A veces el mundo se pone tan feo que provoca decirle al chofer que se pare, que uno se quiere bajar. Por donde quiera que se le mire, pareciera que hay un festival de miserias y de cretinismo. ¿Cómo se digiere, por ejemplo, que se le otorgue un Nobel de la Paz a un hombre que está mandando 30 mil soldados a Afganistán, para continuar desangrando a ese pobre país? Obama montó un show en Oslo para decir que a veces hay que hacer la guerra para conseguir la paz, y el universo se postró embelesado. Todavía no han podido demostrar que fueron los talibanes quienes derribaron las torres gemelas, ni si Al Qaeda existe, o si Bin Laden es una simple excusa para apoderarse de un territorio que es fértil en el lucrativo comercio de la droga. "Hay guerras justas", se atrevió a afirmar. Cuando al de aquí se le ocurrió decir lo mismo por la amenaza real de las bases militares en Colombia, no sólo no le dieron un premio, sino lo acusaron, propios y extraños, de pretender prender un polvorín al otro lado de la frontera y lo condenaron al ostracismo de esa prensa internacional cada día más arrastrada.
Uribe actúa con total desparpajo. Cualquiera creería que es cierto que quiere inmolarse en su lucha contra el narcotráfico.
Pide cárcel para los líderes bolivarianos que reconocen la beligerancia de las Farc como un ejército popular. Y tiene la bendición del imperio. Lo mismo que Micheletti, el hombre que despojó a otro del poder con artilugios legales que nadie se creyó, pero sigue ahí, cumplió su cometido, sacó a Zelaya y hasta lo pretende enjuiciar. ¿Y la ONU, la OEA, la comunidad internacional que le rinde pleitesía a Obama en su guerra ciega? Bien, gracias. Con noticias como éstas, mejor es seguir de largo y no detenerse a mirar el panorama internacional.
Demasiado feúco.
Pero tampoco es que quedarse contemplando el patio de acá sea muy refrescante para el espíritu. Ver el raterío peleando por hacer implosionar el sistema financiero, para cogerse unos reales o moverle aunque sea un poquito el piso a Chávez, es un revulsivo diario que no colma la capacidad de sorpresa. La calaña de adentro y la de afuera le quitan el sueño a cualquiera.
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