Hay sectores de nuestra sociedad que tienen mucho afán por pertenecer a la crema y nata, a la élite social, a la minoría selecta. Pero, al mismo tiempo, quieren dominar el escenario político, es decir controlar el poder político en el contexto de una sociedad democrática. Algo así como ser minoría seguida por las mayorías. Una élite que se jacta de serlo, que no quiere mezclarse con las mayorías. Una minoría que defiende sus privilegios, y no entiende porque ese pueblo no se inclina por sus opciones políticas.
Lo califica de ignorante porque se niega a reconocer su superioridad en todo sentido, a reconocer que ellos, y sólo ellos, merecen ocupar los lugares de privilegio en el contexto social, económico y político.
Por ello se molestan y se llenan de ira ante esa “chusma”, como despectivamente la llaman, que se ha rebelado y ha depositado su fe y su amor en el único líder con quien se identifican y a quien entregan todas sus esperanzas. A quien ven como uno de ellos, que les da importancia y se siente comprometido, cumpliendo sus promesas sin demagogias. La gran riqueza petrolera ya no se desliza hacia las arcas de los poderosos foráneos y nacionales, sino que se distribuye justicieramente para pagar la enorme deuda social acumulada. Y aunque existan fallas y hay mucho por hacer, no se puede negar el esfuerzo. Por otro lado, los representantes de las élites tuvieron una larga oportunidad de cuarenta años, en la que traicionaron a los sectores sociales mayoritarios y nuevamente harían lo mismo, defendiendo sus privilegios y favoreciendo a los poderosos. La lógica de sus propuestas estriba en que todo lo que favorezca a la clase dominante se traduce en el motor que impulsa el progreso. El “autobús del progreso” es el que sigue esa línea de acción. Progreso para la oligarquía interna y externa.
Por ello, sin lugar a dudas, el apoyo popular a Hugo Chávez se va a mantener y consolidar.
Y es que amor con amor se paga.
*Profesor Universidad de Carabobo
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