La Europa que nos desprecia

De Europa llegaron a Latinoamérica millones de hombres y mujeres desplazados de sus países después que la Segunda Guerra Mundial cubriera el viejo continente de ruinas y hambre.

Desde México hasta la Patagonia, esta América generosa acogió como propios a esos emigrantes que vinieron sólo con lo puesto encima.

Aquí echaron raíces y contribuyeron, justo es decirlo, con el valioso aporte de su mano de obra. Ninguna puerta se les cerró. A Venezuela, particularmente, arribaron enormes oleadas, atraídas por las grandes oportunidades que ofrecía un país pleno de riquezas naturales. Y se quedaron.

No conozco casos de inmigrantes que se hayan devuelto a sus naciones de origen por malos tratos o porque les faltaron los espacios para crecer. Todo lo contrario; estoy segura de que en su inmensa mayoría, el arraigo que se produjo fue de tal naturaleza que pasaron a ser considerados extranjeros en la propia Europa.

Ese ejército de emigrados ayudó con su trabajo y con sus ahorros a la reconstrucción de Europa.

Las pesetas o las liras que se ganaban aquí iban, y siguen yendo, a parar a los bancos de allá. Muchas ganancias se reinvirtieron, pero para generar más riqueza. Sabemos de muchos establecimientos comerciales, panaderías, supermercados, tiendas, que son propiedad de esos prósperos empresarios.

No conozco de alguna escuela u hospital auspiciado como obra de buena voluntad para con el país que tanta generosidad les ha brindado.

Ahora la Unión Europea le devuelve con ingratitud a América, África y Asia la hospitalidad dispensada. La Directiva Retorno le permitirá tratar como criminales, hacerlos prisioneros hasta por 18 meses y deportar, a los inmigrantes ilegales que vivan en ese continente.

Claro, antes de tomar una medida de esa naturaleza se asegurarán primero de que los albañiles, los que limpian las calles, los que recogen la basura, los que hacen los trabajos indeseables, tengan sus papeles en regla, y tampoco faltarán empresarios dispuestos a pagarles la mitad del salario a ese enorme contingente humano hambriento que ha ido a parar allá.

Cuando España no era aún un país respetado por sus vecinos, cuando se le consideraba el patio trasero de Europa, porque además de atrasada y subdesarrollada era gobernada por un déspota, los venezolanos éramos para los españoles unos nuevos ricos a los que adulaban y envidiaban. Ahora que ellos a duras penas alcanzaron ser aceptados en la Unión Europea, nos miran con desprecio y nos llaman despectivamente "sudacas". Ya no nos necesitan.

Sobran los testimonios de miles de inmigrantes africanos y latinos que han sido vejados en espacios públicos en el Metro de Madrid, en las calles alemanas, en las vías francesas, en las plazas italianas. La xenofobia y el racismo han cobrado fuerza inusitada y las agresiones adquieren cada vez mayor dramatismo.

Este continente fue saqueado por los europeos hace quinientos años. Asesinaron a nuestros aborígenes, se robaron nuestras riquezas y destruyeron la cultura que aquí existía.

Años atrás nos usaron como caja chica para saldar sus propias miserias. Ahora nos echan de allá como indeseables. Ya va siendo hora de que digamos basta.

Mlinar2004@yahoo.es


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Mariadela Linares


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