Muchos de ustedes debieron leer aquí el lunes pasado la página "El Espejo" de José Vicente Rangel sobre la subversión y los planes desestabilizadores que incluyen el golpe de Estado, y mostró el ejemplo de hace 38 años en Chile.
Antes, el 11 de agosto escribí esta nota: "Nadie en Venezuela tiene más y mejor información sobre la Fuerza Armada y su entorno, que el presidente Hugo Chávez. Las razones son tan obvias, que no ameritan explicación. Se deduce que si le dice al país que existe una conspiración, indicios suficientes debe tener de los servicios de inteligencia que le informan permanentemente, porque, nadie como él debe estar interesado en la estabilidad del Gobierno, y conspiraciones abiertas o cerradas no ayudan a estabilizarlo".
Y hace apenas dos domingos, en mi artículo "Las interrogantes electorales", me detuve en ese campo minado que será transitar buena parte del año 12.
¿Es posible repetir el formato de Chile que terminó con el derrocamiento del presidente Allende después de "dislocar la cadena de mando y su profesionalismo" JVR? ¿No son muy distintas las condiciones en la región de 1973 y las de 2012? ¿No hubo una profunda depuración de la FAN luego del golpe de abril? ¿No se han consolidado los mandos leales de las Fuerzas Armadas? Todas estas preguntas tienen pertinencia.
Lo primero que debo decirles es que el presidente Allende tenía plena confianza en su alto mando y en su oficialidad; en una entrevista con Regis Debray se mostró confiado, mas que confiado, seguro de la fidelidad de sus generales y almirantes.
Uno lo escuchaba y salía convencido de que era absurdo pensar en una sublevación militar en ese país, tales eran sus respuestas a la insistencia que mostraba el francés.
Era lógico que un civilista y demócrata, conocedor de las fuerzas armadas como Allende tuviese esa confianza.
Que de alguna manera era ¡la opinión del embajador de EEUU, Edward Korry!. Apenas eligieron a Allende, Kissinger (K) estuvo a la pata del presidente Nixon preparando planes para que no asumiera, luego de la reunión con el director de El Mercurio, Jorge Edward. K le envió un mensaje al embajador solicitándole una "evaluación implacable de los pros y los contras de organizar un golpe de Estado militar". As de clarito. Estamos hablando de septiembre de 1970, poco después de la victoria de la Unidad Popular.
El embajador respondió: "Ahora creemos que los militares chilenos no harán nada en absoluto para evitar la llegada de Allende al poder, salvo que se de una improbable situación de desorden nacional y violencia generalizada…Lo que queremos poner de relieve en esta "evaluación implacable" es que no existe oportunidad alguna de poder llevar a cabo cualquier acción significativa del gobierno estadounidense con los militares chilenos". Días después, el 25 de septiembre, le reiteró: "Estoy convencido de que no podemos provocar (un golpe de Estado) y de que no deberíamos correr el riesgo de incurrir en otra bahía de Cochinos".
Pero la CIA ya tenía instrucciones precisas y comenzó a hacer su trabajo de penetración, con paciencia y salivita, pudo conectar a un general retirado, Roberto Viaux, quien se mostró muy activo, envió un informe donde estimaba que en Santiago habría unos 100 mil muertos antes de derrotar la subversión comunista.
No avanzaban en ganarse oficiales activos. El propio embajador Korry recomendó "neutralizar" al general Rene Schneider, jefe del Ejército, por la influencia que tenía entre la alta oficialidad.
Poco después comenzaron los planes de secuestro. ¿Qué buscaban? Provocar un caos, el presidente Eduardo Frei renunciaría, se iría al exterior y lo reemplazaría una junta militar. El plan fracasó con el asesinato de Schneider, que Allende reemplazó por el general Carlos Prats.
De Valdivia y Concepción llegaban noticias de cierta inquietud militar, y finalmente, después de tanta perseverancia, y muchos dólares, hicieron contacto con oficiales activos: el almirante Hugo Tirado y los generales Alfredo Canales y Camilo Valenzuela.
Por supuesto, estos avances los lograron la CIA, el Departamento de Estado, el FBI y el Comando Sur, en un ambiente de conmoción político-social y una implacable campaña mediática. Con agudos problemas en la economía, provocados desde el exterior, tres grandes empresas de EEUU, la ITT, Anaconda Cooper y la Ford estuvieron involucradas; se aplicaba la guerra sicológica, que incluía tres oleadas de rumores diarias; El Mercurio hacia lo suyo diariamente, y encontraron apoyo en camioneros y otros grupos gremiales, la mayoría de la clase media se movilizaba permanentemente, y agréguele divergencias internas en el movimiento de apoyo a Allende.
Se cumplía al pie de la letra el "Programa de acción clandestina", que K le hizo llegar a Nixon:
1.-Emprender acciones políticas para dividir y debilitar a la coalición de Allende; 2) mantener y ampliar los contactos con el estamento militar; 3) brindar respaldo a los partidos y grupos de oposición no marxistas; 4) difusión de información contraria al gobierno por los medios posibles; y 5) utilizar canales del exterior para hacer ver la intervención de Cuba y la URSS.
Cuando discutían el punto 1, K estuvo en desacuerdo con la orientación de respaldar a los moderados, "¿Por qué no apoyar más bien a los extremistas"?, argumentó y así se acordó. En cuanto al apoyo financiero, los primeros beneficiados fueron El Mercurio, que ya en 1971 recibió a petición propia, un millón de dólares, y el Partido Demócrata Cristiano.
Cuando toda estaba OK, la CIA en Santiago envió a Langley, Washington, un despacho supersecreto: "El atentado golpìsta tendrá lugar el 11 de septiembre. En esta acción están involucrados los ejércitos de tierra, mar aire y los carabineros. El día del golpe a las 7 am se leerá por Radio Agricultura una declaración. Los carabineros tienen la responsabilidad de arrestar al presidente Salvador Allende".
El general Augusto Pinochet, que generaba muchas reservas, se sumó a última hora.
(Todas estas informaciones están extraídas de los documentos desclasificados, y analizados por Peter Kornbluh en "Pinochet: los archivos secretos").