Apreciado Mario:
Voy a ser breve. He leído tu carta y hay cosas en ella que de verdad me sorprenden. En primer lugar, camarada, hay una frase en tu misiva que tal vez sirva para entender lo que te pasó: “con la ayuda inobjetable de Néstor Francia y Eileen Padrón”. No, Mario, no te estábamos ayudando, estábamos compartiendo entre tres un proyecto político y comunicacional. Ahora bien, lo que ocurre es que tu orgullo no te permite reconocer públicamente lo que has reconocido varias veces en privado: cometiste graves errores. Por supuesto que no entraré en detalles, por respeto a todos, inclusive a ti mismo. Pero no te hagas el loco, tú sabes de qué estoy hablando. No es hora de frases hechas y palabras bonitas, sobre todo en lo que te concierne. Es hora de reflexión seria, profunda. Dije en una de las reuniones que se dieron en medio de este berenjenal algo que tal vez te ayude, si es que quieres ayudarte a ti mismo: muchas veces es más fácil manejar el fracaso que el éxito. El fracaso te abate, te enfrenta a la realidad y te obliga a la reflexión (o debería hacerlo). El éxito, en cambio, es oropel, te obnubila, te ciega, te crees ungido de un ilusorio poder según el cual puedes violarlo todo porque eres supuestamente grande. Nada más efímero, banal, inútil que la fama.
¿No te dice algo, Mario, el hecho de que de tres compañeros en un proyecto, dos se van, juntos, por su lado, haciéndote las mismas críticas y observaciones? En lo que a La Hojilla se refiere, te has quedado solo. Es decir, pana, piensa, sé autocrítico. Tú tienes mucho talento, que no se te pierda en la selva de la vanidad.
Yo no voy a fingir, hermano. Te deseo de verdad lo mejor, pero dificulto que lo logres si no bajas a los pantanos del alma, tan profundos, tan íntimos, y ves el rostro de tus demonios. Humildad es la palabra que te obsequio hoy. Si sabes que cometiste errores graves, no es hora de mirar a un lado como si no hubiese pasado nada, sobre todo porque como te he estado viendo casi a diario después del “problema”, creo que aun no te has dado cuenta de hasta donde metiste la pata. No tengo nada personal contra ti, pero no sigas haciendo de héroe a costa mía, porque tengo muchos defectos, pero no el de ser pendejo. Un abrazo por siempre, recordándote que el principal valor de la amistad no es la lisonja, sino la verdad.