deben comportarse los países. Si uno de ellos se sale del redil, debe ser reprendido. Cuando esto ocurre, no faltan los nacionales del país agraviado que aplauden al agresor. Con el caso de Nicolás Maduro, acabamos de ver que en Venezuela hay muchos que anhelan ser más bushistas Bush. Con ese fin hacen esfuerzos sobrehumanos que los dejan física y moralmente agotados. En correspondencia, obtienen el desprecio del imperio.