Duélale a quien le duela, la verdad es que nuestra revolución no puede
tener curas, es decir, personas que adhieren a —y son legitimadas por—
la Iglesia, organismo antidemocrático por excelencia y en nombre del
cual fue perpetrado el mayor genocidio de la historia terrenal, donde
fueron salvajemente exterminados de 20 a 70 millones de nativos
americanos durante los primeros 100 años de la Colonia. Por ello
(y sin hablar de aquellos curas de la oposición que conspiran
abiertamente contra nuestro proceso), no resulta menos escandaloso e
incongruente que representantes OFICIALES de esta religión pretendan hoy
integrar las filas de nuestra revolución sin antes quitarse
respetuosamente los hábitos de su confesión. ¡No hemos visto a ninguno
hacerlo!
Debido a esto, tenemos que instar a tales personas, previo a su adhesión a nuestras filas, a abandonar su lealtad a semejante institución divino-monárquica, la cual encarna la negación misma de los principios defendidos por nuestra causa. Estamos haciendo política, señores, y ese es el primer paso político que les corresponde dar. No se puede ser leal a nuestra revolución siendo aún miembro del Vaticano, sería una actitud que comporta el cinismo de una doble moral. Dicha "beatitud" pretende tomarnos dos veces por idiotas.
Por otra parte, a todas aquellas personas que se consideran llamadas a ejercer el ministerio de Dios en la Tierra (aun aquellas pertenecientes a las auto denominadas "teologías revolucionarias" y que dan aparentemente muestras de buena voluntad), debemos decirles que antes de adjudicarse el título de revolucionarias y poder ser admitidas como camaradas en nuestra revolución, deben liberarse a sí mismas de todo pretítulo (léase prejuicio) de carácter divino, y no mezclar su fe personal (subjetiva) en los asuntos de orden social (objetivos) a los que nuestro proceso propone dar solución; pues estos asuntos, además de poder ser tratados y llevados muy bien a término sin la participación del tipo de subjetivismo comprendido en toda creencia religiosa, implican la solución de problemas cuyo origen y responsabilidad histórica residen, justamente, en una participación amoral y repugnante de la Iglesia. Debemos instar a todo aquel que quiera adherirse a las filas de nuestra revolución bolivariana, a declararse ante todo persona laica; y luego, o más bien sólo entonces, a proseguir en una lucha que es, ante todo, lucha "de igual a igual", de "hombro con hombro"; que ni siquiera es "lucha junto al pueblo", sino "en tanto que pueblo"; lucha que es de la gente y para la cual basta por único título el de "gente"; lucha en la que no sólo es innecesario, sino incluso altamente peligroso, servirse de otra representatividad, adherencia o credo que la causa misma revolucionaria. Ésta ha de ser más que suficiente.
Se trata de la "causa revolucionaria" de una revolución que es, claro está, socialista. Y si bien el socialismo es una idea presente en las palabras de aquel hipotético hombre (de improbada historicidad) llamado Jesús de Nazareth, éstas no legitiman en ningún momento la institución divino-monárquica creada posteriormente en su nombre, y que contradice en forma patente y escandalosa desde siempre.
Una forma oportuna y adecuada para todo cura simpatizante con nuestra revolución —así como para cualquier persona— de reivindicar las palabras del mencionado hipotético maestro, es la de sólo permitirse, cada quien, asumir nuestra lucha social revolucionaria tras un desconocimiento y desvinculación totales, en forma expresa, a la Iglesia. No está para nada en nuestros intereses revolucionarios la reivindicación de las iglesias cristianas ni de ninguna otra confesión religiosa, sólo la reivindicación de los valores morales esenciales de igualdad y justicia que tanto necesitan nuestros pueblos, y de los cuales las instituciones religiosas no pueden hacer un monopolio (pues no sólo no fueron inventados por ellas, sino que no los aprendieron, y mucho menos pueden enseñarlos). Para nuestros profundos objetivos de transformación social, las adherencias de tipo religioso-institucionalistas están sobradamente de más.
No aceptamos, pues, ni debemos aceptar bajo ninguna forma, la utilización de nuestro proceso como vehículo de propagación de intereses religiosos. Nuestro proceso es y sólo puede ser laico, condición inexpugnable del socialismo. Luego, en la sociedad futura que deseamos, la cual solamente puede ser establecida bajo tales principios de Libertad, Justicia e Igualdad, las personas serán libres de interpretar el Universo como quieran.
Mejor, pues, sin curas; pero también sin Presidente orando en el sagrado espacio laico... perdón, PÚBLICO.
He aquí otra de las erres...
xavierpad@gmail.com