Juan Carlos Fernández

El genio de la escatoloplasia:

Desde hace algún tiempo ya, unos renombrados físicos, cuya fama ha trascendido merecidamente todas las fronteras, después de muchas horas robadas al sueño, a los proverbiales tres golpes y hasta al aseo personal; después de meses y más meses de arduo trabajo y de complicados cálculos infinitesimales, con los cuales llenaron pizarrones y más pizarrones; después, incluso, de imprecarse a sí mismos diciéndose: “pero pedazo de animal, burro de cuatro patas y rabo ensortijao, no te estáis dando cuenta, chico, de que la línea coloidal del radical No. 5, no coincide con los módulos de la periferia circunstancial de la hipotenusa hegeliana?”. En fin, después de todos estos sacrificios y sinsabores, y cuando ya las meninges no daban para más y estaban a punto de claudicar, lograron el descubrimiento que con tanto afán habían estado buscando.

El hallazgo científico produjo una explosión de alegría imposible de describir. No sólo por lo que representaba desde el punto de vista del progreso de la ciencia, puesto que destruía algunos mitos que aún quedaban como verdades absolutas en este campo, sino porque, además, ya podían volver a la vida normal. Ya podían comer como dios manda, ya se podían bañar y quitarse el costrero de mugre que, como consecuencia de tantos meses sin ver el agua, se había acumulado sobre sus desvencijados y malolientes organismos.

Sin embargo, como no toda dicha es duradera, no habían terminado las dionisíacas celebraciones a las que se habían entregado, hete aquí que se les apareció de nuevo, como un intimidante espantajo, otro complicado problema. Un día, mientras se encontraban sentados a la mesa ante sus opíparos condumios, uno de ellos preguntó: “Ajá, ¿y ahora cómo vamos a definir el resultado de nuestras investigaciones? ¿Cómo lo vamos a explicar en pocas palabras, tal como lo hizo Einstein con su teoría acerca de la relatividad? ¿Lo recuerdas? ¡Claro! hombre. Aquello de que no es lo mismo estar sentado en un sofá junto con jeva  buenota y cariñosa que estar sentado sobre un anafe encendido a toda mecha.

Eso fue suficiente para que el hambre, que les devoraba a dentelladas las vísceras, desapareciera como por arte de magia, y se volviera de nuevo a las noches en vela, a la falta de baño, a los aniquiladores ayunos, en fin, a las  mismas vicisitudes y suplicios que ya hemos descrito en las líneas anteriores.

Decepcionados, pues ni siquiera las academias de ciencia y de la lengua los habían podido ayudar, uno de ellos se vino  a Maracaibo para visitar a un familiar y tomarse, de paso, un merecido y justo descanso. Se encontraba viendo televisión, cuando por casualidad se tropezó con el canal once, es decir, con el canal de los sorteos de lotería amañados. En ese preciso momento se encontraba antes las cámaras el miscrocópico personaje que a esa hora, l PM, aparece todos los días dictando cátedra de conocimientos lingüísticos, al punto de que el DRAE se vio obligado a recoger una de sus expresiones favoritas: “salcocho” (agua y sal). En esta oportunidad no hablaba de salcocho sino de lo siguiente: “El diferimiento parabólico de los intersticios intercostales –decía el sietemesino locutor con su estudiado aire académico-, afecta los dirimientos espasmodiales de la catalepsia parenteral”. Al escuchar el sabio estas doctas reflexiones, pegó un salto y gritó…”¡Eureka!”. Y poco faltó para que, como el sabio de Siracusa, saliera desnudo a la calle gritando: “lo hallamos, lo hallamos”.

De inmediato, la noticia de tan espectacular hallazgo se regó como pólvora por todos los centros científicos del mundo y muchas academias, incluyendo la sueca, les recomendaron a su par de la Lengua que le otorgara al disminuido locutor el Cervantes de oro. La academia aceptó gustosa la sugerencia, y cuando ya se iba a dar inicio a la entrega del prestigioso galardón, repentinamente, y sin que nadie los hubiera invitado, se aparecieron los Robertos, impertinentes, como siempre.

Reclamaban estos intrusos que el premio les correspondía a ellos por ser los afortunados autores de esa expresiva y elocuente perífrasis que dice: “paradigma sintagmática de la yuxtaposición derivativa”.  

Bueno, pues, los académicos de la lengua, que generalmente son personas muy circunspectas y de una solemnidad sacrosanta y monacal, de inmediato se dividieron en dos bandos antagónicos, y enarbolando diccionarios de todo tipo y hasta la gramática de Nebrija, se enfrascaron en una ruidosa discusión que convirtió el augusto recinto de las letras prácticamente en una escandalosa y agresiva gallera. Por su parte, los partidarios del exiguo locutor argumentaban que éste, además de los geniales apotegmas señalados, también era el autor del vocablo “dirimiento”; vocablo multiuso que lo mismo podía referirse a un colibrí, una flor que a una serpiente de cascabel, hazaña lingüística hasta ahora no igualada por ningún otro idioma.

La cuestión, pues, es que se había producido un empate técnico que no había manera de resolver. Hasta que alguien, entrando bruscamente con un papel en la mano, gritó: escuchen, colegas, lo que dice esta nota que yo creo que resuelve definitivamente el diferendo. “Bueno, léelo, pues –rezongó un académico, más arrecho que Alexis Márquez Rodríguez cuando alguien le descubre un gazapo- y todos guardaron un expectante silencio, mientras el recién llegado leía otra frase del minúsculo locutor. “La ditirámbica obsolescencia –decía la nota- de la paradigmática morbolidad, es una de las principales deficiencias de este régimen chavista que impide la microfísica aportación de los apodícticos”. Ni que decir tiene que el que finalmente se hizo acreedor al máximo galardón, es decir, al “Dirimiendo de Diamante”, fue el Dr. Salcocho, o sea, el mermado locutor del lúdico canal Once.

Por nuestra parte, creemos necesario dejar pública constancia de nuestro apoyo a esta decisión, porque de alguna manera viene a hacerle justicia a quien, por su cómica figura de circo, se ha convertido en el deleite de la chiquillería marabina. Como se habrá podido dar cuenta el lector, se trata de Argenis D’ Arienzo, alias medio cuerpo, que había sido expulsado del Canal 11 debido a su escabrosa y desordenada vida privada. 

Del otro, Juan Carlos Fernández, corruptor de menores y conocido en los bajos fondos como Juanga la pachanga, Juanga, apelativo utilizado en los bajos fondos, no digo nada, porque de eso el que debe ocuparse son los organismo en cargados de velar por la moral y las buenas costumbres. 

alfredoschmilinsky@ hotmail.con

Perito en sincrotecnia  

Nota: Acabo de recibir la denuncia desde Carabobo, de parte de la señora  Elba Ibara, en el sentido de que los nuevas autoridades del Ministerio de la Mujer en esa Región, acaban de hacer una degollina de trabajadores al servicio del citado Ministerio en esa entidad.



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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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