Hablar de "amateurismo" en el deporte hoy puede ser motivo de risas, de escarnio, por no decir causa para ir al manicomio (que es una forma elegante de sacar de circulación a quien no encaja en los patrones normales, quizá algo menos violento que ir a la cárcel). Es más: muchos jóvenes ni siquiera escucharon jamás el término "deporte amateur" en toda su vida. Y pronunciarlo ahora, en medio de la fiebre olímpica que invade el planeta (culto a la hiper-profesionalización y al mercado de atletas), hasta podría pasar por un absoluto absurdo.
¿Pero por qué el deporte debe ser "profesional"? Así planteado no hay respuestas; sería como preguntarse: ¿por qué debemos tomar Coca Cola? Son esas cosas que no admiten discusión (por otro lado: ¿dónde y cómo dar el debate?). Sin embargo, aún a riesgo de ser tomados por locos, definitivamente debemos seguir interrogándonos. Las cosas no son "naturales"; tienen historia, que es siempre humana (la historia la escriben los que ganan), por eso hay que seguir interrogándose ante todo.
Seguramente la gran mayoría de la población mundial, preguntada al respecto, estaría de acuerdo con mantener la situación actual: agrada "consumir" deportes. O más aún: consumir espectáculos audiovisuales donde el deporte es la estrella principal, en buena medida vía televisión, azuzando nacionalismos.
La práctica deportiva en tanto desarrollo sistemático de habilidades y destrezas físicas, en tanto recreación sana, ocupa indudablemente un lugar importante entre las construcciones humanas; pero secundario si se la compara con el peso específico que ha ido adquiriendo su profesionalización. El deporte, desde hace ya varias décadas, y cada vez más, se ha tornado 1) gran negocio, y 2) instrumento de control político.
En un mundo donde absolutamente todo es mercancía negociable no tiene nada de especial que el deporte, como cualquier otro campo de actividad, sea un producto comercial más, generando ganancias a quien lo promueve. Y tampoco estamos diciendo que esto, en sí mismo, sea reprochable en la lógica de mercado imperante. Simplemente reafirma el esquema universal que sostiene el mundo moderno, donde todo es un bien para el intercambio mercantil: recreación y salud, alimentos y vida espiritual, educación, pornografía, la guerra, etc.
En este contexto, del que hoy ya nada y nadie pueden escapar, la práctica deportiva ha llegado a perder –al menos en buena medida– su carácter de esparcimiento, de pasatiempo. Esto trajo como consecuencia su ultra profesionalización, con la aplicación de modernas tecnologías a sus respectivas esferas de acción. Todo lo cual ha mejorado, y sigue haciéndolo a un ritmo vertiginoso, su excelencia técnica. Día a día se rompen récords, se logran resultados más sorprendentes, se superan límites ayer insospechados.
Pero la pregunta que se abre es respecto al lugar que en todo ello ocupa la población. Nosotros, los ciudadanos de a pie que no ganamos medallas olímpicas, que en todo caso podemos practicar un deporte amateur, más bien pasamos a ser meros espectadores pasivos (consumidores) de un espectáculo/negocio –montado a nivel internacional– en el que no se tiene ninguna posibilidad de decisión. La recreación termina siendo sentarse a mirar ante una pantalla. Con el rompimiento de marcas y fichajes cada vez más multimillonarios: ¿mejoran las políticas deportivas dedicadas a las grandes masas, a los jóvenes? ¿En qué medida influye este "circo", convenientemente montado, en la calidad de vida de los habitantes de la aldea global? ¿Promueve acaso una vida más sana, o no es más que una nueva versión –sofisticada– del antiguo "pan y circo" romano?
Es aquí donde se debe profundizar la crítica. El desarrollo del perfeccionamiento deportivo ("más rápido, más fuerte, más alto") no redunda en una popularización del ejercicio físico para todos. El lema de "mente sana en cuerpo sano", pese a las cifras astronómicas que circulan en los circuitos profesionales de los modernos coliseos, no conlleva forzosamente un mejoramiento de la actitud para con el deporte (crece mundialmente el consumo de drogas por el contrario, ¡incluidos los deportistas profesionales!).
¿Será que mientras más se "consumen" deportes menos se piensa –y más ganan los que nos los venden–? ¿No es absurdo que cada vez haya que perfeccionar más los controles anti-drogas en los atletas? Eso, como mínimo, debería llevar a cuestionarnos el circo, por no decir a darle la espalda y a profundizar la crítica de la lógica de mercado que lo propicia. Pero por el contario los actuales Juegos Olímpicos de Londres fueron vistos por 4.000 millones de telespectadores, más de la mitad de la población planetaria. Ojalá esto sirviera para alentar la práctica deportiva amateur…., y no el consumo de drogas.
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