Estos de Semana Santa son días de guardar, pero no para los imperios. Podrían por el contrario ser propicios para la agresión. Roma ayer y Estados Unidos hoy cuentan su historia de profanaciones. No hay avasallamiento posible sino se vulnera y destruye la fe de los invadidos. Por eso el imperio español convirtió cada cruz en vaina de una espada. Nuestros pueblos ancestrales conocieron, junto con la oración, el hierro y la herradura.
Para sus invasiones, el imperialismo yanqui escoge minuciosamente los días de guardar de los invadidos. Estudia sus religiones para golpear en lo que les es más sagrado. Las bombas y los incendios no son suficientes sino se destruye la fe. La tortura física no basta sino va acompañada de la ofensa religiosa. Esa es su manera de reducir a hombres, mujeres y niños. Te dejo sin país pero también te dejo sin Dios.
Guantánamo es una aberración medieval en el siglo XXI. El imperio que encarna la expresión máxima de la civilización supera todos los “métodos” de tortura que el hombre se haya inventado jamás, desde que le diera por dominar a sus semejantes. A Guantánamo no llega el más mínimo rayo de justicia y del derecho. La OEA y su Comisión Interamericana de Derechos Humanos lo saben y miran hacia otro lado. La ONU escandaliza con su silencio y avergüenza con su impotencia.
Pero Guantánamo no es suficiente si los carceleros gringos, frente a los prisioneros musulmanes, no orinan todos los días sobre el Corán. La tortura física no es suficiente. El imperio quiere herir más hondo, allí, donde no llega la daga, en lo intangible, en lo sagrado.
Antes de invadir Irak, algunos de los países de la “coalición” instruyeron a sus soldados para que no profanaran los lugares sagrados, para que asesinaran sin ofender la religión de los asesinados. Al menos eso dijo ese cachorro de Bush que fue Aznar y su gobierno, si se le puede creer a semejante sujeto. En cambio, Estados Unidos instruyó a sus oficiales y marines para que supieran donde causar dolor en la fe y la religión. Esto es, entrar a las casas con perros, dar a los prisioneros sólo de comer carne de cerdo, pisotear el Corán delante los invadidos, destruir al hombre pero antes, destruir su cultura y pisotear su religión.
Para invadir, Estados Unidos escoge los días sagrados del invadido. Para torturar, gusta de los días religiosos del martirizado. Un día que guardan los musulmanes fue seleccionado para ahorcar a Saddam Hussein. No bastaba el mensaje de la horca. La pura ejecución no satisfacía a Bush y al Pentágono. Los halcones de Washington no se sacian con la sangre, necesitan de la humillación del otro y de la destrucción de lo que le es más profundo. Estados Unidos, como todos los imperios, ha decidido terminar con Dios. Hasta el sol de esta mañana, ningún imperio ha ganado esa batalla.
Empantanada en Irak, la potencia más formidable de la historia vela sus armas nucleares para lanzarse contra Irán. Viene de una inesperada derrota, propinada por los hombres del desierto, como ayer, en los arrozales del sudeste asiático, se la propinaron los campesinos de Vietnam. El día de la oración del otro, es el día de las bombas de Estados Unidos. Los iraníes lo saben.
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