El 11 de abril de 2002 una marcha de zombies anduvo las calles de Caracas; no eran pocos sino muchos.
Todos tenían los ojos brotados, todos eran pavlovnianos, ninguno era capaz de ser sí mismo; un pool de televisoras privadas entre las que destacan Globovisión, RCTV, Televen, Venevisión y etc, se apoderaron de sus cabezas y, como a perros, los echaron a la suerte de una infernal ruleta rusa.
Ni uno solo de quienes marcharon ese día contra sus propios intereses, contra su propia patria-excepto los líderes-estaban en un sano juicio, se trató de la mayor marcha de locos de la historia de la humanidad.
Julio Borges arengaba y arengaba y una vez que vio partir la marcha, se fue a su casita y se metió bajo la cama, él sabía que sus francotiradores masacrarían a chavistas y a antichavistas, tal vez se frotó las manos y se zampó un whisky, y otro, y otro, y otro, y otro, mientras los pendejos se exponían a la macabra jugada fascista de la recalcitrante ultraderecha criminal.
Carlos Ortega, a la sazón, anduvo en una moto y cuando vio que el avispero se alborotaba, arrancó a lo propio que Julio Borges. Y, ni que decir de los demás jefecillos: Ricky M (gorrita pa´tras), El Cardenal Velasco (Zamuro Negro), Urosa Sabino (y etc), todos, todos, todos sin excepción, dejaron la enorme manada de descerebrados a la suerte del azar, en las calles, y se resguardaron.
Pero, para simplificar, digamos que Julio Borges representa la síntesis de toda esa felonía criminal; y, no precisamente por su importancia sino por su miserable zanganería.
Pero, vencimos.
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