Cumbre del Grupo de Rio 2008: Un drama silencioso llamado Colombia

La Cumbre del Grupo de Río realizada en Santo Domingo en marzo de 2008, pasará a la historia no solo por la reconciliación a regañadientes entre los tres países andinos involucrados en la reciente crisis regional, sino también por otro hecho que ha pasado deliberadamente desapercibido, y es que  por primera vez los ciudadanos de América Latina conocieron de primera mano el rostro decadente del drama colombiano, en el discurso agresivo, zigzagueante, amenazador con el que abrió el Presidente neogranadino la Cumbre.

Aunque la gran prensa trató de presentar a Uribe como “el estadista de la jornada” quien tenga un mínimo sentido crítico, sabe que tras su tono suave y pausado, acompasado por ese acento pegajoso de los paisas, se retrata el macabro contenido de una forma de pensar y actuar que lamentablemente se ha consolidado como cultura política en Colombia. Un hombre erigido en líder gracias a la rabia de una sociedad ensimismada en su laberinto de violencia, dejó ver con sus palabras y su actitud la raíz de un conflicto que ya alcanza casi 60 años: La intolerancia.

En Santo Domingo se corroboró algo que tanto se ha dicho pero nadie ha asumido aún: América Latina no ha entendido a Colombia y Colombia no ha entendido a la América Latina. No es mentira decir que los colombianos se sienten ofuscados cuando la gran parte del continente (Brasil, México, Argentina incluidos) cuestionan su incursión en un país vecino llevando más allá de sus fronteras su lucha contra las FARC, pero a la vez el resto de América Latina contempló incrédula a un Jefe de Estado justificando lo injustificable, un agresor confeso erguido ante sus colegas como un agredido, denunciando que las fronteras de sus vecinos era la causa última de los males de toda Colombia.

Uribe con su verbo provinciano destapó una olla que nadie había querido destapar, y es el drama que vive nuestro hermano pueblo colombiano, condenado por su clase política a repetir una y otra vez una espiral de vértigo de sangre y pólvora. El debate de Santo Domingo tuvo más como epicentro los fantasmas que azotan a Colombia, que las infundadas amenazas y denuncias de Uribe o su forzado compromiso de no volver a violentar los principios interamericanos.  Algunos puntos a resaltar:

1. El rezago colombiano. Colombia es el único país de la región en el cual sobrevive la mentalidad y el accionar de la guerra fría. Esta mentalidad ha sido superada por el resto de los países latinoamericanos donde la derecha y la izquierda paulatinamente abandonaron las balas y han entrado en un debate civilizado y  disputan palmo a palmo la voluntad popular. Movimientos populares que fueron considerados enemigos de Estado por las férreas dictaduras del continente, hoy conducen el gobierno de sus países bajo el manto de la tolerancia y respeto al otro, ejemplos sobran: Partido de los Trabajadores en Brasil, El Frente Amplio en Uruguay o el Movimiento al Socialismo en Bolivia. Pero parece que por Bogotá no ha pasado la caída del muro de Berlín. Colombia continúa siendo el país más peligroso del mundo para ejercer la actividad sindical (durante el gobierno de Uribe han sido asesinados más de 400 lideres sindicales), el genocidio contra la Unión Patriótica continúa impune (más de 5000 dirigentes políticos asesinados incluyendo dos candidatos presidenciales, senadores, alcaldes y otros representantes electos) y a esto se le suma las amenazas que han recibido los miembros de la nueva coalición progresista llamada Polo Democrático y otros líderes de izquierda como la Senadora liberal  Piedad Córdoba, sometidos también a vejaciones y al hostigamiento público. Quien discrepa o protesta por la injusticia y el atropello es sencillamente acusado de terrorista o guerrillero y eso en Colombia equivale a una sentencia de muerte. Uribe sintetiza este resentimiento cuando criticó la respuesta de Correa a sus acusaciones sobre presuntos vínculos del Ecuador con las FARC de la siguiente forma: No me aplique el cinismo que tienen los nostálgico del comunismo con que engañan a sus pueblos”.

2. Colombia y su aislamiento del momento político que vive la región. Uribe dejó en evidencia el profundo aislamiento regional en el cual se encuentra sumida Colombia. Mientras la región avanza en discusiones constructivas que van desde la integración energética hasta los avances en materia social, Colombia continúa su debate interno a partir de los rezagos de una guerra civil que dejó de ser justa hace muchos años pero paradójicamente aún persisten las causas que la originaron. América Latina aprendió ya ha caminar con pies propios y sus gobiernos y sus fuerzas vivas son cada vez más críticas con sus élites. La postura de Uribe resultó inversamente proporcional, cuando pidió a sus colegas dejar el “infantilismo latinoamericano de culpar siempre a los oligarcas de todos sus males”. Por otra parte, para el resto de la región, resulta incomprensible como el Estado colombiano cuestiona los métodos y practicas de la guerrilla, pero a la vez premia sin pudor alguno con recompensas millonarias a los mismos guerrilleros cargados de crímenes por llevar literalmente la mano o la cabeza de uno de uno de sus jerarcas de la FARC.

3. Uribe y su incapacidad para adaptarse a la nueva dinámica regional. El maniqueísmo como argumento discursivo ha sido un recurso permanente de aquellos que durante la guerra fría buscaban profundizar el combate de la insurgencia. Sin embargo esta visión no es ya bien recibida en América Latina, un espacio donde la convivencia y el debate político se impuso paulatinamente. Pero el fenómeno Uribista en Colombia se alimentó precisamente de esta estrategia discursiva para seducir a un electorado cansado de promesas incumplidas por las partes en conflicto y arrinconado por la violencia. Uribe vio en la estrategia “maniqueísta” una poderosa herramienta que le aseguraba un sólido piso político en lo interno y un invaluable aliado para su proyecto de guerra total: Estados Unidos. En la visión de Uribe, en Colombia y en la región, o se me apoya o se es terrorista, así de sencillo. Este “modus operandi” de chantaje político es una muestra de su  inflexibilidad política, lo cual limita su capacidad de insertarse en la región.

4. Colombia quiere internacionalizar el conflicto pero no la solución. Uribe habló de paz pero a la vez justificaba el uso de las balas como un Derecho de defensa legitimo de un Estado de carácter extraterritorial y por encima de cualquier otra predica de derecho internacional o del más simple y elemental derecho humanitario. Al plantearse una solución multilateral y política al conflicto, Uribe se negó a aceptar la participación de cualquier Estado o grupo de Estados para abordar el conflicto armado colombiano, lo cual echa por tierra toda posibilidad de concebir una formula tipo “Grupo de Contadora” para Colombia que busque una paz negociada. Sin embargo, Uribe clamó a sus colegas por “mecanismos de cooperación regional contra el terrorismo”.

La solución militar poco aporta a la solución de la enorme deuda social y  a la exclusión social en Colombia. La terquedad del Presidente Uribe, quizás a largo plazo logre debilitar el aparato de las FARC, pero con ello no resolverá los graves problemas que continúan azotando a los colombianos, en especial a los más desfavorecidos, por el contrario, profundizará  las contradicciones y se dará pie para que la guerra más cruenta de nuestra historia contemporánea se perpetúe con resultados impredecibles.  

Robinson Zapata

zapatarobinsonyahoo.com



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