El odiado Estado, precisamente en Estados Unidos, ha corrido a meterle la mano al “libérrimo” mercado, cuya mano invisible ahora sí es verdad que desapareció. Toda la petulante prédica neoliberal ha saltado hecha añicos. Los más poderosos bancos de inversión, esos que se encargaban de certificar la salud económica de cada país del mundo, se han derrumbado como castillos de naipes. No pudieron diagnosticar, como bien dijera la presidenta Cristina Fernández, su propio estado de salud.
La crisis del mercado libre empezó hace rato, pero sus luces de alarma se prendieron tardíamente con el derrumbe de la banca hipotecaria en Estados Unidos. Esto ocurre justo cuando el gobierno ultraliberal de George Bush presiona para firmar, por separado, tratados de libre comercio con países de América Latina.
El libre mercado ha imperado sobre la mentira y la hipocresía. Estados Unidos, Japón y la Unión Europea aplican el proteccionismo en varios sectores de su economía, sobre todo, en la producción agrícola, y lo hacen en nombre de la libre competencia.
América Latina pagó caro las imposiciones de las recetas neoliberales. La llamada década perdida para nuestro continente, la de los años 80, fue escenario de las crisis financieras, efectos tequila, derrumbes económicos, incremento de la pobreza, corralitos, ruinas, dolor, explosiones populares, represión y muerte. Las políticas de shock se impusieron a sangre y fuego.
Cuando en Venezuela bajaron los cerros, con el estallido cruento bautizado como “El Caracazo”, el jefe intelectual de la Cuarta República, el galicado Gonzalo Barrios, construyó una de sus exquisitamente cínicas metáforas: “Nos ha alcanzado el beso mortal del FMI”. Su par del puntofijismo, Rafael Caldera, no se le quedó atrás y también quiso ser literario: “Venezuela era la vitrina de la democracia latinoamericana –la show window-, pero esa vitrina ha sido rota a pedradas”, recitó el fundador de COPEI y así retornó de su sepulcro político.
Algunos teóricos del neoliberalismo, ya en el siglo XXI, hicieron un mea culpa y denunciaron el denominado Consenso de Washington. Quedaron por allí algunos fundamentalistas del libre mercado, pero hasta los ejecutivos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se hicieron tímidas autocríticas. De todas maneras, como decían los abuelos, el mal estaba hecho.
En Venezuela, a la cruenta explosión popular de 1989, le siguieron dos rebeliones militares, la del 4 de febrero y la del 27 de noviembre de 1992. Seis años más tarde, el comandante Hugo Chávez llegaba al poder por la vía electoral y convocaba al poder constituyente. Desde entonces inició su cruzada contra las tesis neoliberales y la Alianza de Libre Comercio para las Américas (ALCA), impulsada por el gobierno de Bush. Esa alianza murió antes de nacer y hoy muchos países de nuestro continente, incluso los gobernados por la derecha, deberían darle gracia al presidente Chávez, a quien el tiempo y la crisis del norte le han dado la razón.
No soy de los que se apresuran a cantarle los funerales al imperio cada vez que el mastodonte convulsiona. Pero de que el neoliberalismo sólo significa hambre , dolor y muerte para los pobres de la tierra, no queda la menor duda; como que el capitalismo es un sistema inviable para la vida en el planeta. En cuanto a la mano invisible del mercado, se trata de una invención que, cuando las cosas se ponen feas, busca desesperada y afanosa la mano visible del Estado.
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