En la transición, la revolución necesita al Estado para vencer la resistencia de la burguesía, que se niega a entregar pacíficamente el poder político y se vale de todo género de recursos para recuperarlo. Aunque haya sido desplazada del poder, la burguesía conserva por mucho tiempo no sólo recursos económicos sino instituciones y medios que siguen operando bajo su influencia. En algunos sectores, no propiamente burgueses, la vieja mentalidad conserva vigencia, aún en medios del propio movimiento revolucionario.
En el modo de producción capitalista, la lucha se libra entre los revolucionarios que impulsan la clase obrera para llevar a cabo el cambio estructural y los que proponen una reforma política para que las estructuras continúen igual. El materialismo histórico planteó la necesidad de la revolución social para cambiar verdaderamente el sistema y para ello se requiere unir, organizar y sembrar consciencia en la clase obrera, que constituye el fundamento real del proceso revolucionario porque es la creadora de la riqueza social que se apropia la burguesía. Es por ello la clase más interesada en el cambio social.
La burguesía realizó la Revolución Francesa enarbolando los principios de Libertad, Igualdad, Fraternidad; han transcurrido más de 200 años y bajo el capitalismo se han intensificado la opresión, la desigualdad y las confrontaciones, incluyendo las guerras. Solo el proletariado podrá realizar los principios que enarboló la burguesía y ha violado flagrantemente, porque está formado por las clases interesadas en esos principios.
Las concepciones que se disputan en la política están determinadas por la fuerza de las clases sociales en conflicto, lo que se llama la correlación de fuerzas. La revolución tiene como tarea central el impulso de la clase obrera para derrotar políticamente a la burguesía. En esta etapa, la política está condicionada en buena parte por la práctica anterior de la burguesía. El contenido de la política está constituido por los fenómenos actuales e inmediatos y por eso se la ha definido como “ciencia del momento actual”; es a tal punto absorbente que el revolucionario corre el peligro de distraer su atención de la tarea de unir y organizar la clase llamada científicamente a producir el cambio: la clase obrera.
En Venezuela tenemos la experiencia del partido socialdemócrata, Acción Democrática, que se proclamó como partido popular pero al mismo tiempo policlasista, contrario a definirse como representante de la clase obrera. La historia se encargó de demostrar que semejantes concepciones no eran sino formas de ocultar su verdadera naturaleza, de servidores incondicionales del imperialismo y la burguesía. Con razón decía Lenin que a los socialdemócratas no hay que mirarles la boca sino las manos.
El ejemplo general de la Revolución Francesa y el particular de Acción Democrática nos demuestra de manera muy clara que bajo el capitalismo no hay términos medios: o se está con la alta burguesía o se está con la clase obrera. Eso no quiere decir que el revolucionario no pueda hacer las maniobras políticas que le impongan las circunstancias, pero lo que no puede perder de vista es su modo de observar los fenómenos sociales desde la perspectiva de la clase obrera y la orientación de su conducta en función de los intereses de la clase obrera.
Esta es la manera de analizar la sociedad desde el punto de vista del materialismo histórico, el cual explica la dinámica de la historia a partir de la lucha de clases. El éxito o el fracaso de una revolución está en relación directa con el modo de asumir la lucha de clases y ponerse del lado o no de la clase obrera. El campesinado y las capas medias son sus aliados naturales.