En
estas elecciones, donde no estuvo en medio del debate la figura o continuidad
del Comandante Chávez en la dirección del país, un mismo escenario
se ha venido ratificando y desarrollando motivado por muchos factores,
el mismo que algunos han interpretado como: desgaste, o castigo. Claro
está, no nos referimos aquí al supuesto desgaste del Comandante Chávez,
o castigo hacia su gestión -tal como la canalla burguesía venezolana
ha pretendido hacer creer-, sino nos referimos al desgaste y castigo
hacia algunos dirigentes del PSUV por su mal manejo del Estado. El pueblo
reconoce la gigantesca tarea que lleva a cuesta el líder de la revolución,
pero también sabe que un sólo hombre no puede hacer o mover montañas,
tampoco hacer la revolución; el pueblo reconoce que existen algunos
dirigentes que entorpecen la labor del Comandante. Nuevamente hoy vuelve
a plantearse la aplazada tarea de las 3R (Revisión, Rectificación
y Reimpulso). Pero esta vez no deberá limitarse a las políticas económico-sociales;
a los programas e ideas que bien han ido marchando y afinándose con
las discusiones que se suscitan una vez se plantean, sino, más bien,
hacia las personas que dicen acompañar al Comandante Chávez.
En este articulo hemos
querido tratar sólo un punto de los diversos que deben ser tomados
en cuenta para la reflexión necesaria. Pues, es necesario plantear
diferencias entre dos términos que históricamente se han entendido
como complementarios,
pues la lealtad a una individualidad no necesariamente siempre es lealtad a sus ideas. La lealtad personal
no define el nivel de conciencia y compromiso de nadie.
Llega el momento en que salen a la luz todas las contradicciones internas
y las pequeñeces de algunos personeros comisionados en importantes
cargos dentro del Estado salen a relucir. Estos, quienes se sirven del
poder para gestionar prebendas en beneficio propio, terminan propinándole
un gran daño a la revolución. Lo hemos expresados en muchos otros
artículos: son precisamente ellos, los Quintas Columnas, quienes
más daño hacen a la revolución y a la imagen del Presidente Chávez;
quienes influyen de manera negativa en la conciencia del pueblo, y que
terminan por desmoralizar y desmovilizar a muchos. La máxima de
José Martí que dice “La mejor forma
de decir es hacer” es también la mejor forma de conocer a muchos
que prefieren callar y no decir lo que verdaderamente sienten y buscan,
y con sus prácticas en la administración del Estado nos dicen todo.
Nuestra revolución
ha padecido de muchas traiciones. Es el karma que sufren todas las revoluciones
cuando profundizan sus políticas de cambios y se enfrentan a la clase
dominante: los poderosos. El filosofo Jean Paúl Sartre siempre recordaba
que la paz celestial en una revolución no existía, y quien la busque
debería irse al cielo. La revolución la estamos construyendo con los
propios venezolanos. La mala gerencia del Estado y la traición son
producto de la vieja cultura política del oportunismo, del sectarismo
y del amiguismo arraigado en los tuétanos de algunos dirigentes. Es
la herencia de la vieja cultura del egoísmo; la cultura del capitalismo
que ha estado presente, o mejor dicho, la anti-cultura que debemos destruir.
La administración del Estado no puede seguir siendo dirigida por los
amigos “leales”, familiares y grupos sectarios. Ni por burócratas
que buscan concentrar cargos dentro de la administración pública,
contribuyendo a generar trabas, burocratismo e ineficiencia.
Cuando
el padre de la Revolución de Octubre, Vladimir Lenin dijo que "la
revolución es sólo obra de revolucionarios", lo planteó
como una advertencia producto de la experiencia soviética. Lenin insistía
en diciendo que la revolución es sólo obra de verdaderos Cuadros revolucionarios,
de dirigentes convencidos con las ideas del socialismo, aceptados y
apreciados por las masas populares, de la misma manera como lo es el
líder de la revolución; que la revolución es sólo obra de una vanguardia
capaz de reunir cualidades como: conciencia política crítica, conocimientos
técnicos gerenciales, moral y la lealtad al líder de la revolución;
que los revolucionarios son aquellos que hacen lo que dicen y no se
limitan a decir lo que van hacer; que la revolución sólo puede desarrollarse
en la medida que esa vanguardia entienda que debe delegar poderes, construir
espacios para la participación efectiva del pueblo y de los trabajadores.
La
propia dinámica de nuestra revolución, entre otros factores, nos ha
impedido apreciar lo imprescindible de contar con un Partido verdaderamente
consolidado e identificado con las ideas socialistas; con una dirección
compartida compuesta por Cuadros genuinamente revolucionarios que planteen
ideas, propuestas, y que tengan iniciativas políticas; con una dirigencia
que sea reconocida por el pueblo por sus cualidades morales y éticas
irrebatibles.
Decía Clausewitz que “la guerra es la continuación de la política por otros medios" y también viceversa. Pero cuando se trata propiamente de política y de la dirección del Estado, no debe faltar la conciencia y las habilidades políticas-técnicas del Cuadro. Aquí no se trata de buscar lealtades personales, sino de hacer la revolución. La lealtad es para con las ideas de la revolución.
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