Los Invasores

“Un pueblo que oprime a otro, no merece ser libre”

Inca Yupanqui ante las Cortes de Cádiz

Hace más de 179 años, Bolívar convocaba el Congreso Anfictiónico de Panamá. Uno de los primeros intentos de integración latinoamericana. Los ee.uu también sacaron su carta, el Panamericanismo, que no era más que el ALCA de aquel tiempo, para sabotear la propuesta bolivariana. En cierto modo lo lograron, conspirando como siempre. No obstante, la terquedad diplomática de Bolívar, logró instalar el Congreso de Panamá, en nombre de las masas empobrecidas de Latino-américa. Desde entonces, la pugna por materializar un Estado de Derecho y Justicia Social, no ha cesado, incluyendo el velo de las traiciones, y la caterva de apátridas ambiciosos.

“Lo que quiero lo compro con el alma”, decía Heráclito. El imperio desde antes lo hacía y lo hace con soborno o por la fuerza. Nada más, desde México a la Patagonia, el neoliberalismo, basado en su historial conspirativo, mantiene excluidos 240 millones de latinoamericanos. La desintegración de este pié del continente ha tenido su precio. Lo saben los gobiernos y sus presidentes, su bozal de arepa y su confort, que sin pena ni ética se han arrastrado por estas tierras.

El mundo es ancho y ajeno, decía Ciro Alegría. Todavía es ancho, ajeno un poco menos. Razón, la necesidad, más dolorosa que los números. De ahí que la estadística del latifundio (tierra muerta, estéril, de engorde, lugar de esparcimiento de los poderosos) es tan exorbitante como la pobreza que lo rodea. Escaniemos la tenencia de la tierra, los espacios productivos de alimentos en el país y tendremos la radiografía circundante del estómago vacío del pueblo.

Gracias a una perfecta educación corporativa, tecnocrática y ajena, es intuitivamente imposible, incluir una generación que concluye, en un pensamiento nuevo, porque a casi todos nos graduaron de pobre gente, y de extrema pobreza en dignidad de patria. Tendrán que pasar algunas generaciones, siempre y cuando se instituya una imprescindible educación revolucionaria, coherente con la nueva noción de país, no una revolución educativa.

El desamor de clase fue instalado en el sueño individual y americano de nuestra justificación de vivir. Rondamos un despecho por un eslabón perdido que ahora acertamos entender. Excepto los evadidos, arrecostados, comiendo pizza y cotufas, mirando publicidad de moda e información continuamente manipulada. El ocio que nos queda para el crecimiento espiritual, se oferta por alienación al verdugo del entretenimiento. Se dice que una mentira dicha mil veces se convierte en verdad. Lo que no se dice, es que dicha mil veces más, se desnuda como mentira. Porque la verdad política de los excluidos, aún incluidos parcialmente en el pasado por razones de explotación, estará siempre más íntimamente ligada a las aspiraciones de liberación de un pueblo, que de la verdad fabricada de CNN. Han mentido tanto que ya no hay duda. Todo lo han colmado, hasta el odio. Con la CIA penetraron la intimidad, practicaron la serie “Los Invasores” y andan por todos lados, hasta en la sopa de letras.

“Dejad que los niños vengan a mi”, dijo Cristo. Inmediatamente el imperio se apropió de la escuela e hizo el pensum, y remató con la televisión. La Iglesia creó el poder del Vaticano, entonces ellos crearon el FMI. Inventaron el bombillo, entonces ellos inventaron la fábrica. Se descubrió el petróleo, salieron corriendo a fundar las trasnacionales. Pasó la segunda guerra mundial, especularon con la guerra fría. Los Griegos inventaron la Democracia y el Estado, ellos democráticamente se declararon policías del mundo, globalizando su manera de vivir, contrabandeándola como si fuera un paraíso, patentando la guerra y la explotación. Se acuñó la autodeterminación de los pueblos para que nos defendamos solos, pero ellos caen en cambote. Capturan presidentes e imponen gobernantes, independientemente de religiones, culturas y de lo que diga la opinión pública mundial, que ya no existe, desde que un disparo de tanque entro por la ventana de un hotel en Irak. Desatan guerras civiles y que se maten los pueblos, eso no importa, ellos en medio de la tormenta ponen los gobiernos, la ganancia vendrá después.

Para el imperio, el sentido de la vida está en una hamburguesa, la patria no es más que un centro comercial, y un país -en su satélite- una quincalla en desarrollo. Así se pavonean por el mundo, mascando chicle, como si fuesen la última gota de petróleo del planeta, sin darse cuenta que es el símbolo de lo que inevitablemente los destruirá.

Un día en el corazón de quien sea, no es nada, comparado con el padecimiento histórico de un pueblo. Por eso, la revolución no se mide con el tiempo convencional de los almanaques, sino con el desarrollo sustentable de la dignidad, hartamente negada y postergada por la carencia de condiciones objetivas y subjetivas. El tiempo es este, no habrá otro para nuestra generación, hay que radicalizar el alma de la idea, igual nos van a querer quitar el hálito, el agua, los pulmones. Igual nos van a inventar el argumento para justificarnos la guerra. En la ciudad donde vivo, como en el resto del planeta, lo veremos por TV. Estaciones de televisión, que retransmitirán desde los ee.uu., ¿ignorantemente? noticias fabricadas, las 24 horas. Sucursales de CNN, agencia de noticias, vidriera del Pentágono y del espectáculo de la muerte, donde siempre gana el imperio, la ilusión de algún día llamarse ee.uu. del mundo.

Por el amor del pueblo hay que radicalizarse y defender amando lo que creemos. El después, unidos, lo sostendrá todo. Contamos con la aliada humanidad, la evidencia de la historia y la razón de la necesidad, para consolidar perfectamente, lo que está íntimamente guiado por sólidos copos del amor de los caídos, por la fe puesta de los pueblos en lucha, fe puesta en nuestro despegue de la dependencia y en nuestro revitalizado sentimiento de Patria.

Decía El General Omar Torrijos, cierto tiempo antes de su magnicidio: “Sólo ama al pueblo quien odia a sus enemigos”…“Aunque esté llorando tengo buena puntería”. Los enemigos internos de esta sed de país no tienen nacionalidad, lo que tiene es dinero. La oligarquía no tiene patria porque la patria no es negocio. Ellos tienen mucho que perder, igual nosotros. Ellos tienen bienes a granel y dinero a borbotones, nosotros un país con un pueblo amoroso adentro, con sol y luna, cosechas, ríos, una novia entre la gente, niños jugando a la alegría bajo nuestros cielos azulados, y nuestros muertos viendo lo que somos. Nosotros, como sujetos históricos de la exclusión, tenemos moral de sobra para morir por una idea. Ellos apenas tienen amo. Enfrentamos al dueño del circo, los títeres nacionales bailarán y cantarán el himno nacional de los ee.uu., cuando el imperio pague la música y CNN cobre su papel de mercenario de la desinformaciòn.

el_cayapo@yahoo.com


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Carlos Angulo


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