Tan torcida interpretación rinde buenos dividendos políticos a sus voceros y a los grupos económicos que los financian, pues es sabido que estos se presentan hoy ante el país como los auténticos representantes de la civilidad, como los genuinos miembros de la sociedad civil venezolana, como los legítimos defensores de los valores democráticos, como los representantes del progreso y de las libertades. Esto supone entonces que estos hombres son los herederos directos de los héroes de aquella gesta gloriosa del abril caraqueño, de aquellos ciudadanos vestidos de civil que por sí solos, sin el apoyo de gente armada, gracias a su propia valentía, arrojo, verbo y entereza depusieron al tirano militar español, al Capitán General Vicente Emparan, lo apresaron, expulsaron del territorio nacional y pasaron a constituir el primer gobierno republicano en tierras venezolanas. Entonces, como consecuencia lógica, como derivado natural, deberían ser estos mismos hombres los que ahora tengan en sus manos las riendas del país, los que controlen las instituciones gubernamentales. Aquí en este conglomerado es donde se encuentran los auténticos herederos de la gesta abrileña, los descendientes directos de aquellos valientes patriotas. Nadie con más capacidad, preparación, competencias y méritos históricos, como los empresarios de FEDECAMARAS, los políticos de la MUD, los curas de la Conferencia Episcopal y los Universitarios de la LUZ, UCV, ULA, UDO y USB, para ejercer el gobierno del país en los tiempos actuales.
Vemos entonces que no es nada inocente la interpretación del movimiento abrileño como una gesta civil. Se trata de una interpretación acomodaticia, interesada, comprometida con los intereses políticos de la derecha venezolana. De allí que no sea nada casual tampoco la aparición en fecha reciente del texto del historiador Manuel Caballero titulado “La peste militar”; un texto dedicado a descalificar al nuevo ejército venezolano, un ejército ahora al servicio del pueblo, de la misma forma que lo fue, a comienzos del siglo XIX, el Ejército Nacional Libertador, conducido por nuestro máximo héroe, Simón Bolívar. Son dos ejemplos de camaradería exitosa entre los hombres de uniforme y el pueblo llano, unión ésta que pretende resquebrajar el libro mencionado y la interpretación civilista.
Ahora bien, ciñéndonos a lo estrictamente histórico, los sucesos que tuvieron lugar en Caracas el día 19 de abril de 1810 no pueden calificarse sino como Golpe de Estado, un golpe dirigido por la oligarquía colonial, pero en el que estuvieron comprometidos otros sectores de la sociedad venezolana de aquellos, pues los dirigentes mantuanos lograron juntar varios núcleos de poder a favor del movimiento: sumaron a miembros del clero, a sectores del estamento pardo y a muchos militares activos, regulares y milicianos, comandantes de tropas para ese momento. Y fue este concierto lo que permitió al movimiento abrileño alcanzar el éxito que tuvo, pues destronar al gobernador de la Provincia de Caracas, al mismo tiempo que Capitán General de las provincias de Venezuela y Presidente de la Real Audiencia no era una simpleza cualquiera, se requería para ello reunir fuerzas con un poder superior al que en ese momento controlaba el principal representante del gobierno español en tierras venezolanas.
Este movimiento se estuvo organizando desde muchos meses atrás, específicamente desde el mes de julio del año 1808, cuando se tuvo conocimiento en Caracas de la invasión de la península ibérica por parte del ejército del emperador Napoleón Bonaparte, de la inmediata deposición del monarca español Carlos IV, y de la asunción a este trono del hermano de Napoleón, José I. Casi dos años tuvieron los miembros de la clase mantuana preparando el complot. En ese tiempo lograron ganar para su movimiento a los factores sociales que garantizarían el triunfo, entre los cuales estaba el estamento militar. Con esta garantía de por medio fue que se arriesgaron y organizaron el complot para destituir al principal funcionario del gobierno español en Venezuela, pues tal atrevimiento implicaba, en caso de fallar, la posibilidad de la muerte para los comprometidos. La certeza de este apoyo se observa con claridad en uno de los hechos determinantes tenidos lugar ese día y en el que estuvo involucrado Francisco Salias. Ocurrió cuando este miembro del grupo de los complotados toma del brazo a Emparan y lo conmina a regresar a la sala consistorial. En ese momento tenían que haber actuado en contra de Salias las tropas situadas en la plaza mayor, mismas que se encontraban allí precisamente para garantizar la seguridad del capitán general y rendirle los honores correspondientes, sin embargo éstas no actuaron, una orden oportuna dada por su comandante, el Capitán Luis de Ponte, uno de los complotados, las hizo inhibirse.
De manera que la participación
de los militares en el triunfo del movimiento está corroborada. El
ilustre historiador venezolano Ramón Díaz Sánchez hace al respecto
el siguiente comentario: “… el aporte más decisivo vienen
a darlo en 1810, los militares activos que se suman al movimiento
(nos dice Sánchez). Los nombres de Juan Paz del castillo,
Diego Jalón, Pablo de Clemente, ramón García de Sena, Juan Jerez
de Aristiguieta; Florencio y Leandro de Palacio, Carlos y Diego de la
Plaza, José y Juan de Sojo, Miguel de Ustáriz y Mijares, Narciso Blanco,
Cristobal y Esteban de Ponte Blanco, Gabriel de Ponte y Mijares, José
María de Ustáriz y Mijares, Antonio Solórzano, Juan pablo Ayala,
Mauricio y Ramón Ayala, Lorenzo Buroz y Tovar, Fernando, Francisco
y Miguel Carabaño y Ponte, Luis de Ponte, Diego Rodrigo del Toro y
Lino de Clemente, figuran en lugar preferente. Son en su mayoría hijos
de las principales familias criollas, que ejercen mando de tropas para
el 19 de abril” (Ramón Díaz Sánchez, en Memorias del Congreso
Constituyente de 1811-1812. Tomo I, 1983, pp. LXIX-LXX). Estos militares
pertenecían a los batallones acantonados en Caracas, involucrados en
el golpe de abril; nos referimos a los situados en los cuarteles de
La Casa de la Misericordia, San Carlos, San Jacinto, la Prevención,
de Caballería, el del Parque y el de Milicias.
Para cerrar estas reflexiones añadiremos el siguiente comentario a los fines de seguir desmontando la interpretación civilista. Los acontecimientos del 19 de abril tienen que ser analizados como parte de un asunto mayor, como parte de un proceso de largo aliento; abril se inscribe en el proceso independentista venezolano, proceso éste que tiene sus antecedentes, sus inicios, su desarrollo y su término. Este proceso se extiende a lo largo de más de una década, tiempo en el cual la principal expresión del mismo fue la guerra de independencia, iniciada por cierto, casi que inmediatamente después de la destitución del capitán general Vicente Emparan. Y fue por esta razón, porque el proceso independentista venezolano fue en buena medida un evento bélico, que los mismos hombres del 19 de abril serán los que luego, a los pocos meses, se convertirán en los soldados y oficiales del ejército republicano; esta conversión la sufrieron en poco tiempo los empingorotados miembros de la oligarquía criolla, los maquinadores del movimiento; ahora los veremos uniformados con prendas militares y con armas en sus manos, llevados por la circunstancia de la guerra a abandonar su condición civil, de la misma forma que lo hizo el pueblo llano constituido por pardos, zambos, mulatos, negros e indios. La guerra desatada a pocos meses del 19 de abril obligó a estos hombres de a pié a tomar las armas, fueran estos labriegos, médicos, abogados, estudiantes, panaderos, sacerdotes, comerciantes, pulperos, esclavos, etc. En aquellas circunstancias el pueblo venezolano todo se hizo ejército, los paisanos se hicieron militares; y fue ese pueblo inicialmente mal vestido, mal equipado y mal adiestrado, el que luego de batallar más de diez años a lo largo y ancho del territorio nacional, ahora mejor uniformado, mejor equipado, muy bien adiestrado y muy bien conducido, se convirtió en el victorioso ejército libertador, capaz de triunfar, en San Félix (1817), Boyacá (1819), Carabobo (1821), Bomboná y Pichincha (1822), Junín y Ayacucho (1824), gracias a cuyas victorias culminó el dominio colonial español sobre las tierras del sur de América.
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