Una bocanada de humo que algún incauto fumador expele al aire, después de causar estragos en su organismo, es suficiente para afirmar que un diferencial matemático de toxinas, ofusca el ambiente universal. Un vaso o algún recipiente plástico de refresco, necesita en cualquier espacio de la tierra donde soterrado esté, de unos doscientos años para su transformación en los elementos químicos que lo conforman, que de paso, son dañinos al equilibrio de la naturaleza. El aprovechamiento irracional de recursos mineros genera profundas grietas en los espacios superficiales que traumatizan suelos, aguas y arboledas, probablemente con daños irreversibles a sus elementos libradores de vida. La explotación descomunal de petróleo crea profundas oquedades en el subsuelo que al tiempo lo desequilibran produciendo inestabilidades a profundidad, que se reflejan en superficie como subsidencias o hundimientos de masas de rocas. Y por ultimo la acción del ser humano alejado de la conciencia cívico-ambiental, promueve con saña instintiva, el exterminio acelerado de su propia existencia. Un capcioso investigador internacional decía recientemente que como va la humanidad en el desafuero de su actuación anti ecológica, la subsistencia humana esta en grave riesgo de desaparición forzada en menos de los próximos dos siglos. El incremento notable de los calores en el día y en la noche contiene un indicativo nocivo para la supervivencia. La sorprendente aparición de enfermedades letales de los órganos humanos mas expuestos a la intemperie, tienen una impresionante sospecha de origen, en el deterioro de la capa de ozono y su subsiguiente incapacidad de contener la radiactividad mortífera para la vida humana. Es necesario entonces atender estas realidades, y es deber de los principales actores del gobierno revolucionario, hacerlo con intrepidez. Otra cosa, pude señalarse como un atentado procaz a la continuidad de vida de las posteriores generaciones. Algo así como un homicidio total de antemano. Entonces, todas las actividades del ser humano de hoy deben estar sustentadas en la base de la post existencia de la humanidad. En ésta concepción filosófica hay un precepto socialista profundo que aflora con claridad. Por eso, iniciar el proceso de reciclaje de materiales usados, provee a la humanidad, de ahorro de energía, restringir la tala que agravia la preservación arbórea y racionaliza las explotaciones de los yacimientos minerales. Y no es la tierra la que está en grandes riesgos. Una reflexión con motivo del 5 de junio, Día Internacional del Ambiente, podría indicar que el último gran cataclismo del planeta ocurrió hace casi 150 millones de años, cuando un inmenso meteorito la colisionó y traumatizó al punto de que produjo la extinción de la especie dinosaurio, forma de vida de esos tiempos. La tierra pudo recuperarse de sus grandes lesiones y pudo con su gran capacidad regenerativa, iniciar otra vez, un proceso de emprender vida. Pero los dinosaurios depredadores de su propia existencia, jamás reaparecieron. No seamos como los dinosaurios.
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