(El mercado de valores de uso y el m. de valores)

Conozcamos la Fórmula Trinitaria, II[i]

 Todos los recursos naturales son valores de uso[1] tan pronto el hombre encuentra en ellos alguna utilidad espiritual o material. Tales valores carecen de valor-trabajo por cuanto en su creación no reciben ningún modelaje con la mano de obra humana; son bienes que han servido por igual a los animales y hombres primitivos, cazadores, pescadores y recolectores, y muchos de esos valores de uso sin valor   actualmente le siguen sirviendo a los gobernantes de países que disponen de los llamados “recursos naturales no renovables” (hidrocarburos y minerales varios)[2].

Mientras reinó la “propiedad”[3] colectiva, esos valores de uso estuvieron a la orden de todas las personas, y su apropiación dependía de la experiencia y diligencia puesta en esas recolecciones, pescas y cacerías, aunque las nociones de mercado, compra y venta no se conjugaban aún.

Con el desarrollo demográfico se necesitó disponer de mayores volúmenes de valores de uso; la Agricultura campesina permitió aumentar los alimentos más allá de los que ofrecía silvestremente la naturaleza, y fue así cómo se inició la producción artificial o de valores; apareció el mercado.

El intercambio entre comunidades y tribus vecinas de bienes ya cargados de valor para el consumo final, de materias primas y de recursos naturales, se llevó a cabo mediante operaciones mercantiles de trueque. Fue esta carga de valor trabajo la que sirvió de base comparativa para los primeros intercambios de mercancías comunitarias e intercomunitarias, y ese trueque fue mediado por las estimaciones del valor de cambio que contenía cada bien trocado.

Más adelante, en el tiempo y lugar, fue necesaria la   utilización de una mercancía que fungiera de equivalente general de otras mercancías, y aquella fue la base para la creación de la mercancía dinero, o dinero a secas. Los intercambios mercantiles se rigieron por un sistema monetario desarrollado, con empleo del dinero, patrón oro y demás lindezas, y, curiosamente, sólo después de más de 2.000 años pudo penetrarse en la forma moneda del valor y el doble carácter del trabajo representado en la mercancía: lo hizo Carlos Marx[4].

Quede claro que en el intercambio mercantil solo se truecan los valores de uso diferentes entre sí, porque de otra manera no tiene sentido: no se cambia pan por pan. Y, paradójicamente, no se intercambian los valores de cambio soportados en esos valores de uso, ya que los de ambas mercancías sólo sirven para justipreciar ese cambio de un valor de uso por otro, lo que significa que en dicho cambio se conserva el valor de cada mercancía intercambiada, mientras no se la consuma o utilice ora como medio de producción, ora como bien de consumo final. Cuando el comprador recibe la mercancía adquirida, recibe también el valor equivalente de la que entregó en cambio o como precio. Cualesquiera desviaciones de esos “trueques” responden a simples desajustes de escasez o sobrantes productivos, mientras tales desequilibrios son corregidos dentro de los procesos productivos abastecedores de los mercados.

Ocurre que tanto los valores de uso, o su utilidad, como los valores de cambio son abstracciones: Efectivamente, la utilidad de los valores de uso es intangible y sólo se manifiesta cuando se recibe o consume, o aplica en determinada actividad; depende del   gusto del comprador, del técnico involucrado, de los materiales trabajados, y para su comprador, el cambio de uno por   otro resulta   un asunto personal, un proceso privado e individual, a manera de condición necesaria para el intercambio, mientras que es condición suficiente que por “su mercancía” reciba su justo valor, independientemente de que,   como valor de  uso, su mercancía le sirva,  o no, al comprador en cuestión. “En este aspecto, el intercambio es para él un proceso social” [5].

                                                                                                                                                                                                                                                                      Por todo eso, se intercambia la mercancía poseída por otra con diferente utilidad. Pero no se cambia un valor de cambio por otro, dinero por dinero, ni el valor del pan por igual valor de unos zapatos; sólo se cambia las utilidades involucradas. En el mercado todas las mercancías se presentan ante el comprador como simples valores de uso, y sólo el dinero (mercancía universal coadmitida) permite expresar el valor relativo de todas ellas en condición de equivalente general[6].

La naturaleza crea la base material originaria[7] de todos los valores de uso que han sido creados por el trabajo aplicado a determinadas materias primas[8]; ellos son el resultado del trabajo y cada mercancía es un cúmulo de valor sobreagregado, según la duración de su proceso de producción, más la porción material de materia original ofrecida por la naturaleza y que, como tal carece de valor de cambio. Observación: hemos ya señalado que en los países cuya economía se rige por un sistema monetario desarrollado a todos las cosas se les puede asignar un valor da cambio sin que estas hayan recibido trabajo alguno. El petróleo, el agua, la tierra virgen, el “derecho de propiedad privada”, los “copyright” y hasta el trabajo, se han estado compravendiendo a determinado precio sin ser valores

El trabajo que es la aplicación útil de la mano de obra es reconocida por el capitalista como si fuera un valor, que no lo es, y de esa  manera soslaya que lo que el salario paga es el valor de la fuerza de trabajo de esa mano de obra. Así se desmonta una de las combinaciones absurdas de la “Fórmula Trinitaria” http://www.aporrea.org/ideologia/a123623.html  . 

El valor del capital no puede venderse por más valor = capital + interés o ganancia, porque los valores de cambio no son intercambiables, y así se anula otra de las combinaciones trinitarias; como tampoco los medios de producción ni la tierra, que son valores de uso, pueden ser vendidos ya que no poseen valor de cambio. Queda demostrado, así, que el “derecho de propiedad privada”, el cobro de renta, el interés o ganancia, son simples ventajismos derivados de las relaciones sociales de producción, y la clase poderosa exige, impone y determina cuánto deben pagar los trabajadores por el sólo hecho de usar unos instrumentos y medios de producción en general que han sido monopolizados en propiedad privada por la burguesía.

Tal es la característica fundamental del sistema capitalista. Donde se usa el dinero con aspiraciones de cambiarlo por más dinero, una absurdo sólo explicable cuando se reconozca que esa incongruencia de valores es el resultado de economías con diferentes clases sociales, donde una de ellas consigue en el mercado una mercancía capaz de aportar   más valor que el recibido en cambio, porque sólo así es cambiable dinero por más dinero, y tales transacciones se conocen como explotación del hombre asalariado por su patrono capitalista[9].

Sin embargo, subsiste una suerte de “fetichismo” en la Economía Burguesa Vulgar sobre la esencia del valor de cambio de la mercancía, cuyo secreto   ventiló   Marx, puesto que hasta la llegada,  el valor de cambio se consideró (y lo sigue haciendo el economista vulgar) una simple proporción cuantitativa entre las mercancías intercambiadas, proporción que por hábito comercial terminó pareciendo como “proveniente de la naturaleza misma de los productos del trabajo[10], o sea, como valores de uso a los que el mercado les asignaba un precio.

Este misterio fetichista es tal que los empresarios burgueses siguen haciendo estudios de costes referidos a sus insumos y clientes particulares, a fin de determinar aquella proporción[11], sin tomar en cuenta la dinámica social del valor trabajo, y  como  este se mueve motu proprio  y sus azarosas variaciones se reflejan en toda la producción sin acogerse a ningún patrón particular de ninguna empresa, tales cálculos previos son meramente contables que responden a razones   subjetivas, tradicionales, convencionales y hasta coyunturales por los desequilibrios del mercado entre oferta y demanda. Las empresas burguesas buscan medir la cantidad de valor contenida en cada mercancía según datos del mercado (fuera de fábrica, de la producción). Por esa razón, los soportes de la “Fórmula Trinitaria”[12] les viene al pelo, y toda la dificultad que existe para comprender la esencia de la mercancía y del dinero se reduce a que el valor es una abstracción, mientras las mercancías se concretan en tangibles valores de uso o mercancías que les sirven de soporte a esa abstracción[13]

La mercancía, o sea, los valores de uso cargados de valor trabajo son susceptibles de apreciarse según su valor de cambio que en el mercado se expresa por su precio.  El precio rige para valores de uso sin valor y para las mercancías propiamente dichas.  Una vez instalado el sistema monetario nacional y mundial, con el dinero se puede vender y compra valores de uso con valor o sin él, valores necesarios y suntuarios, conciencias, indulgencias, sicarios, mercenarios, etc., pero ninguna de esas compras están referidas a la producción económica, son simples actos comerciales que no pasan por ningún proceso productivo. Tal es el mercado de valores de uso.

Las   mercancías fabricadas con mano de obra asalariada están cargadas de valor y se las vende por determinado valor de cambio, medido en precios de producción[14], o precio de mercado expresado en cierta cantidad de dinero. Tal es el mercado de valores que se haya implícito en el mercado de los valores de uso. Este comercia con valores satisfactorios de necesidades, y el otro con las relaciones sociales que imperan en el régimen capitalista de producción: el derecho de propiedad privada, que es su expresión jurídica[15], la fuerza de trabajo como mercancía vendida según su valor salario (cesta básica), y no según el valor y plusvalor que entrega con su trabajo, todos esos valores sistematizados por una Economía Política Burguesa o Vulgar sobre el pivote de la Fórmula Trinitaria.



[1] Carlos Marx, El Capital, Libro I, Cap. I, Subc. I

[2] La explotación de minas de diamantes, oro, hierro, cobre, aluminio, etc., e hidrocarburos y agua son actividades primitivas de recolección. Civilizado resulta el procesamiento de dichos valores de  uso para la obtención de   derivados porque con ello se crea nuevos valores de usos, y cargados de valor.

[3] Pensamos que es una impostura hablar de “propiedad” comunal, salvo como una metáfora frente a la propiedad privada que dio origen a las clases sociales, castas, etc. En una comunidad primitiva, sus habitantes simplemente toman para sí lo que necesitan, no hay ninguna forma institucional que prescriba propiedad sobre la naturaleza ni sobre ninguno de sus recursos. Simplemente, no había propiedad alguna, sólo “apropiación” por recolección, pesca y cacería. Moderna y actualmente, por ejemplo, los llamados bienes de “dominio público” (caso venezolano) los toma el Estado y sus “socios mixtos”, en nombre de todos los venezolanos, como si cada uno de estos lo hiciera a su arbitrio y por separado, sin ninguna limitación diferente a sus necesidades   personales o familiares. Digamos no rige ninguna “propiedad” sobre esos recursos naturales, que ningún venezolano en particular puede apropiárselos sin que lo pueda hacer cualquier otro conciudadano. La aparición del concepto de propiedad, pueda, ora comunal, ora privada, supone la existencia de alguna forma estatal que vele por cualesquiera de las formas de propiedad, más acá de la “sociedad primitiva comunal”.

[4] Obra citada, Subc. II.

[5] Obra citada, Cap. II.

[6] Ibídem.

[7] Obra citada, Cap. I Subc. II

[8] Las materias primas pasan ser todos aquellos recursos naturales que de alguna manera el trabajo los transformó en otros y artificiales valores de uso, esta vez cargados de valor.

[9] Obra citada, Libro I, Cap. VI.

[10] Obra citada, Prefacio de la Primera Edición Alemana, y Libro I, Cap. I , Subc. IV, pássim.

[11] Obra cit. Libro I, Cap. I, Subc. III, A-2. Aquí se derrumba   las combinaciones de la “Fórmula trinitaria”.

[13] Obra cit. Libro I, Cap. I, Subc. III-A-2

[15] Marx, Obra cit. Libro I, Cap. II.



[i] Hemos venido creando la serie de entregas virtuales sobre Economía Científica Política, y sobre Economía Vulgar, bajo la envolvente denominación de: “Conozcamos” y afines. Su compilación posterior la llamaré. “Conozcamos El Capital”, un proyecto de literatura económica cuya ejecución se mueve al ritmo y velocidad de los nuevos “conozcamos” que vamos aportando y creando con la praxis correspondiente. Agradecemos a “aporrea.org”, a su excelente y calificado personal, “ductor” y gerencial, toda esa generosa puerta abierta que nos vienen brindando, a mí,   y con ello a todos los lectores virtuales del mundo moderno.



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Manuel C. Martínez M


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