La vida es una sucesión de diversas circunstancias, lo que hace presumible, más, nunca predecible, la totalidad del curso de la existencia de los seres humanos, aún cuando halla quienes con tesón se creen destinados a cumplir un determinado destino en la vida y se preparan durante un largo período para desempeñar un determinado papel, asumiendo el riesgo de su oficio o propósito, pero determinados a realizarlos si las circunstancias le dan esa oportunidad; a tal punto, de considerarse hasta “predestinados” por una fuerza superior para alcanzar tal propósito.
José Manuel Zelaya Rosales nació entre oligarcas, en medio de una Honduras feudal, en la que se unió al viejo liberalismo hondureño que, con los militares o por los militares, se repartieron con los otros oligarcas del Partido Nacional, la tierra del general Morazán, mientras el bravo pueblo catracho dispersaba su realidad de miseria y represión entre haciendas feudales de plátano y café y los cinturones de miseria de las ciudades, hasta terminar saliendo a los pobres países vecinos o, metidos en un camión que lo llevaría a los Estados Unidos, en donde muchos de sus jóvenes se prostituyen, se sumergen en la droga o se convierten en criminales “mareros”.
En medio de esa realidad surgió “Mel” Zelaya, esa figura atípica del panorama político hondureño de este siglo, que desde Olancho, con su “pinta” de norteño mexicano, fue escalando posiciones en el viejo partido Liberal hasta alcanzar, derrotando al mismísimo Roberto Micheletti, la candidatura presidencial liberal y luego, la Presidencia de la República de Honduras, desde donde inició un proceso de distanciamiento gradual pero sostenido, que se convirtió en rompimiento con las viejas estructuras partidarias y los poderes fácticos (fuerza armada, clero, y grupos oligarquico-burgueses), mediante una serie de medidas populares dirigidas a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores de la ciudad y el campo, lo que le permitió ganar el apoyo creciente de sectores populares y de organizaciones sociales y políticas de la izquierda hondureña.
La Batalla del 28 de junio por la “Cuarta Urna” y el referendo por la Constituyente, su resistencia contra el Golpe de Estado patrocinado por los Estados Unidos y, su desafío a los golpistas desde el interior de la Embajada de Brasil, fueron parte de una histórica batalla de “Mel” por su propia historia, labrada desde el Poder del Estado y a partir de la relación solidaria con el pueblo hondureño, que lo llevó a soñar en la posibilidad de iniciar la construcción de una nueva Hondura democrática, soberana, con un gobierno al servicio de las mayorías.
José Manuel Zelaya Rosales hizo lo que podía hacer y pudo lo que las condiciones objetivas y subjetivas de la lucha interna e internacional le permitieron: puso al gobierno al servicio del cambio democrático, alentó la unidad, organización y movilización política del pueblo y unió Honduras al ALBA, dejando para la historia de Honduras y de Nuestra America, un gesto de gallardía y honestidad política que le servirá al pueblo catracho para seguir avanzando en su lucha por la Soberanía, la Democracia, la Justicia y el Bienestar Social, en una Centroamérica Unida.
Victorioso en su gesto democrático y popular, pero derrotado en su propósito de cambio del viejo sistema político hondureño, “Mel” Zelaya, posiblemente levará anclas hacia otras tierras, esperando seguir cumpliendo algún papel en favor de las luchas de su pueblo, pero, esta visto que no tiene dones de héroe ni pasta de mártir. No es Gaitán, ni Mella, ni Fidel, ni Fonseca Amador, ni Allende ni Chávez, pero aún así, ha demostrado ser un consecuente y digno demócrata de Nuestra América que, en un momento determinado de su vida, supo escoger su papel en la historia de su pueblo para defender los ideales de todo un pueblo que, con él o sin él, seguirá luchando hasta alcanzar su verdadera independencia, soberanía y Bienestar.
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