Las potencias mundiales amanecieron preocupadas el pasado jueves 7 de este mayo sísmico y lluvioso. El motivo de su desasosiego no estaba en la crisis global, la gripe A ni la estanflación. La nuez de su mortificación era Venezuela. Este pequeño país situado al norte de la América del Sur y gobernado por Hugo Chávez Frías los tiene, como diría Almodóvar, al borde de un ataque de nervios o algo peor.
Los jueves son propicios para morir en París con aguacero, según Vallejo, pero para nada más. Ese día un alto funcionario del Departamento de Estado, quien como es obvio y como siempre pidió reservar su nombre, exteriorizó que su país estaba preocupado por Venezuela. Nada nuevo, ese sentimiento con ribetes de obsesión es una herencia buchista del gobierno de Obama.
Simultáneamente, en perfecto dúo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le hizo el coro al vocero de la Casa Blanca e informó al mundo su inconsolable pesadumbre por la democracia venezolana. Nada nuevo tampoco; ese ritornello mingón empezó en 1999, cuando el actual Presidente juró frente a una constitución moribunda y un cadavérico puntofijismo.
El dúo se hizo trío y desde el parlamento de la vieja Europa la derecha ultramontana se sumó a la monótona sinfonía. El Partido Popular, heredero del franquismo, reunió 27 votos (de un total de 785) y lanzó un alarido de solidaridad con el fugitivo Manuel Rosales, Baduel y los policías del 11-A, no faltaba más. Los medios volvieron a titular (igual que el año pasado y el antepasado): “Parlamento Europeo preocupado por Venezuela”.
Una noticia doméstica fastidió la fiesta mediática internacional. La firma Datanálisis, insospechable de chavismo, informaba que la popularidad del presidente Chávez subía al 61%. Antes de que el oposicionismo pudiera respirar el enojo, su encuestadora preferida le remachaba: “Cerca del 40% de la población manifiesta haber comprado aunque sea una vez productos en PDVAL, mientras que 51% lo hacen en Mercal”. Ahi`tá.
El problema de la oposición criolla pudiera estar en su irrefrenable y compulsiva globalización. Desde hace 10 años vive buscando apoyos y acuerdos en una cosa que los adecos de Caripito llaman “el concierto de las naciones”, algo que Globovisión traduce como “el escenario internacional”. Durante una década esa oposición se extasía oyendo los cantos de sirena de la CIDH, el parlamento europeo, La SIP y funcionarios de la casa blanca que piden reservar su nombre. Mientras tanto, Hugo Chávez pierde su tiempo inaugurando un mercalito en la calle Orinoco Nº 46 de El Tigrito.
Ese apoyo “global” que hoy reciben Rosales, los policías del 11A y Baduel de parte de la derecha internacional, ayer lo disfrutaron los olvidados por la oposición Carmona, Peña y Carlos Ortega. Es una cuestión de turno. En cuanto a la dolida preocupación que Estados Unidos y Europa manifiestan por Venezuela y su arepa, la misma resultaría conmovedora si no fuera tan cíclica y ritual, casi estacional.
El director de Datanálisis explica que la alta popularidad de Chávez se debe a que “es un líder carismático, tiene un discurso de inclusión, promueve el tema de las misiones que es evaluado de manera positiva por la población y además, hasta los momentos, no tiene a ningún candidato que lidere a la oposición del país”. Bueno, si lo tiene y no uno sino muchos, pero viven escuchando la flauta encantada que entona la inconsolable preocupación de Estados Unidos y la vieja Europa por Venezuela. Piensan que esa “preocupación” les hará el mandado.
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