Los conceptos de libertad e igualdad dominan
desde siempre el sentir revolucionario y merecen una reflexión de
fondo. Como veremos a continuación, ambas ideas no pueden ser evocadas
por separado y sin alusión a los referentes ideológicos que determinan
sus roles en el mundo. La pluralidad de perspectivas para el análisis es
notable a través de la historia del pensamiento, resultando a veces en
tesis marcadamente contradictorias (libertad según la anarquía bakuniana —socialista—, libertad según el objetivismo randiano —neo-liberalismo—, etc, etc, etc).
Pero a pesar de las múltiples declinaciones que podamos hacer de dichos conceptos de libertad e igualdad, existe una circunstancia que los reduce ipso facto a una paradójica fatalidad, y es la sencilla confrontación de ambas ideas genéricas entre sí.
Obsérvese que la libertad, por su afiliación directa al principio de justicia, está emparentada a la igualdad, la cual se sustenta en el mismo principio. Ambas ideas son por lo tanto hermanas, por decirlo así. No obstante, veremos que dicha relación, lejos de contribuir al fortalecimiento de una y otra, coloca a éstas en un conflicto de intereses, siendo libertad e igualdad conceptos mutuamente auto-excluyentes en el mundo real:
— La libertad total entre todos los individuos hace que la desigualdad existente entre el más fuerte y el más débil convierta dicha libertad en injusta (contradicción del principio de justicia);
— La igualdad total entre todos los individuos hace que la libertad de algunos —los más fuertes— disminuya considerablemente (contradicción del principio de justicia).
Un comprometido equilibrio entre libertad e igualdad es lo único que puede esperarse. El mismo supone una regulación de ambas condiciones.
Nada, pues, de totalismos.
Por su parte, la imposición de una igualdad total hace que los más capaces para determinadas tareas compartan las condiciones óptimas de desarrollo con los menos capacitados para ellas, mientras que la regulación necesaria de la libertad para proveer las condiciones de esa igualdad limita la acción libre, la cual es necesaria también al desarrollo.
La confrontación de estos tres parámetros (libertad, igualdad, justicia) es terriblemente compleja y parece resumirse en una disminución o empobrecimiento de cada uno de ellos respecto a sus estados conceptualmente puros por separado.
Esta reflexión nos remite a una revisión —responsable— de las convicciones o tendencias ideológicas sostenidas por los individuos. Así, vemos que la tendencia socialista favorece el aspecto de la igualdad en detrimento inevitable del de libertad, mientras que la tendencia liberal favorece el aspecto de la libertad en detrimento —igualmente inevitable— del de igualdad.
Los fundamentos de cualquier teoría política están por lo tanto obligados a superar toda percepción maniquea o dualista de la realidad: sólo es posible una combinación realista de ambos aspectos (libertad e igualdad); combinación, por demás, que tiene que ser sobre todo aplicable al mundo —pragmática— tal como éste es y no como debiese ser.
El mundo ideal, subjuntivo, o como debiese ser, simplemente no es posible (o es solamente posible en un "no-lugar" o utopía —que es lo que significa esta palabra griega—), de la misma manera que la perfección es sólo un concepto y no una realidad.
Por básicos que puedan ser estos datos, son esenciales y han de servir a la construcción de propuestas, modelos y alternativas. Nuestro combate por la igualdad nunca debe olvidar que el mismo consiste en una regulación de la libertad, de ese valor emblemático y supremo del espíritu humano (o del desarrollo humano).
Todo error de proporciones en una receta aplicada derivará en uno de ambos totalitarismos posibles: uno de derecha u otro de izquierda. Más aun, el dinamismo y complejidad de todo momento histórico establece relaciones de fuerza que hacen de cualquier receta prefabricada un anacronismo. Lo único válido entonces es la inclusión de una buena dosis de improvisación y de adaptación puntuales en cada receta según el caso. Es decir, optar siempre, metódicamente, por la confección y aplicación de pseudo-recetas.
Las revoluciones son convulsiones sociales a partir de cuya energía se espera que algunos propósitos progresistas logren captar su inercia para vectorizarla (ideología), de lo contrario sólo son apenas eso: una inercia. No obstante, no es ilógico suponer que la sociedad produzca "conductores naturales" en dichas ocasiones, pero hay que admitir que ella misma los convierte muy pronto en monolitos (y por tanto en posibles objetos de culto), del mismo modo que toda lava ardiente se enfría y endurece inexorablemente tras la erupción.
Por su parte, la imposición de una igualdad total hace que los más capaces para determinadas tareas compartan las condiciones óptimas de desarrollo con los menos capacitados para ellas, mientras que la regulación necesaria de la libertad para proveer las condiciones de esa igualdad limita la acción libre, la cual es necesaria también al desarrollo.
La confrontación de estos tres parámetros (libertad, igualdad, justicia) es terriblemente compleja y parece resumirse en una disminución o empobrecimiento de cada uno de ellos respecto a sus estados conceptualmente puros por separado.
Esta reflexión nos remite a una revisión —responsable— de las convicciones o tendencias ideológicas sostenidas por los individuos. Así, vemos que la tendencia socialista favorece el aspecto de la igualdad en detrimento inevitable del de libertad, mientras que la tendencia liberal favorece el aspecto de la libertad en detrimento —igualmente inevitable— del de igualdad.
Los fundamentos de cualquier teoría política están por lo tanto obligados a superar toda percepción maniquea o dualista de la realidad: sólo es posible una combinación realista de ambos aspectos (libertad e igualdad); combinación, por demás, que tiene que ser sobre todo aplicable al mundo —pragmática— tal como éste es y no como debiese ser.
El mundo ideal, subjuntivo, o como debiese ser, simplemente no es posible (o es solamente posible en un "no-lugar" o utopía —que es lo que significa esta palabra griega—), de la misma manera que la perfección es sólo un concepto y no una realidad.
Por básicos que puedan ser estos datos, son esenciales y han de servir a la construcción de propuestas, modelos y alternativas. Nuestro combate por la igualdad nunca debe olvidar que el mismo consiste en una regulación de la libertad, de ese valor emblemático y supremo del espíritu humano (o del desarrollo humano).
Todo error de proporciones en una receta aplicada derivará en uno de ambos totalitarismos posibles: uno de derecha u otro de izquierda. Más aun, el dinamismo y complejidad de todo momento histórico establece relaciones de fuerza que hacen de cualquier receta prefabricada un anacronismo. Lo único válido entonces es la inclusión de una buena dosis de improvisación y de adaptación puntuales en cada receta según el caso. Es decir, optar siempre, metódicamente, por la confección y aplicación de pseudo-recetas.
Las revoluciones son convulsiones sociales a partir de cuya energía se espera que algunos propósitos progresistas logren captar su inercia para vectorizarla (ideología), de lo contrario sólo son apenas eso: una inercia. No obstante, no es ilógico suponer que la sociedad produzca "conductores naturales" en dichas ocasiones, pero hay que admitir que ella misma los convierte muy pronto en monolitos (y por tanto en posibles objetos de culto), del mismo modo que toda lava ardiente se enfría y endurece inexorablemente tras la erupción.
Así, una sucesión ininterrumpida de volcanes fumeantes se impone al progreso social...