Si miramos en retrospectiva, todos debemos recordar aquella madrugada intensa y luminosa del 4 de febrero de 1992. Tal vez, esa noche antes, muchos se habían acostado sumidos en la más profunda de las tristezas, con las esperanzas colgadas en los parpados de sus ojos. Así se acostaba la gente en el país de entonces, impregnado por un ambiente de hambre, miseria, desempleo, negocios y chanchullos, falta de viviendas, muchas familias comiendo perrarrina y conchas de plátanos o cualquier desperdicio de migajas que iban dejando los que si tenían para comer, que como siempre eran una minoría. Aunado a ese escenario de dolor y de llanto aparecían los partidos del status (AD-COPEI) nadando en las aguas putrefactas de la corrupción y como si nada ocurriera en este país y a lo interno de la sociedad venezolana, que sentía un profundo desprecio por la dirigencia política de esos partidos, instituciones partidistas que eran y todavía lo son, empresas de negocios auspiciadas por alguien que en realidad los financia y luego cobra, por supuesto, repartiendo porcentajes con los principales dirigentes de esos partidos nefastos para la salud de la patria y la gente.
La frustración colectiva no sólo se quedaba allí, en las voces de la gente y el mirar frio de los partidos, sino que había un desencanto generalizado hacia la democracia e inclusive hacia el Estado mismo. Parecía que no había salida, porque el consenso amarrado en el Pacto de Puntofijo había sido tan trenzado que impedían su desamarre. El sistema político estaba tan rancio que hasta para elegir a una “Reina” o “madrina” de unos juegos de bolas criollas, se consultaba al CEN (Comité Ejecutivo Nacional) de AD o a la cúpula de los copeyanos. Tanto así, que un día por allá en Oriente, en un pueblo llamado Bergantín, donde mi amigo Rafael Villarroel paso sus primeros años de infancia, se armó todo un alboroto por la elección de una “Reina” en unos de estos juegos de bolas criollas, donde los adecos decían que había ganado su candidata y los copeyanos decían que era la de ellos la que había ganado. En silencio y como solución inmediata un revolucionario se robó el mingo y esa noche no hubo ni elección ni juego de arranque.
Pero más que anécdotas, la democracia puntofijista era una farsa, un juego permanente, donde los medios de comunicación sólo informaban las vanidades y banalidades de quienes gobernaban el país, por ejemplo cuando hablaban de la chaquetica a cuadros del Presidente, o cuando micrófono en mano decían: ¡Señores y señoras, nos encontramos a las puertas de la Residencia de Gonzalo Barrios, donde el presidente se encuentra jugando una partida de dominó y nosotros estaremos aquí a la espera para ver que noticias tiene para el país”. Por supuesto casi nunca había declaraciones porque al salir estaban indispuestos por los whiskys que habían consumido. Esa es la verdad de Venezuela, de unos políticos y gobernantes corruptos e ineptos que se burlaron durante décadas de la fe de nuestro pueblo.
Así, en esa madrugada de luna llena llegó el 4 de Febrero de 1992, montado en el roció de la esperanza para empezar a mirar hacia el horizonte de la patria posible. Hace 19 años que se sembró la revolución bolivariana en la conciencia de nuestro pueblo. ¡Viva el 4 de Febrero!
(*)Politólogo
eduardojm51@gmail.com