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Chávez y Fouché: ¿Metáforas?

Cuentan que Napoleón Bonaparte, al ver acercarse en cierta ocasión a Charles Maurice de Talleyrand apoyado en el hombro de Joseph Fouché, comentó: “Ahí viene la astucia apoyada en la maldad”.

Todo lo que se refiera a Fouché  es terrible y muy lamentable, no hay nada que aprender acerca de tan siniestro personaje. 
 
Hay mucho revolucionario come candela, que aprenden muy rápido el arte del servicio publico en función del provecho personal y familiar, sin importar el daño que causan, pero siempre esperando recibir la bendición del poderoso, o de los poderosos; obviando todo cegados por la adulación, lo importante de servir a los ideales, de prestar un servicio publico al pueblo, no sembrando falsos sueños y esperanzas. Mucho  rojo rojito, hoy día, no entiende la revolución, ni morirán por la revolución como lo manifiesta a cada rato el presidente Chávez, para muchos es para vivir de la revolución, para enriquecerse con la revolución, practican un cinismo de apariencia, de que sirven y trabajan para la revolución. 
 
Chávez debería mandar a cruzar un perfil de funcionarios del alto, medio y bajo gobierno con lo que fue la personalidad de Fouché, una especie de ADN Revolucionario y se llevará una sorpresota. Para que se entere sino lo sabe de lo que es un burócrata oportunista. Sobre todo el Fouché mayor, que esta detrás del poder desde hace 11 largos años, lo cual no deja de ser verdad (¿adivinen quien será?). Sin embargo, es necesario precisar que en sus inicios fue pieza clave en los inicios de la revolución bolivariana ocupando altos cargos en el gobierno bolivariano. Así como lo fue Fouché con los girondinos, luego con los radicales jacobinos, Este personaje criollo como Fouché formó parte del Directorio de la República, fue Excelencia, Caballero de la Legión de Honor, Ministro, dignatario. Culminando ambos sus vidas como multimillonarios, faltándole a uno de ellos ser Duque de Otranto, arrepentido (Fouché) de muchos de sus pecados. ¿Pero se arrepentirá el otro? Pero es indudable que en cada uno de  esos cargos, ambos fueron implacables, terribles y meticulosos. Jugó uno con el poder, y el poder lo destruyó. ¿El poder destruirá al otro? 
 
Fouché se  enfrentó al Poderoso, al dueño de Europa, al genial y temible Napoleón, quien lo conocía muy bien, y sabía también que Fouché era envidiable, que poseía una inteligencia increíble, era una persona de cuidado, pero se sabia en el medio político que los hombres próximos a Napoleón sólo podían ser dos cosas: o sus esclavos o sus rivales. No había término medio. Napoleón, sabía cada jugada que Fouché realizaba. Arrugaba en el momento más peligroso, como abandonó a los girondinos, a Robespierre y a los termidoranos; en forma semejante traicionó a Paul Barras, su salvador. 
 
Fue diputado de Nantes, a la Convención. Cuando se plegó a los girondinos, asumió una posición en función de la mayoría que ya había calculado, su voto se plegó a favor de la muerte del Rey, pasando por la guillotina al temido Luis XVI. Esto lo ubica, entonces, con los radicales, con los jacobinos, donde estaba el enemigo de toda su vida el implacable Robespierre. Sin embargo, ni Robespierre, ni Jean Paul Marat, tenían la lacerante pluma de Fouché, sus opiniones lo revelan como un verdadero comunista dogmático. “Todo está permitido a los que actúan en nombre de la República. Quien se excede en cumplirlas, quien aparentemente pasa del límite, aún puede decirse que no ha llegado al fin ideal. Mientras quede sobre la tierra un solo desgraciado, debe proseguir el avance de la libertad. La revolución esta hecha para el pueblo; pero no hay que entender por pueblo esa clase privilegiada, por su riqueza, que ha acaparado todos los goces de la vida y todos los bienes de la sociedad. El pueblo es únicamente la totalidad de los ciudadanos franceses, sobre todo esa clase social infinita de los proletarios que defienden las fronteras de nuestra patria y que sustentan a la sociedad con su trabajo. La revolución sería un absurdo político y moral si no se ocupara más que del bienestar de unos cuantos cientos de individuos y dejara perdurar la miseria de veinticuatro millones de seres. Por eso sería un engaño afrentoso a la humanidad el pretender hablar siempre en nombre de la igualdad, mientras separan aún a los hombres desigualdades tan tremendas en el bienestar” Fin de la cita… (Comparen y juzguen camaradas, cualquier parecido con la realidad  en la revolución bolivariana hoy, es pura coincidencia)…. 
 
Así opinan muchos rojos rojitos hoy día, pero con el paso del tiempo se van metamorfoseándo, convirtiéndose en los ricachones que la revolución no necesita, pero lo aprendieron de Fouché. Capaces de arrastrase al mejor postor. Es de estos nuevos Fouché, que Chávez tiene que cuidarse, es la hora de abrir los ojos. Muchos han aprendido la enseñanza, cobijándose bajo el manto del servilismo y la adulancia. Los nuevos genios tenebrosos que la revolución bolivariana ha creado deben ser aislados. No sólo de los ‘alacranes’ del difunto General Müller es que debemos cuidarnos, es de los nuevos Fouché que hay como arroz en la actualidad revolucionaria. 
 
Chávez como militar debe saber como se mueven las piezas, como ubicar a los mejores revolucionarios, que los hay de sobra.  Llegó el momento del descarte, de siquitrillar a los oportunistas, es necesario que los mejores hombres, llenos de esperanza, sean llamados para así construir la patria que el pueblo reclama.  
 
Es obvio que en la medida en que estemos familiarizados con la historia, que conozcamos que la astucia de Talleyrand le permitió sobrevivir a las convulsiones políticas y sociales que se produjeron en Francia desde 1789, hasta el Congreso de Viena en 1815, y que Fouché era el jefe del aparato represivo francés, lo mismo durante la revolución que en el imperio. Este conocimiento histórico es el que nos permite comprender que astucia y maldad son, en este contexto, alusiones por antonomasia a Taillerand y Fouché, respectivamente. Y es obvio también que era mucho más significativa para los oyentes de  

Napoleón en la medida en que ellos tenían experiencia directa de la astucia de Talleyrand que le permitió sobrevivir incluso al Terror, y de la maldad de Fouché quien, al igual que Talleyrand, también sobrevivió a todos las convulsiones de la Francia de la época. De modo que la metáfora por antonomasia que usó Napoleón fue comprendida inmediatamente por sus oyentes en la medida en que exponente y oyentes compartían ciertos conocimientos sobre los dos personajes aludidos. Sin esos conocimientos compartidos entre exponentes y oyentes es probable que la malicia de la aseveración napoleónica no hubiera sido correctamente comprendida y  hubiera sido insignificante o malinterpretada. Ahora bien, Napoleón pudo proferir  ante terceras personas, y probablemente no lo hubiese proferido ante las personas aludidas porque una de las explicaciones  para los oyentes de Napoleón era que éste estaba compartiendo con ellos una intimidad y, por el mero hecho de compartirla, la estaba reforzando. 

Estas reflexiones sobre la anécdota atribuida a Napoleón  permiten plantear la cuestión de la relación entre metáfora,  intimidad, y revolución de entenderse la tesis de que una metáfora se origina allí donde existe una situación de intimidad, y que a su vez, el uso de esa metáfora sirve para fomentar la intimidad entre los exponentes. Y precisamente el éxito de una metáfora consistirá justamente en que abandone el ámbito de la  intimidad en que se ha originado y pase a ser compartida y comprendida por el mayor número posible de exponentes. Y una metáfora tiene que nacer en un ámbito de intimidad compartido por un número no excesivamente grande de exponentes para que sea posible su correcta comprensión en función de los saberes, creencias, opiniones y usos sociales que comparte ese grupo de exponentes. Y el hecho de que esa metáfora se extienda a grupos cada vez más amplios de exponentes hasta ser comprendida, aceptada y usada por la mayoría de los facilitadores de una lengua será precisamente la mejor prueba de que el grupo inicial de exponentes entre los que se acuñó la metáfora ha conseguido extender al resto de los facilitadores sus saberes, creencias, opiniones o usos sociales.

Percasita11@yahoo.es


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Edgar Perdomo Arzola

Analista de políticas públicas.

 Percasita11@yahoo.es      @percasita

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