El Espejo

Interlocutores

1 Imposible dialogar sin interlocutores. Lo comprobamos en momentos en que hubo la posibilidad de explorar contactos entre los que mantenían posiciones enfrentadas. Es así como se pudo avanzar, por la difícil senda del diálogo, para sentar alrededor de una mesa a los que asumieron la lucha armada ante la política puntofijista y los que la representaban en el gobierno. Ocurrió en el primer período de Rafael Caldera, en medio de graves tensiones, de violencia desatada, con sangre en las calles. Fue expresión de lo que se conoció como "política de pacificación" en el mundo oficial de entonces, y de "paz democrática" en los que combatían el sistema. Más allá de las deficiencias de esa política, de sus magros logros, de garantizar impunidad a los responsables de crímenes horrendos, no obstante facilitó que fuerzas políticas y sociales excluidas de la legalidad, perseguidas con saña, retornaran al ejercicio de sus derechos ciudadanos, siempre con limitaciones, pero con posibilidades de insertarse en la actividad cívica.

2Pero la actitud de la oposición en la etapa bolivariana ha sido distinta. La interlocución, de su parte, es nula, pese a que la oferta de diálogo de Chávez es más reiterativa y generosa comparada con la de la IV República. Esto lo afirmo al contrastar la experiencia que viví entonces con la actual. En especial en el marco de las conversaciones durante el gobierno de Caldera con los sectores ilegalizados, y en las múltiples gestiones que hice ante otros gobiernos de la época para lograr la libertad de detenidos políticos y preservar la vida de centenares de compatriotas. También porque al integrar el gobierno bolivariano asumí, desde Cancillería, Defensa y Vicepresidencia, por instrucciones del presidente Chávez, iniciativas de diálogo con la oposición: partidos políticos, empresarios, organismos gremiales, Iglesia.

3En un reportaje de El Nacional del pasado domingo 23 de enero, caracterizado por la falta de objetividad y las opiniones sesgadas de algunos analistas, se dice que el presidente Chávez "patea la mesa para desviar la atención de la crisis". Y agrega que "por séptima vez en 12 años el jefe del Estado dio al traste con el diálogo" -menciona varias fechas: abril, 2002; octubre, 2002; agosto, 2004; marzo, 2006; marzo, 2007; enero, 2011-. La alusión a las fechas es confusa y no se sabe si obedece a ignorancia de los hechos o a la actitud prejuiciado que mantiene el medio. Pero puedo afirmar con plena responsabilidad que ya en el año 2000, Chávez planteó el diálogo a sectores económicos que comenzaban a conspirar. Fui portavoz de esa oferta y, también, receptor de la indiferencia de los destinatarios. Cuando la situación se encrespó con la Ley de Tierras y se produjo la insólita quema por un directivo de Fedecámaras de la respectiva Gaceta, el presidente me autorizó a buscar acuerdos en mesas de trabajo, mas la reacción fue el desprecio. Luego del 11-A, aparte del gesto de Chávez al regresar al gobierno de reincorporar a la plana mayor de Pdvsa a sus cargos y liberar a los golpistas, me encargó, 15 días después, la misión de coordinar -en el propio Miraflores- una ronda de conversaciones con la oposición: partidos, medios, empresarios, Iglesia católica, todos ellos comprometidos en el golpe. La iniciativa fue pateada por los convocados que andaban preparando el sabotaje de la industria petrolera. Por esa misma fecha los dirigentes de la oposición que compartían con el gobierno la Mesa de Negociación y Acuerdos, coordinada por el secretario general de la OEA, César Gaviria, tan pronto terminaban las reuniones se trasladaban a plaza Altamira a rendir honores a los militares que llamaban a sublevarse contra el Gobierno constitucional. Otra experiencia para tender puentes fue la reunión de Chávez en la casa del ministro de Defensa en Fuerte Tiuna con representantes de la oposición: Fernández, Petkoff, Porras, Gaviria, Pérez Morales, a la que se le restó importancia y le atribuyeron carácter de trampa. Pudiera citar otros casos, pero prefiero referirme a la última oferta de Chávez en su Mensaje a la Asamblea Nacional del 15 de enero de este año.

4Fue una propuesta sincera, transparente, directa, sin pliegues -típica del personaje-, que no se merece la respuesta que ha tenido de la oposición, que induce a pensar en la necesidad de buscar interlocución más allá de ese mundo atrapado por el antichavisno visceral. Es posible decir cualquier cosa sobre el diálogo; sobre las dificultades que hay para hacerlo realidad, pero lo que resulta incomprensible es la descalificación a priori del ofrecimiento de un jefe de Estado para dilucidar, civilizadamente, lo que enfrenta a los ciudadanos. No captar que lo fundamental, en las actuales circunstancias, es mostrar disposición a hablar, a intercambiar puntos de vista, es una colosal torpeza. Que lo relativo a la sinceridad de la propuesta sea lo fundamental, cuando en verdad este dato se aclarará cuando las partes decidan dilucidar diferencias en un escenario para tal fin, indica que no existe voluntad de ubicar la política en el terreno de la racionalidad. Esto que constituye la nuez del asunto, lo vio con claridad un cuestionador permanente de Chávez y del proceso bolivariano, Simón Alberto Consalvi, quien escribió en su columna de El Nacional --23/01/11--, en medio de formulaciones críticas: "No somos enemigos, somos adversarios", ciertamente. Con audacia, el Presidente echó las bases del diálogo. Dialogar sobre los asuntos nacionales que nos competen a todos es la piedra de toque de la nueva situación… cuando el Presidente se sonríe -sigue Consalvi-, unos se desconciertan, otros desconfían, él mismo puede dudar, pero doce años de confrontación estéril no deben prorrogarse. Ser enemigo es cerrar todas las puertas. Ser adversario es correr innumerables riesgos, pero son los riesgos de la política y de la vida. En otras palabras, la paz y no la guerra". Otro columnista, compañero de página del excanciller, tan ácido como él, o quizá más, Alberto Barrera Tyszka, escribió el mismo día: "El Gobierno acaba de descubrir la tolerancia. Hay que tomarle la palabra (refiriéndose obviamente a Chávez) y, encima, celebrarlo. Pero también hay que recordarle que dialogar no significa claudicar, renunciar a lo que se cree y se defiende. Dialogar no significa traicionar. Ahí comienza también la ética del discurso". Por supuesto que sí. Humildemente me permito agregar que lo más reñido con la ética es la traición. Mas en lo escrito por estos dos compatriotas hay una percepción inteligente, aguda, acerca del diálogo, que va más allá de las palabras y que recojo porque me preocupa que no sea esa la actitud que tiene la oposición política. Quizá por eso la importancia de trascender ese ámbito e ir más allá, hacia donde están los ciudadanos con sentido social del diálogo y posibilidad cierta de acercar la política a sus problemas concretos. O para que ellos hagan la política, que es la instancia superior de la democracia y la libertad.

5¿Interlocutores? No hace falta la famosa linterna de Diógenes para hallarlos. Sólo se necesita perseverancia. Y sensatez. Lo confirman los testimonios que he copiado. No hay que desmayar porque tengo la impresión de que empiezan a abrirse algunas rendijas y hay que aprovecharlas. Como ocurre -vaya por caso- con el cruce distendido de ofertas positivas de colaboración entre el presidente Chávez y algunos gobernadores de oposición. Sin duda que hay interlocutores políticos y, más allá, en el país profundo. El desafío consiste en detectarlos, tomar en cuenta su presencia y darles participación.


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José Vicente Rangel

Periodista, escritor, defensor de los derechos humanos

 jvrangelv@yahoo.es      @EspejoJVHOY

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