Anda cabalgando lo bueno del Taita

Conozco al camarada Rubén Avila desde hace algunas décadas. Es ya un viejo militante comunista con una vasta experiencia en la lucha de clases. Tenía unos cuantos años sin que nos viéramos. Lo último que recuerdo de esa vieja amistad y camaradería es de un hecho y no de fecha. En esa oportunidad llevé a su casa en Mérida al camarada Carlos Bernal, miembro del Comité Central del Partido Comunista colombiano y Secretario General de la Unión Patriótica en Norte de Santander. Fueron horas de conversación, de diálogo, de meditación, de contemplación y de reflexión fructífera. Era ese momento en que los militantes comunistas y, especialmente, de la UP en Colombia eran perseguidos con saña para exterminarlos. El mundo político internacional conoce que más de tres mil personas y dos candidatos presidenciales pagaron con sus vidas por haber abrazado las banderas alzadas por la Unión Patriótica en busca de crear una nueva Colombia. El camarada Carlos Bernal fue víctima de ese odio y de esa irracionalidad con que actúan los sicarios pagados por la derecha política y su Estado para asesinar a sus adversarios políticos e ideológicos y, especialmente, de convicción comunista. Varias pistolas descargaron los asesinos en el cuerpo del camarada Carlos Bernal matándolo en el acto y en presencia de sus guardaespaldas. Siempre recuerdo la imagen del camarada, porque en Colombia en varias oportunidades anduve con él por diversos caminos de la lucha política. Era un joven culto y fiel al ideal que siempre profesó: el marxismo.

 No tenía idea alguna de la cualidad o capacidad de escritor del camarada Rubén Avila. Lo conocía más por agitador y propagandista comunista y a su esposa, la camarada Elvira, por ser una excelente dirigente obrera. Nos alegramos de vernos y poder intercambiar algunas palabras. Fui sorprendido cuando me dijo que había escrito un libro titulado: “El Taita”. No imaginé en ese momento que se tratara del caudillo José Tomás Boves sino de algún personaje del proceso bolivariano. Tan pronto tuve en mis manos el libro comencé a leerlo. Cuando con los ojos, como simple percepción, recorrí las primeras líneas de la presentación o prólogo me causó una grande y grata impresión el estilo, la coherencia y el juego armónico de palabras con que el camarada Rubén Avila escribió lo que, a mi juicio, puede ser considerada la obra una biografía narrada en el estilo de historia novelada, donde no sólo se analiza, con mucho tino histórico y realista, el odio y la violencia practicados por el gran caudillo asturiano sino, igualmente y muy importante, las banderas políticas para atraer tras de sí a miles y miles de llaneros venezolanos que siempre fueron despreciados y execrados tanto por la oligarquía foránea como por la oligarquía criolla. Boves supo ganarse el sentimiento de los descamisados, de los condenados y marginados en la tierra, de los explotados y oprimidos, prometiéndoles lo que los gobernantes de turno les negaban.

 Los gritos de Boves despertaban voluntades populares como tiempo después los de Maisanta. Y eso contradice a quienes exclusivamente vieron y ven en Boves al malvado, al genocida, al déspota, al asesino, al insensible. El camarada Rubén Avila, sin combatir para nada las perversidades del Urogallo, se lanza al fondo del pozo para investigar todos los aspectos humanos y antihumanos del caudillo desde abajo hacia arriba. Sube, como buen nadador, a la superficie y cuando sale del agua lleva consigo un análisis y estudio completo del personaje, del tiempo en que vivió, de sus sueños, de sus ambiciones y describe, con maestría, su labor como jefe ofreciendo lo que el propio Libertador Simón Bolívar y la dirigencia criolla no se atrevieron, por lo menos en sus primeros estallidos por la Independencia, realizar en beneficio de las masas populares.

 El camarada Rubén Avila escribe de paso en paso, detallando los hechos más esenciales de la lucha patriota contra la realista por el sueño independentista. Precisa muy bien el contexto histórico de ese tiempo y no le desfigura ni le adorna nada para que el retrato trate de ser lo más exacto a la realidad. No deja de lado, como sí lo hacen muchos historiadores interesados en tergiversar la ciencia madre, ninguno de los aspectos que caracterizan una personalidad. En la lucha de clase hay amor pero también el odio y ambos, cuando no salen como convicción individual del pecho humano, son fuerzas espirituales propulsoras de prácticas combativas. Boves fue sin duda alguna un caudillo social del cual, seguramente, mucho aprendió ese otro gran caudillo de la Independencia José Antonio Páez haciéndose de lo bueno del Urogallo para arrastrar tras de sí a miles de miles de llaneros incluyendo, incluso, muchísimos de los que habían formado fila en las huestes del asturiano pero, ahora, como voceros de la Independencia.

 Creo, y pienso no estar equivocado, que el libro del camarada Rubén Avila, “El Taita, odio y violencia”, enseña (aun cuando es más biografía que otro género de literatura histórica o política) mucho más de historia que muchos de esos textos abultados de páginas que se pierden de tanto impresionismo execrando aquellos hechos que son fundamentales y que son los que permiten determinar la objetividad del contexto histórico en que se producen. El libro del camarada Rubén Avila no es mito ni es dogma, no es fantasía ni superstición. Es una suma de verdades históricas irrefutables. Hay que leerlo.

Y aquí viene el detalle que ya no es curiosidad sino costumbre. Hay camaradas que son expertos en pescar y en cazar pero no de peces ni de venados sino de libros. En un brevísimo descuido mientras escribía en el computador, el libro desapareció por arte de magia. Sólo estaban presentes siete camaradas y al preguntar por el libro hubo como una respuesta en coro: no sabemos. No quise acusar a nadie de ladrón, porque sospeché de los siete camaradas que estaban a mí alrededor. Fue entonces cuando recordé el dicho: “No se sabe quién es más tonto: el que presta un libro o el que se lo devuelve”. Sólo me reconfortó que no lo obsequié a nadie y que ojalá sepa disfrutarlo quien tuvo la osadía de expropiarme. Por esa razón no tuve tiempo o, mejor dicho, oportunidad de leer el capítulo que el camarada Rubén Avila le dedica a la Guerra Federal y al general de hombres libres, Ezequiel Zamora.



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Freddy Yépez


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