Como los malos (y flojos) abogados que tienen un formato para todos los casos (sólo cambian el nombre del cliente), la Sociedad Interamericana de Prensa posee un modelo de pronunciamiento contra Venezuela que, año tras año, presenta y aprueba en su asamblea general. Se trata de un acto sin sorpresa que la patronal continental de los medios impresos ha convertido en un ritual. No es necesario incluir el punto en la agenda porque todos los socios ya saben que aparecerá en cualquier momento del encuentro.
La SIP nació barrigona y la única faja que le pusieron de chiquita fue la de los dólares que le aportó Fulgencio Batista. Su primera reunión fue en La Habana, precisamente bajo los auspicios de la dictadura batistera. Su embrión fue la Asociación Norteamericana de Dueños de Diarios, organización gringa que quiso extender su influencia a toda la América, como en efecto lo hizo. Desde entonces, la SIP ha sido apéndice y vocero (muñeco de ventrílocuo) del Departamento de Estado de Estados Unidos.
Cuando la América del Sur estuvo sembrada de espadas, bajo la bota militar del fascismo, allá por los años 70, la SIP mantuvo un oprobioso silencio y algunos de sus socios trabajaron directamente con las dictaduras. Ese silencio cómplice ante el crimen está históricamente registrado, como la condena puntual contra los movimientos progresistas en Latinoamérica.
Desde 1998, con el triunfo electoral de Hugo Rafael Chávez Frías, la sociedad hizo de las condenas a Venezuela su ritual. Todos los años es lo mismo, cuando no hay un país en toda América donde se respete más la libertad de expresión. Esa libertad, en Venezuela, llega al libertinaje, sin que nadie sea sancionado por las ofensas dirigidas contra el mismo presidente de la República.
Los medios y los opinadores de oficio dicen cuanto les venga en gana, sin que nada les pase y nadie se lo impida.
Hay otra historia de periodistas presos, escritores encarcelados, películas censuradas, obras prohibidas, libros recogidos, comunicadores despedidos, programas televisivos suspendidos, emisoras cerradas, imprentas incendiadas
y medios, todos, bajo la mirada de un censor colocado por el gobierno de turno. Historia reciente, de los últimos 40 años, perfectamente documentada en las bibliotecas y hemerotecas para quien quiera asomarse a la verdad.
Frente a estos hechos, la inefable SIP siempre miró hacia otro lado. Hoy, su oficio es condenar a Venezuela. Este rito estuvo a punto de romperse en 2002, cuando la sociedad creyó que la dictadura de Pedro Carmona se mantendría en el tiempo. Pero Carmona cayó demasiado rápido y el formado de condena contra Venezuela volvió al escritorio. Lo único que cambia allí es la fecha. Todo lo demás es caliche, refrito y ritornelo.
Ignoro si volverán, pero los días duros de la disociación mediática pasaron con el referéndum de 2004. La mayoría de los medios retorno al medio, es decir, al equilibrio informativo y a la equidistancia de los extremos. Otros siguen en su extravío y la SIP, como organización, obedece a su instinto derechista. No parece tener remedio y, además, eso ya poco importa a los pueblos de la América mestiza que cantara Darío.
P.S: Por falta de ignorancia, como diría Cantinflas, no logro entender que quiso decir el candidato Manuel Rosales con eso de: “yo no prometo promesas incumplidas”. Que alguien explique este hallazgo rosalino..