Dejemos el “vacío” que sienten en el estómago para ora ocasión, acaso de luna llena. Hablemos de la transición porque se han tomado tan en serio la cuestión que hasta una ley sobre esa cosa van a proponer en la Asamblea Nacional. Esta gente perdió incluso el sentido de las proporciones y nombró una comisión de académicos y constitucionalista para que le redacte un proyecto.
Junta “de transición” se autodenominó el gobierno de facto de Pedro Carmona. No tuvo una ley –no tenía Asamblea Nacional para aprobarla porque la había eliminado-, pero sí un decreto. El papel lo alumbró, también, una comisión de académicos y constitucionalistas, aunque luego todos lo negaron. De igual modo negaron a la criatura todos los que firmaron en Miraflores aquella mañana no precisamente de sol radiante. Al parecer, la carmonada fue una transición apócrifa.
Los imperios tienen gusto por las transiciones. Después de toda guerra de invasión, instalan un “gobierno de transición”, por lo general en forma indefinida. Irak, Afganistán, Libia, son los ejemplos más recientes. La “transición” de Pinochet en Chile, impuesta por Nixon y Kissinger, duró 17 años. Como el 11 de abril de 2002, la oposición vuelve a sentirse atraída –y peligrosamente tentada- por la transición.
Ese deseo no empreña la realidad, pero sí puede provocar indeseables dolores de parto. Las encuestas que la misma derecha encarga, les aumenta las ansias transitivas. En los números de sus propios estudios de opinión, lo que se ve es el tránsito del gobierno de Hugo Chávez a un renovado mandato del mismo personaje. Algo así como una auto transición, o dicho por un sociólogo actualizado, una transición endógena.
Las ansias por algo que el mismo oposicionismo se ha inventado traspasa las fronteras patrias. La Universidad de Miami montó un foro en Coral Gables, Florida, con un panel que puso al auditorio en trance, vea no más: Roger Noriega, ex subsecretario de Estado de Estados Unidos; John Maisto, ex embajador estadounidense en Venezuela, además de columnistas, encuestólogos y politólogos venezolanos especialmente invitados para el encuentro. Nombre del aquelarre: “¿Venezuela en transición?”, así en interrogación, como quien no quiere la cosa.
Allí los asistentes oyeron por cinco largas horas distintas teorías sobre el cáncer de Chávez. El desánimo se apoderaba del auditorio en la medida que se revelaban encuestas en las que la popularidad del comandante se disparaba, lejos de los candidatos de la lánguida mesa opositora. Roger Noriega saltó al rescate y les confesó: “es muy importante prepararse para un mundo sin Chávez. Según mis fuentes, su condición es muy grave y hay que pensar en una nueva realidad”.
Un suspiro de alivio cruzó el escenario. Nadie -por conocerlo- le creyó a Noriega, pero todos agradecieron su mentira piadosa. La transición volvía a ser una esperanza posible, con el suspendido encanto de un trance. Incluso, se animó a sugerir alguien: “si ya está hecho el Decreto de Carmona, ponerse a redactar una ley que la Asamblea Nacional no va a aprobar, es una pérdida de tiempo”. Roger Noriega disfrutaba el efecto de su intervención. John Maisto sonreía.
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