Guillermo Morón, el más contumaz de los críticos de la Academia, no sólo utilizó las herramientas de la inquisición sobre actos impuros de brujería, sino que anunció sin rubor y escandalizado su desagrado por los actos que propiciaron la llegada de los restos simbólicos de la “barragana” Manuelita Sáenz al Panteón Nacional. Incluso, llego a considerar si no hubiese sido mejor haber respetado la constitución de Fernando VII que nos convertía en colonias independientes, que no es colonia, pero es independiente sin el marasmo de las repúblicas que se embochincharon posteriormente. Algo así como si Chávez es culpable de todo lo que ha pasado desde la independencia hasta hoy. Y, se me olvidaba, Guillermito llega a descalificar la presencia de “un español” (Antonio Llorentes, científico que participó en el reconocimiento de los restos de Cristóbal Colón) porque él, Morón, “preguntó a ciertas personas por este personaje y le dijeron que era un farsante…” ¡Cosas veredes!
La Academia fue más “académica” y nos remite a una infalible “Mesa Redonda” que se convocó el 17 de diciembre de 1962, se reunió el 25 y 26 de junio de 1963 y publicaron sus conclusiones en 1964, todo esto con la presencia de eminentes científicos de esa época que, supongo, revisaron la documentación dejada por el Dr. Alejandro Próspero Reverend y determinaron, cuáles supermanes con visión de Rayos X, “que no había ninguna razón para dudar de los resultados expuestos por Reverend”. De igual manera refieren el informe presentado por el Dr. José María Vargas, aún cuando eluden referirse a la apertura que se hizo en tiempos de Rafael Caldera para colocarle una bandera “Made in England”. De paso, justo es decir que esa “exhumación” que sólo llegó a levantar la tapa del sarcófago para colocar una bandera, originó un comentario infausto de la administración Caldera: “Sólo se encontraron restos de la cadera y el cráneo del Libertador”. Sin embargo, no hay ningún documento archivado de la Academia de marras que critique este desatino.
Ahora, después de resumir las variopintas opiniones de una Academia anquilosada, retrógrada y claramente inclinada a defender los despojos de la IV república, paso a evaluar los siguientes puntos:
Primero que nada, independientemente de si Guillermo Morón ha sido un historiador confiable, cosa que dudo y dude siempre, vale la pena extrapolar el término “barragana” que utilizó para descalificar a la Libertadora del Libertador, Manuelita Sáenz, y remitirnos a una opinión que emitió en el programa “3 para las 9” la semana pasada, donde se declaró “amigo personal de Jaime Lusinchi, porque nos permitió –a la Academia- publicar tres biografías de Simón Bolívar”.
La doble moral de Guillermo Morón, no le permitió evaluar esa miserable opinión en contra de Manuelita Sáenz, y considerar que su amistad con Jaime Lusinchi lo enlazaba directamente con Blanca Ibañez, personaje infame que emitía cheques a diestra y siniestra para silenciar el poder que ejercía sobre el Palacio de Miraflores. Y que conste, hago esta primera reflexión sin la menor intención moral en cuanto a relaciones maritales que son cuestionadas por sujetos inmorales que viven de esa procaz mantuanidad, mientras ocultan en su alma perversidades que harían palidecer al Marqués de Sade. Mucho menos, es lo más grave, podría aceptar que Morón hiciera alguna comparación entre Manuelita y la corrupta que ocupó la presidencia en tiempos de Lusinchi. Guillermo Morón se convierte así en el único historiador venezolano contemporáneo que acude a la descalificación al referirse a Manuelita Sáenz.
Esto me hace recordar los textos de nuestra historia Patria y el silenciamiento obsceno que se tuvo en cuanto a la relación amorosa de nuestro Libertador con Manuelita. Efectivamente, se le declaraba “Libertadora del Libertador”, pero había la subliminal disposición academicista de no mencionar a profundidad el amor que los unió hasta el final de sus días. Habría que hurgar, si es que se hicieron documentos de las reuniones efectuadas en la Academia Nacional de la Historia, si reflejaron los matices emocionales de sus miembros cuando debatían sobre Manuelita Sáenz y lo que no autorizaron para ser publicado en los textos escolares y universitarios.
En el caso del pronunciamiento hecho por la Academia Nacional de la Historia, vale la pena resaltar el carácter retrogrado de sus conclusiones. En iguales circunstancias que el Vaticano que no aceptaba la teoría Darwiniana (a duras penas la acepta ahora en partes), los ilustres académicos basan su documento en las conclusiones de Reverend, en el Dr. José María Vargas y en una reunión de dos días que efectuaron en 1963 y en la que, por cierto, ni siquiera exhumaron los restos del Libertador. Es decir que, en abierta contradicción científica hacia una investigación que permita corroborar los documentos históricos que se poseen, incluyendo los últimos avances en investigación genética, tratan de impedir los elementos históricos que permitirían enriquecer lo que debería ser para ellos un dogma: la fidelidad de los eventos históricos que le dieron luz a esta Patria. En consecuencia, nos hacemos varias preguntas: ¿Cuál es la verdad histórica, la que quieren contarnos o la que realmente pasó? ¿Cuál es la verdad histórica, la que construyen los historiadores en conciliábulos de la Academia de la Historia o los eventos que acaecieron en nuestra tierra? ¿Cuál es la historia que le conviene al pueblo, la que ha maquillado la oligarquía o la que originó que la oligarquía se viera obligado a maquillarla?
Pero, lo innegable en el alma de la oligarquía y esa clase media intelectual que se crió dentro de la estructura puntofijista; clase media intelectual que justificó el silenciamiento del Simón Bolívar de carne y hueso para ajustarla a los valores capitalistas que se instalaron en la sociedad venezolana, fue el carácter racista y excluyente que heredaron de la colonia.
Por ejemplo, el caso de Guillermo Morón, Elías Pino Iturrieta, José del Rey Fajardo s.j., Ildefonso Leal, Manuel Rodríguez Campos, Simón Alberto Consalvi, Marianela Ponce, Blas Bruni Celli, Ermila de Veracoechea, Tomás Enrique Carrillo Batalla, José Rafael Lovera, Santos Rodulfo Cortés, Pedro Cunill Grau, Héctor Bencomo Barrios, Manuel Caballero, Germán Carrera Damas, María Elena González de Lucca y otros firmantes, incluso Ramón J. Velázquez, del horrendo comunicado que ha emitido la Academia Nacional de la Historia, algunos de origen humilde, otros de origen mantuano, todos tienen un denominador común: desprecian al pueblo que acompañó a nuestro Libertador Simón Bolívar en la gesta independentista. Todos participaron de hecho y omisión en el golpe del 11 de abril de 2002 y el paro petrolero, amén de estar representando pública y notoriamente a la oposición en declaraciones a canales golpistas. Y, parece mentira, una de las razones que les mueve a ser abiertamente enemigos de cualquier intento científico de la Revolución Bolivariana por ajustar los eventos históricos a la realidad, es meramente racial. No le perdonan a un digno heredero de la raza perfecta (indios, blancos, negros, mestizos, zambos o mulatos) que hurgara y resucitara el espíritu libertario del hombre noble, magnánimo y revolucionario que fue Bolívar; acaso, visionario que nació adelantado a su época.
El Comandante Hugo Chávez, zambo a mucha honra, rompió con los esquemas de una sociedad que construyó a un Bolívar ajeno al sentimiento popular. Es el Comandante Chávez él que despertó la curiosidad y la sed de conocimiento histórico de nuestros próceres. Mientras el puntofijismo encerró al Libertador en el Panteón Nacional, Chávez lo eleva a condición espiritual de fe y esperanza. Que eso lo haya hecho un zambo, un vendedor de arañas que alcanzo la talla de estadista, no se lo han podido perdonar una cofradía de bueyes que empujaron la historia al basurero del olvido y el fastidio.
Basta con hacer un breve recuento de la impunidad en que se manejaron los herederos de Santander y Páez, que al escudarse en un presunto nacionalismo oligarca, terminaron uniéndose a la neoburguesía que se fue conformando por buena parte de la inmigración europea durante la década de los cincuenta, para convertirse en el poder detrás de los políticos, en el poder de la banca, de Fedecamaras, Conindustria, financistas y corruptores de la vieja clase política que nació con el Pacto de Punto Fijo. Todavía hoy siguen manejando ingentes recursos provenientes del robo a depositantes (Caso Banco Federal), de tontos provenientes de la clase media que sigue creyendo en la bolsa de valores (Caso Econinvest), algunos de ellos que siguen atentos a la noticia que genera matrices permanentes (Caso Globovision) en contra de la Revolución Bolivariana.
Son estos los historiadores que siguen siendo financiados por estos grupos del poder económico que amasó grandes fortunas bajo la sombra de una historia contada para prevalecer, para manipular, para enajenar, para adormecer y enterrar bajo tierra el mensaje libertario de nuestro Padre Libertador, Simón Bolívar.
Finalmente, habría que considerar si son estos representantes de la anquilosada academia de la anti-historia, los destinados a ser guardianes de la historia venezolana.
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