Una verdad comprobada por la historia es que todo proceso revolucionario está obligado a avanzar para consolidar lo conquistado y arrancar al adversario espacios políticos que le impidan su recuperación. Es la dialéctica implacable de la Revolución.
Para el revolucionario los espacios políticos se alcanzan mediante cambios estructurales en la composición social, es decir, en la estructura de clases. La experiencia demuestra que las burguesías en nuestra América han sido incapaces de encabezar proyectos de países soberanos e independientes y, por el contrario, han sido cómplices de las potencias extranjeras en la entrega de los países. La clase obrera es, entonces, la llamada en nuestra época a unir nuestras naciones para su desarrollo y soberanía.
Asesinado el Mariscal Sucre, muerto Simón Bolívar y disuelto el Ejercito Libertador, las clases dominantes de los pueblos liberados propugnaban una nueva monarquía con un príncipe europeo, como pretendían la aristocracia peruana y la burguesía de Buenos Aires; y en Venezuela y la Nueva Granada, la ruptura de la Gran Colombia y el poder para latifundistas y comerciantes con el fin de asociarse a las burguesías extranjeras para la explotación de nuestras clases oprimidas y riquezas naturales. Fue abandonada la masa de indios, negros esclavos y pardos, la mayoría de la población que había decidido la insurrección popular contra el imperio español.
Basta citar el hecho de que la libertad de los esclavos, decretada por Bolívar en Carúpano en 1816 y que imploró su mantenimiento en Angostura “como imploraría mi vida y la vida de la República”, se realizó en Venezuela 24 años después de su muerte porque la esclavitud ya no convenía económicamente a la oligarquía.
En otro contexto, cuando eran evidentes los signos de descomposición, muchos socialistas, dentro y fuera de la Unión Soviética, abrigaban esperanzas en el Ejército Rojo, porque los soviets de obreros y soldados habían hecho la revolución, instaurado el poder de obreros y campesinos, triunfado en la guerra civil con la intervención directa de las potencias imperialistas y constituido en la Segunda Guerra Mundial la principal fuerza contra las tropas nazis: el 80% de las divisiones nazis operaban en el frente soviético, fueron derrotadas y, por eso, es el Ejército Rojo el que toma Berlín, la capital del Reich. Cuando se derrumbaba la URSS, la humanidad progresista se preguntaba angustiada: ¿dónde está la clase obrera soviética?
Estas dos lecciones históricas, en tiempo y espacio diferentes, enseñan el fracaso de proyectos nacionales de envergadura porque las clases sociales llamadas a impulsarlos no asumen su papel con clara conciencia y decisión. Las clases dominantes mantienen su dominio porque cuentan con inmensos recursos de toda índole y una experiencia de siglos. La vieja mentalidad penetra incluso a los sectores sociales que debieran estar con las nuevas sociedades.
La Revolución Bolivariana, que tan grandes logros ha alcanzado, no puede ignorar estas experiencias, so pena de padecer a la larga inevitable derrota. La unidad y organización de las clases sociales oprimidas es tarea de primer orden. En primer lugar, la clase obrera debe ser objeto de la máxima atención para invocar el Internacionalismo Proletario, unir a todos los pueblos del mundo y enfrentar con éxito al imperialismo yanky.
El mundo se encuentra en una encrucijada decisiva, el capitalismo sólo ofrece destrucción y muerte y la clase obrera unida es la clase que a nivel internacional tiene la suficiente fuerza para encabezar a todos los explotados de la tierra e infringir la derrota definitiva al sistema capitalista e instaurar el socialismo, la paz y el progreso permanente. La historia está llamando a la Revolución Bolivariana a entender la grandiosa tarea de unir a la clase obrera venezolana como paso indispensable para forjar la invencible fuerza de los proletarios de todos los países. La Revolución Venezolana tiene la oportunidad de jugar papel de primera importancia en la historia universal.