Las malditas guerras

Quizás para algunos el título de este artículo lucirá algo inadecuado, hasta prosaico por utilizar palabras poco convencionales en el lenguaje literario. Sin embargo, traté de buscar otro término para calificar al más estúpido, al peor invento de los seres humanos, como es la guerra y no lo encontré. Juzgué que este era el más apropiado.

Es sorprendente que se intente utilizar vocablos para engrandecer las acciones de hombres y mujeres. Para esto se utiliza la poesía, el teatro y la literatura que refieren de la bondad, de la sinceridad, la amabilidad, la templanza, la delicadeza, el desprendimiento, la honradez, la rectitud, la probidad, la tolerancia, la honestidad, la paciencia, la generosidad, la mansedumbre, la justicia, la humildad, entre tantos términos que pareciera que solo sirven para adornar a personajes imaginarios de novelas, películas, poemas y obras de teatro. En la vida real estos seres no existen, lo más comunes son los que resaltan por las cualidades antónimas a las indicadas, estos fueron los que construyeron el mundo.

El lector se sorprenderá por tal afirmación, pero si revisamos la historia de nuestro planeta nos daremos cuenta que los seres humanos no deben sentirse orgulloso de nuestra genética. Somos herederos de seres sanguinarios, guerreros crueles, violadores, conquistadores asesinos, ladrones implacables, piratas, políticos malvados, malversadores de los tesoros públicos, proxenetas, traficantes de drogas, comerciantes inescrupuloso, esclavistas, salteadores de caminos, usurpadores, seres inmorales, indecentes, avaros, deshonestos, impúdicos, codiciosos, agresivos, crueles, arrogantes, egoístas, ególatras, orgullosos, intolerantes, fanáticos, perezosos, racistas, sexistas, fanáticos, mentirosos, intransigentes, corruptos, homofóbicos, entre tantos defectos que mostraban y muestran los seres humanos. Estos fueron lo que se subsistieron a lo largo de todas las épocas, por una razón: los buenos fueron aniquilados durante las matanzas que constantemente caracterizaron todas las épocas, desde que los humanos poblaron el planeta. Los buenos murieron primero y los malos perduraron y fueron los que construyeron el mundo, eso que se llama sociedad. De aquellos ruines somos herederos.

Es por esta razón que las guerras han estado presentes en cualquier época de la humanidad. Los estudiosos de la historia, la geopolítica y la sociología deben reconocer que lo único común que aparece en sus estudios es laguerra, las cruentas conflagraciones que definen el comportamiento de los seres que declaran y hacen la guerra. En este caso, son los poderosos, los ricos porque los pobres nunca han declarado una guerra y esto tiene una razón: las guerras son negocios de los ricos para hacer más dinero.

Se revisamos la estadística es sorprendente la cantidad de dinero que se gasta para fabricar armas letales. Es el negocio de la muerte que tantos réditos le han dado a los fabricantes de los artilugios letales, secuela de las guerras continuas. Ya en la antigua Edad Media se fabricaban armas como espadas, mosquetes, puñales, ballestas, arco, maza, escudos, armaduras, arcabuces, hacha, lanza, ribadoquín, mazo, mangual, también armas de asedios como catapultas, cañones, escala de asalto…, las cuales eran parte del menú para asesinar el enemigo.

Las guerras más famosas de la Edad Media en el mundo occidental fueron las llamadas guerras santas. Una muestra evidente de la utilidad de las religiones, es decir, una manera de destruirse las personas en nombre de la verdadera fe y del dios único. Estas fueron una auténtica mortandad. Los libros de historia nos narran las guerras de exterminio de moros y cristianos, cristianos y judíos, católicos y evangélicos, sunitas y chiitas, budistas y musulmanes, judíos y musulmanes, católicos y cátaros, conflagraciones, que en verdad no tenían un trasfondo religioso, sino la luchas por el poder y el dinero de los jerarcas de la iglesia en alianza con los reyes de turno. De aquellas luchas fratricidas se heredaron los odios y rencores de aquellos descendientes que perdieron la familia y propiedades, en guerras como Las Cruzadas, la Noche de San Bartolomé, el exterminio de católicos y moriscos en la tierra de Las Alpujarras de Andalucía, la guerra de La Cristiada en México, entre tantas que se sucedieron para que el resentimiento se mantuviera por sécula seculorum, tal como vemos en la actualidad. Una lucha entre fanáticos que nunca en su vida han leído las mentiras de los libros sagrados por los cuales entregan su vida para sucumbir como mártires o como santos para orgullo de la familia.

Desde aquellas luchas las guerras no paran. Los malos que gobiernan los países que se declaran potencia, cuando sus economías están deficitarias inventan una conflagración, no para su país, sino para otros. Concebirán conflictos entre dos países para venderle armas y así recuperar la economía, sobre la base de la fabricación y ventas de los artilugios de la muerte. Los grandes consorcios, los empresarios de la industria de las armas ponen en funcionamiento toda la maquinaria de las corporaciones armamentística para venderle armas a los países a los que ellos le indujeron a entrar en guerra.

El menú actual, referido a la fabricación de armas, es un "primor", es inaudito como la inteligencia y la ciencia se han puesto al servicio de la muerte. Todas las potencias mundiales compiten actualmente exhibiendo armas de todo tipo capaz de acabar pueblos enteros en cuestión de segundos. En el entendido que hay que hacer la guerra para mantener la paz, una paradoja inventada por los malos para vender armas.

Todavía algunos mantenemos en la memoria o por lo menos hemos leído sobre la Primera y Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea, la guerra de Vietnam, la guerra del Golfo, la guerra de Siria, la guerra de Bosnia, la guerra Libia, la guerra de Afganistán, la de Yemen, la de Ucrania, entre tanta barbarie que pueden ver y leer los habitantes del planeta al levantarse, durante el desayuno, la cena y antes de acostarse, dado que es la noticia que siempre ha estado presente durante toda las épocas.

Las potencias se sienten ufanas cuando muestran en un desfile o por los medios de comunicación un misil que puede recorrer 5.000 km desde el punto de lanzamiento (tanque o acorazado) para destruir una ciudad situada en la zona enemiga. Estos son los herederos de aquellos guerreros bárbaros de la época medieval que no se inmutaban ante el espectáculo de un campo de batalla donde estaban tirados más de cien mil soldados exánimes de ambos bandos. Al final los únicos perdedores de una guerra son los pendejos, los tontos, quienes creen que están defendiendo a Dios, a la verdadera fe, a la patria, a los valores de la democracia, a la libertad, a la justicia, a un mundo libre de la droga o nuevas monsergas. Estas solo sirven para estimular el fanatismo de unos ignorantes quienes desconocen las verdaderas razones de la conflagración, donde posiblemente morirá o regresará a su casa sin un ojo o los dos, sin un brazo o una pierna. Allí continuará viviendo en la pobreza, al igual como vivía antes de ir a defender una causa que no era la de él si no la de otros, quienes se hicieron más ricos después de la mortandad y la destrucción.

La guerra es la actividad humana más insólita, más cruel y más estúpida, nada se gana en la guerra que no pudiera conseguirse por otra acción que no involucre la violencia. Ojalá que la sensatez predomine entre los líderes de EEUU, China, Rusia, Irán, Turquía… dejen de lado la invención y construcción de armas letales y piensen en la paz y no en la muerte. Se deben hacer cruzadas, no para acabar con la vida de nuestros hermanos, sino para preservar la paz del planeta. Razón tuvo el médico sicoterapeuta austríaco Alfred Adler: "La guerra es asesinato y tortura contra nuestros hermanos". Lee que algo queda.



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Enoc Sánchez


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