Ni tampoco los miles de muertos inocentes”
La semana pasada abordé el tema de los agravios que sufre la inmensa mayoría de los mexicanos y de la imperiosa necesidad de romper con la tradicional aceptación de que obedecen a la “voluntad de Dios”. Naturalmente, la referencia apunta hacia el comportamiento de la masa plebeya, aunque la afectación incluye, tal vez de manera diferente, a la clase media que se afana por diferenciarse del pueblo raso. No asumen a la voluntad divina como causante de sus problemas, pero acuden a otra especie de superstición más moderna aunque igual de falsa: la “mano misteriosa del mercado”, ese nuevo dios encumbrado por los sacerdotes del neoliberalismo a ultranza y la globalización. En ambos casos se aplican catecismos que determinan el carácter fatal de sus dictados, ante los que no queda de otra que la resignación sumisa.
Contra toda lógica, el empresariado nacional pequeño y mediano afectado por la apabullante competencia de lo importado opta por preferir la supuesta “libertad de empresa” antes que la vigencia de un estado que intervenga y regule la actividad económica, aunque sea de manera marginal. Mantienen un criterio de la guerra fría por el que los Estados Unidos se presentan como el baluarte de la libertad, en tanto que cualquier cosa que lo contradiga es “vulgar comunismo soviético” o “nefasto populismo”. Aceptan una engañosa modernidad sin medir su efecto sobre su viabilidad como empresarios. Aceptan, por ejemplo, la multiplicación de los Wal Mart que, además de arruinar al mediano y pequeño comercio por competencia desleal, arruina al industrial por su marcada preferencia por los artículos importados. Aceptan, como símbolo de competitividad, que los grandes consorcios sean exceptuados del pago de impuestos, sin reparar que tal injusticia les daña en su propia competitividad y en la insuficiencia del gasto público para fomentar el desarrollo; pareciera que lo aceptan con la idea de que la exención se extienda hasta que les alcance a ellos.
Traigo el tema a colación en atención a los comentarios y artículos de opinión que circulan en diversos medios, según los cuales el Proyecto Alternativo de Nación y, personalmente López Obrador, representan una fuerza anti empresarial de corte populista. Inventan que AMLO se refiere a los empresarios como los hambreadores del pueblo; que llegando al poder confiscaría la propiedad privada y se almorzaría los hijos de los ricos. Sandeces propias de sermón decimonónico, absolutamente mentiroso.
El
proyecto ofrece el mayor incentivo que empresa alguna pudiera anhelar:
restablecer y fomentar el mercado interno. De nada le sirve al empresariado
nacional un discurso lisonjero ni promesas de la mayor libertad empresarial
(al estilo del PAN y del PRI), si las fábricas y los comercios se ven
obligados a cerrar por falta de ventas, por el mercado desierto que,
parafraseando al Jibarito, “pasa la mañana entera sin que nadie quiera
su carga comprar”. El único y verdadero impulso a la producción
es que las necesidades de la gente se puedan convertir en demanda
efectiva por disponer de dinero para comprar y, sin adornos falsos,
ese es el centro del discurso económico de Andrés Manuel.
De este concepto descienden en cascada los beneficios al conjunto de la clase media: profesionales, trabajadores por cuenta propia, artistas, agricultores y ganaderos, etc. La verdadera mano milagrosa del mercado popular ampliado por medidas que propicien una mejor creación y distribución de la riqueza.
A diferencia de la masa plebeya, la clase media se supone ilustrada aunque no ajena a comulgar con las ruedas de molino propaladas por la propaganda oficial. Habrá que afilar el lápiz y el verbo para derrotar los prejuicios y los temores infundados. Si bien se trata de un sector relativamente menor en número, es mayor en cuanto a su influencia efectiva. También es tarea patriótica el involucrarlo en la movilización por la regeneración nacional.
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