En estos tiempos, como en muchos otros de la historia, cuando se habla de cambios esenciales, mayores o menores, y de su necesidad, inmediatamente surge el ejercicio del criterio de si estamos frente a lo mismo disfrazado o si se trata de un embrión que romperá, durante su crecimiento imprescindible, con una estructura o molde que hacía inviable a lo nuevo y mantenía encadenadas las aspiraciones mejores de los individuos y de los pueblos. Y es una verdad irrebatible que la humanidad ha avanzado en todos los campos por revoluciones, pequeñas o grandes, en las formas de pensar y hacer para afrontar una realidad que estaba presente e inamovible, y para encarar un futuro más promisorio e ideal.
Cuando se trata de cambios radicales que involucran a toda la sociedad en su conjunto y es partícipe todo el pueblo, no importa que grandes bandos contiendan en sus inicios, estamos presente, de la noche a la mañana, frente a una revolución que estremecerá los cimientos del entramado social ya caduco. Se iniciará así una nueva etapa de la humanidad o de un pueblo que imprimirá un dinamismo extraordinario a la obra creadora que irá conformando la nueva realidad más justa y coherente con el desarrollo humano y social. Esas son lecciones escritas e inscriptas en las páginas de la historia, que constituyen un legado inapreciable para las generaciones sucesivas, aunque existan personas y clases empeñadas en desconocerlas e ignorarlas, renuentes a aceptarlas como verdades indestructibles, y dispuestas a batallar contra elllas con el poderío de las armas, de las riquezas o de las influencias sociales, para impedir los cambios que los pueblos y la humanidad reclaman y necesitan.
La Revolución Bolivariana de Venezuela ha demostrado con su obra y sus ideas, que los cambios en todas las esferas de la vida de un país pueden significar una vida mejor y mayores posibilidades para millones de personas y para toda la sociedad en su conjunto. Aún así falta mucho trecho que avanzar todavía. No es posible lograr cambiar mágicamente en apenas una decena de años, todo lo que no se hizo o hizo mal en doscientos años y todas las frustraciones, por lo tanto, de las ideas y sueños de su Libertador Simón Bolívar. Sin embargo, para conseguir toda la justicia, no se requerirán otros doscientos años, si el pueblo venezolano sabe defender todos los días y mucho más en los próximos campos de batalla, frente a la reacción de los partidocracia añeja, que serán las elecciones parlamentarias y las futuras elecciones que vendrán.
Con su unidad y apoyo a los candidatos de la Revolución Bolivariana, y su boicot a los candidatos opositores, no importa el disfraz o imagen con que se presenten estos últimos, hará posible que la revolución no pierda fuerza. No se puede olvidar por los revolucionarios, por los chavistas, o por el ciudadano más neutral, que la división en política es la muerte. Y que el papel de defender lo que se tiene o lo que falta y se quiere, corresponde a cada ciudadano, hombre o mujer, con un arma formidable para el momento de las grandes decisiones: la participación en las elecciones mediante el voto depositado conscientemente en las urnas.
Por tanto, ahora es la hora de la revolución. Es la hora de tener presente a ese ilustre poeta y político venezolano Andrés Eloy Blanco (6 de agosto de 1897-21 de mayo de 195), cuando expresó en forma magistral las aspiraciones de los pueblos sufridos, pertenecientes también a una humanidad sufrida. Estas son sus palabras:
“Lo que quieren los pueblos es que se le dé a la tierra, el sembrador que pide; y al sembrador, la tierra que reclama. Lo que quieren los pueblos es que su pan tenga el tamaño de su hambre; y su gobierno tenga la forma de su justicia.”
¿No están hoy cumplidas en Venezuela, en gran parte, estas aspiraciones de su pueblo? De pronto, ya poseen el gobierno que tiene la forma de su justicia. Ya el sembrador y la tierra andan del brazo, aunque se requiera un abrazo más grande de lo nunca soñado.
Cuando el presidente Chávez ha realizado un balance de lo logrado en estos años, a pesar de la oposición tenaz del imperio y sus lacayos de dentro, a pesar de toda la ofensiva reaccionaria en todos los campos, se ha podido constatar la colosal obra de libertad y justicia de la revolución, no porque él lo dice simplemente, sino porque lo que dice lo puede constatar y tocar con sus manos el propio pueblo.
También lo ha dicho, y se debe decir, si bien es mucho lo alcanzado hasta ahora, aún falta mucho más, y para eso se requiere que la Revolución tenga libres las manos de cualquier atadura que trate de imponerle la reacción vendida a los intereses yanquis.
Si bien el pan se distribuye para matar el hambre secular que padecían los sectores pobres en forma de acceso a los bienes alimenticios de consumo, también el pan puede concebirse como cosa concreta para matar otras diferentes formas de hambres. Así puede ser pan de la educación para acabar con la ignorancia; pan de carácter económico para enfrentar la miseria y mayor desarrollo; pan de la salud para disminuir las muertes, mejorar la calidad de vida y enfrentar la insalubridad; pan de la cultura para elevar la espiritualidad de las personas y hacerlas más libres; pan del ejercicio del poder y de la participación en el gobierno, a través de una inclusión de todos en el quehacer político real; pan de la libertad para poderla ejercer plenamente mediante la voz y su papel dentro de la sociedad; pan del ejercicio físico o los deportes para mejorar la vida, para disfrutar de un nivel superior a nivel nacional e internacional; pan para el desarrollo de las ciencias y poderla poner en función del desarrollo y la solución de problemas vitales en todos los campos; pan para aumentar el amor y la solidaridad entre los distintos sectores del pueblo venezolano y entre los otros pueblos del mundo; pan de la independencia, la soberanía y la libre determinación para ser dueños verdaderos y plenos de su país y, por lo tanto, de todas sus riquezas materiales y espirituales; pan de los valores para que sea ley de la república el culto a la dignidad plena del hombre.
En fin, el tamaño actual de ese pan integral, al que hacía referencia Andrés Eloy Blanco, es hoy inmensamente grande en comparación con el del pasado y el cual ofrecía con tacañería y egoísmo la política burguesa tradicional que entonces gobernaba y que ahora, trasnochadamente, pretende resurgir mediante el engaño y falsas promesas. Ese pan a pesar de ser hoy inmenso, tiene y debe crecer para satisfacer aspiraciones que aún faltan por concretarse, pero la misión de amasarlo con manos amorosas y sabias e incorporarle toda la levadura que requiere, corresponde a todos los hombres y mujeres que en Venezuela, como en todas partes, aspiran justamente a un futuro mejor.
No crean los ciudadanos ni los revolucionarios que, puesto que la Revolución está triunfante y parece consolidada, y marcha decididamente hacia adelante, ha llegado la hora del descanso y la disminución del esfuerzo y el sacrificio puestos abnegadamente a disposición del movimiento revolucionario.
La Revolución Bolivariana está definitivamente consolidada a la luz de los episodios que hasta ahora ha debido afrontar junto al pueblo. Es cierto que la Revolución marcha con pasos seguros hacia los horizontes que se ha trazado. Pero es necesario que se comprenda una cosa: Que la Revolución no marcha sola, que la Revolución no puede marchar sola. Que la Revolución marcha impulsada por la labor y el esfuerzo de todo un pueblo. Que cada hombre o mujer, que los jóvenes, niños y ancianos, que cada uno de los ciudadanos del país, es parte esencial del motor potente que lleva a la Revolución hacia adelante, buscando el cumplimiento de sus fines y objetivos.
Ahora es la hora que requiere el trabajo incansable de cada uno de los ciudadanos de la patria. Ahora es la hora que pide más esfuerzo y sacrificio de cada hombre y mujer. Ahora es la hora que espera ansiosa el retorno a la lucha de los que ayer lucharon tan gallardamente para que llegara la hora presente. Ahora es la hora de persuadir, convencer con la verdad, atraer a los neutrales e indiferentes, frenar las arremetidas de los enemigos. Ahora es la hora que exige el desinterés y la pureza de todos los hombres y mujeres del país. Es la hora de demostrar las virtudes y el ejemplo como paradigmas de la política revolucionaria de nuevo tipo. Ahora es la hora de trabajar inteligentemente en beneficio de la Revolución y de la gran obra que está llevando a cabo para el progreso y la felicidad de la patria de Bolívar, la patria de cada uno de los hombres y mujeres cobijados bajo el cielo azul de Venezuela.
Ahora es la hora de saber defender a la Revolución Bolivariana frente aquellos que quisieran destruirla y con ello vengarse del pueblo que se liberó un día de sus ataduras, supo defender a Chávez, no sólo presidente sino también compañero, del traidor golpe de estado y de todas las zancadillas que han querido imponerle al pueblo y a su revolución auténtica.
Ahora es la hora de sólo escuchar la voz de la Revolución y de Bolívar, y de desoír los cantos de sirenas de los que sólo buscan un triunfo para petardear la obra realizable por la Revolución, o poder un día aherrojarle nuevamente con cadenas para poder satisfacer sus apetititos insaciables y su afán ilimitado de riquezas materiales.
En fin, venezolanos, esta es la hora del dilema planteado por William Shakespeare: ser o no ser. Para bien propio y de la Patria venezolana y del mundo, y de la Revolución Bolivariana que lo representa, no queda otra opción posible y consecuente, que SER.
wilkie.delgado@sierra.scu.sld.cu