Divertidos los viajes en el tiempo. Desde Rip van Winkle, La máquina del tiempo, de H. G. Wells, hasta la serie Volver al futuro de Robert Zemeckis y Bob Gale, hemos visto mil anacronismos divertidos. Ironizan sobre la época contemporánea, o porque es única o porque todas son iguales. Hay además teorías existenciales más inquietantes de universos paralelos, partículas que retroceden en el tiempo o el Eterno Retorno, o sea, la realidad agotará sus combinaciones y todo recomenzará. Al Big Bang sucederá el Big Crunch, o sea, el Gran Fruncimiento. Ah, que eso se toma una pila de años, vaya, pero va a suceder fatalmente. ¿Fatalmente? Laplace diría que sí, pero la Cuántica que no. Si es que alguien la entiende; el Premio Nobel de Física Richard Feynman se preguntaba entre burlas y veras si alguien entendía la Cuántica. Pero quedémonos con la ficción, más manejable porque sus leyes se conocen más. Digo yo.
La fantasía de viajar en tiempo tal como se viaja en el espacio produce efectos graciosos, como el yanqui en la corte del Rey Artús, de Mark Twain. Pero hay sociedades dizque de «Primer Mundo», esas que nos propinan como modelo, regidas nada menos que por monarquías, cuyo principio es un descaro anacrónico mayor que el Derecho Divino. Porque antes de la Ilustración y de la Revolución Francesa, era digerible que al Rey lo pone Dios. Intelectuales de Europa, que reprochan al Islam que no conoció ni Renacimiento ni Ilustración, sobrellevan con desenvoltura que Guillermo y Kate se unan en matrimonio morganático en un fasto obsceno en plena pelazón. Más circo que pan, pero es operación ideológica estratégica que refresca la monarquía, así como refresca la Iglesia la beatificación de Juan Pablo II, protector del pederasta Marcial Maciel, uno de los seres más malvados conocidos, ¡y mire que hay! Es matrimonio morganático o de la mano izquierda «el contraído entre un príncipe y una mujer de linaje inferior».
Pero ponle que Marta Colomina es reina, vive en un palacio en Valle Arriba, hay que encorvársele y llamarla Majestad. Raro, ¿no? Es que en Venezuela no entendemos eso ni con Marta. Pronto un guachamarón le meterá el dedo en la barriga y le dirá:
--¿Y esa Majestad qué?
Y la Soberana responderá, para no desafinar:
--Pa los panas…
Y si no… Una revolución republicana hoy en Venezuela se resolvería en una gran guachafita, hasta que Su Serenísima abdique porque ni ella misma tendrá doctrina para tomarse en serio. Solo entendemos la Reina de la Pachanga y la Reina Pepeada.
¿Cómo naciones dizque avanzadas como Bélgica, Dinamarca, España, Holanda, Reino Unido, Suecia son reinados?
En 1976 visité España por primera vez, ya coronado el Rey de Copas. Me sentí extraño taconeando un suelo regido por un monarca. Caí entonces en cuenta de nuestro enorme privilegio venezolano de no creer en esas pendejadas. Y valoré nuestra Revolución de Independencia, más tajante que la Francesa, que emanó a Napoleón.
Y viajé en el tiempo: en el Escorial se sentaba Felipe II, en cuyo imperio no se ponía el sol, el hombre más poderoso de su época. Y parado en el lugar en que supuse estuvo el trono, ya no, yo calculaba: desde aquí se decidía la suerte de Paraguaná, Miami y Mindanao. Sentí un mareo.
Es que acababa de entender que los paradigmas no solo rigen las ciencias sino que sirven para entender la historia.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com