El día del Aid-al-Adha, el día en que Alá perdonó la vida a Ismail, el día en que los dictadores musulmanes indultan a los condenados, los estadounidenses ejecutaron a Sadam Huseín; el día en que Dios sustituyó la víctima humana por un cordero, liberando así a los hombres del círculo interminable del sacrificio, EEUU restableció la maldición sacrificial.
A las seis de la madrugada Sadam Huseín subió al cadalso, firme y sereno, según todas las noticias; rechazó la capucha de reo y tranquilizó al verdugo; su dignidad no demuestra ni su superior moralidad ni la justicia de su gobierno, pero rebaja a los ejecutores un peldaño por debajo de su propia abyección.
Todo el que se entristezca por su muerte sin ser pariente suyo está loco; todo el que se alegre sin haber sufrido daño de su mano es un criminal. Todo el que no se escandalice está legitimando, y reclamando de nuevo, las decapitaciones en directo de los salafitas, el atentado de las Torres Gemelas, el dolor de los proletarios e inmigrantes de Madrid, el horror del metro de Londres, la sangre de los turistas de Bali y los siniestros abusos de todas las dictaduras, incluyendo a aquellos por los que se condenó al propio Sadam Huseín.
El expresidente iraquí no tuvo un juicio justo y murió, por tanto, tan inocente como el día en que nació; su ejecución le exculpa de hecho de todos sus crímenes, porque castiga su imperdonable error de no haberlos cometido, a partir de 1990, a favor de su verdugo.
Un tribunal de excepción establecido por un ejército ocupante, sin las más mínimas garantías procesales y animado exclusivamente por un principio retributivo y ejemplarizante, es tan legítimo y justo como el que formasen diez mafiosos para acuchillar al miembro de una familia rival o cien esbirros del Ku-Klux-Klan para linchar a un delincuente negro. Sin un juicio justo, no se ha probado que Sadam Huseín fuera culpable y, una vez muerto, ya nunca se podrá probar. El día del Cordero su inocencia resplandece como la de Ismail en el ara del sacrificio y quizás la firmeza y dignidad del reo, con el Corán bajo el brazo, se alimentase justamente de este recuerdo y de esta identificació n, que otros muchos, en todo el mundo árabe y musulmán, establecerán espontáneamente.
Sadam Huseín era inocente y su inocencia, inalcanzable ya para sus verdaderas víctimas, atizará el fuego de nuevos sacrificios, nuevas venganzas, nuevas matanzas, nuevas degradaciones de la humanidad. Estados Unidos no ha matado al criminal sino al testigo y, al hacerlo precipitadamente y con el más absoluto desprecio por el Derecho, ha absuelto al condenado y ha justificado a todos los terroristas del planeta; matando injustamente al injusto ha legalizado la injusticia. Si Sadam Huseín no existe, todo está permitido.
La ejecución de Sadam Huseín, lo sabemos, no es ni mucho menos lo peor que ha hecho EEUU en Iraq, pero revela en un fogonazo la monstruosidad de la ocupación. Ha perjudicado a las víctimas del expresidente, que ya no podrán juzgarlo de verdad; ha denigrado un poco más, a escala mundial, los conceptos de democracia y de derecho y nos ha restado aún más autoridad para condenar moralmente, en nombre de nuestros valores superiores, los atentados en los que mueran nuestros hijos.
Los neocón de Libertad Digital celebrarán el sacrificio del malvado y aprovecharán para reclamar la pena de muerte contra nuestros “terroristas” en España y quizás las ilustres plumas de El País –Juan José Millás o Maruja Torres- encuentren alguna fórmula ingeniosa y divertida para que nos riamos al mismo tiempo de la dignidad barbuda de Sadam Huseín y del relincho de satisfacción de George Bush, demostrando así, con olímpico desapego literario, que están contra todos los lobos, a condición de que gane siempre el que tiene más dientes. Los que creemos, en cambio, que no es el momento de ponerse a inventar más sierras ni de reírse por igual de fuerzas desiguales y desigualmente injustas, llamamos a apoyar una vez más la democracia, el derecho y el Estado en Iraq, representados por la legítima resistencia, civil y armada, contra el invasor y sus fuerzas colaboracionistas.
La única manera de que no haya más inocentes como Sadam Huseín es que se establezca de una vez por todas un criterio justo de culpabilidad; la única manera de romper con la lógica del sacrificio es imponer la lógica de la soberanía nacional y la democracia, brutalmente suprimidas –con cientos de miles de muertos realmente inocentes- por los sucesores extranjeros de Sadam Huseín. Los que se han alegrado hoy de la ejecución del expresidente iraquí le han devuelto a él la inocencia que no merece y han descontado una cifra más en la carrera cuesta abajo de la humanidad. Las víctimas de esta alegría suman 250 veces la población de Iraq.
*El filósofo y escritor español Santiago Alba Rico es miembro del colectivo de Rebelión.
Esta nota ha sido leída aproximadamente 2623 veces.