El anciano monarca miraba con odio la noble figura multiétnica del presidente venezolano. En algunos momentos, hay que decirlo, la presidenta de Chile se notaba parcializada con la representación española. Hasta el punto que el presidente Ortega, de Nicaragua, tuvo que darle un parao, al querer limitar sus exposiciones al margen de la norma.
Era cuando el Borbón de los Iberios, que lleva mas de treinta años en el odioso reinado español, estaba como transportado al siglo de las miserias de los conquistadores españoles, época en que, por orden de su colega Fernando Séptimo, Venezuela era sojuzgada por un séquito imperial que vejó hasta lo más obsceno de su masoquismo a las razas originarias de Sur América.
Cada vez que el presidente denunciaba las andadas fascistas del expresidente Aznar durante el golpe de abril, que por cierto, el rey y el imperialismo también apoyaron, los gruesos surcos que exhibe el monarca en su frente se pronunciaban para dejar expuesto ante el mundo un cerebro grotescamente infiltrado por las corrientes mas conservadoras del mundo europeo neoliberal. Y no se aguantó. Su prepotencia supina le traicionó en Chile. Y pretendió, en insolente frase, callar al presidente Chávez. Pretendió el osado Borbón acallar las voces de los pueblos que intentan liberarse en América de la soga imperialista. Para su deshonra, es posible que el mismo presidente Zapatero haya sentido pena ajena cuando exigía un respeto que su rey jamás practicó.
Pero así actúan los monarcas y las monarquías. Ese silencio que el Rey de España intentaba imponer, representa nada mas y nada menos, que las voces acalladas en sangre por los conquistadores españoles durante mas de tres siglos de ignominia y que hoy rugen desde ultratumba para atolondrar, como en efecto se notó, las conciencias de los descendientes de sus verdugos.
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