La crisis, con características de catástrofe universal, que durante los últimos días se ha llevado por delante al mundo entero, está muy lejos de resolverse. La gigantesca convulsión financiera que comenzó en Estados Unidos y se propagó rápidamente hacia las economías aliadas, hizo explotar la burbuja virtual en que se había sumido esa espiral incontrolada que es el libre mercado.
Está llegando a su fin un modelo de vida, una ideología, una filosofía, un modo de ser, que en su desenfrenado afán de consumo venía recurriendo con pasmoso descaro a la generación de falsas riquezas, de papeles que no valen nada, a la apuesta y a la especulación como la vía más expedita para seguir produciendo dinero. Esa sociedad gringa que hoy se mueve asustada en torno a sus entidades financieras, ha sido alienada por años con la falsa ilusión de que en el confort radica la felicidad y le han enseñado que el mundo se divide en dos: los ganadores y los perdedores.
Nadie quería anotarse en la última categorización, los "loosers" como ellos despectivamente los llaman, y donde antes había un carro ahora hay dos; donde había espacio para una familia ahora pueden caber cuatro, porque comprar y consumir es el centro de una cultura donde el dólar es el dios. Los "winners" se visten a la última moda, cambian de automóvil todos los años, votan a favor de todas las guerras que les prometan que así preservarán su estatus y apoyan todas las invasiones que alejen de su lado la amenaza a su seguridad. Así sea Nicaragua el paisito que los amedrente.
La crisis del dinero la pretenden resolver a punta de más dinero. Un súbito ataque de estatismo en el gobierno antisocialista por excelencia, busca inyectarle al podrido sistema financiero inconmensurables sumas de capital que fácilmente podrían ayudar a América Latina a pagar su deuda externa, por ejemplo. El auxilio es para los banqueros, no para los ahorristas. Es una transfusión de liquidez que no dudamos desaparecerá tan pronto los especuladores que se mueven en torno a las bolsas de valores la conviertan en un nuevo y apetitoso botín.
Esta crisis no se originó porque el año pasado los bancos se llenaron de hipotecas que los acreedores no podían pagar.
Esa tal vez haya sido la punta del iceberg que se veía venir. Un monstruo se venía engendrando desde hace décadas: una patraña propagandística que se encargó de sembrar la idea de que el Estado era un estorbo y que el libre mercado movería las economías del mundo.
Los americanos están ahora viviendo en carne propia lo que han padecido por años los países pobres, llenos de excluidos, expoliados por el Fondo Monetario Internacional, endeudados a más no poder, con elevadísimas tasas de desempleo y miseria. Ahora los indigentes no están en las películas de Hollywood. La nueva clase pobre gringa vive dentro de sus carros porque perdió la casa y el trabajo. Esa gente, hoy devenidos en "perdedores", jamás se había preguntado cuánto le costó invadir Irak ni si semejante crimen valía la pena.
Ahora pagaremos todos, ellos por su egoísmo y su ilimitado afán de riqueza, y nosotros por el imperdonable error de no ponernos a producir.
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