En esta columna hemos afirmado que la revolución es el triunfo de la verdad sobre la mentira. El carácter científico impone a la revolución la obligación de tener la verdad como su norte permanente. La mentira, por el contrario, es lo propio de la contrarrevolución. Un régimen que tiene como fundamento el robo de la plusvalía creada por el trabajo por parte del patrono no puede hacer uso de la verdad porque es poner al desnudo la inmoralidad del sistema.
El que apela a la mentira es siempre un contrarrevolucionario, cualquiera sea la posición que ocupe en el juego político. El intrigante apela a la mentira para escalar posiciones y su intriga siempre está dirigida contra los más consecuentes, capaces y honestos; carece del sentido de la emulación, la cual es la conducta propia del ser humano que obra con rectitud.
La verdad forma parte intrínseca de la revolución. En los inicios de la Revolución Rusa se castigaba con la pena de muerte al que en las filas divulgara falsas victorias del Ejército Rojo. Lenin y los otros revolucionarios eran tan severos que no admitían la mentira en ninguna de sus formas. Marx, por su parte, decía que en toda revolución, al lado de los revolucionarios, siempre aparecía una clase de gente que para escalar posiciones entorpece la labor de la clase obrera.
La Comuna de Paris y todas las revoluciones sociales posteriores han sido objeto de las calumnias más infames. En Venezuela hemos podido constatar cómo se divulgan falsedades contra la Revolución Bolivariana que ha dirigido su acción en beneficio de las clases explotadas del país y enfrentado políticamente a los privilegiados. Aquí existió el más profundo abismo de América Latina entre ricos y pobres y la Revolución Bolivariana ha ido liquidando semejante situación.
Fidel ha dicho que “nos obligaron a vivir con la mentira y nos casaron con ella”. Más adelante agrega: “¡Como si no valiera la pena que el mundo se hunda antes que vivir en la mentira!”. El Libertador apreciaba altamente la verdad; por eso escribe a Fernando Peñalver: “Sólo usted me ha dicho la verdad pura y simple, sin lisonjas”.
No hay peor enemigo de la revolución que la mentira, parta de donde parta, de las filas enemigas o de las propias filas.
El revolucionario es un constructor y debe impedir a toda costa que el proceso se contamine con la falsedad. “La revolución -dijo Mariátegui- es una creación heroica” y como todo acto creador requiere como básica condición la autenticidad, la única manera de conseguir los objetivos que se propone.
El que recurre a la mentira es en realidad un contrarrevolucionario, así se trate de un “charlatán”, que, como decía Marx, ande pregonando su adhesión a la revolución. La disciplina de la verdad es la eterna compañera de la revolución. Cualesquiera sean las circunstancias, la acción del revolucionario está guiada por la verdad. Sócrates, Jesucristo y Che Guevara dieron sus vidas por la verdad. Bolívar, Marx, Engels, Lenin, Mao, Hochimin, Fidel, etc., han sido formidables ejemplos de luchadores por la verdad.
En este proceso revolucionario que vive Venezuela, Hugo Chávez ha pregonado de manera contundente la verdad sin ningún género de cortapisas. En las Naciones Unidas denunció al diabólico George W. Bush. Nuestro país ha hecho el diagnóstico veraz de la pobreza a que han sido condenados los trabajadores y las trabajadoras. Sobre la base de ese diagnóstico es precisamente como se han implementado las Misiones Sociales. Sobre la base de la verdad es como pueden resolverse los problemas sociales. Por eso, la verdad siempre es revolucionaria.
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