Los Estados Unidos son un amo nervioso, arrogante, despótico y siempre de mal humor. Le sirves por años, fielmente, revolcado, magullado, servil, y un día no te arrastras exactamente como espera y no solo te execra, sino que hasta te mata con grave infamia.
Saddam Husseín emprendió genocidios surtidos contra su país, lo llevó a una guerra con Irán durante diez años, siempre para servir a Washington. Se degradó, pues, hasta la abyección y mira como terminó, ahorcado del modo más ensañado, brutal, rufianesco, en un linchamiento humillante que avergonzaría al Ku Klux Klan. Lo convirtieron en un animal: le hurgaron los dientes como a un caballo, lo exhumaron de una fosa donde se había enterrado vivo, huyendo aterrorizado.
Ronald Reagan encomió a los talibanes como “soldados de la libertad” mientras le sirvieron para combatir a los soviéticos. Súbitamente se volvieron los belitres más despreciables y merecedores de bombardeos a la loca.
La CIA puso a Manuel Antonio Noriega en la presidencia de Panamá. Cuando no se les prosternó como esperaban, lo invadieron, humillaron y aún humillan encarnizadamente.
Al dictador Marcos Pérez Jiménez lo apoyaron en su golpe canallesco contra Rómulo Gallegos en 1948 y luego lo dejaron caer en las garras de la venganza adeca, extraditado y expuesto al ludibrio público. Que se lo mereciera por oprimir al pueblo y no ganárselo no es asunto de los imperialistas, a quienes sí indignan dos pecados nefandos: se puso a hacer trenes e industrializar el país sin permiso. Para colmo, instaló un inquietante reactor en el IVIC.
A Fulgencio Batista no lo recogieron y tuvo que irse a morir bajo el ala de Francisco Franco.
Mira como trataron a Su Majestad Imperial Shahanshah (Rey de Reyes) y Aryamehr (Luz de los Arios) Mohamed Reza Pahlevi, sha de Irán, que anduvo como alma en pena desdeñado y repudiado por medio mundo hasta que murió en El Cairo en una solemne soledad. ¿Te acuerdas de él? Vino y todo a Venezuela.
Pues bien, honorables y distinguidos guiñoles del Imperio en Venezuela: No se descuiden, sean disciplinados, arrástrense estrictamente como se les conmina, mírense en el espejo de Pedro Carmona, siervo ejemplar como ustedes. ¿Y qué será de la vida de Juan Fernández?
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