En el desarrollo de la revolución de clase contra el capitalismo, el dueño de la verdad que ha de guiarla, es el proletariado. Esa verdad, como tal, no es verdad en un solo país, tampoco en un grupo de países y, ni siquiera en un continente completo. Se trata de una verdad mundial, aunque ha tenido infinidad de expresiones iniciadoras a partir de experiencias locales, hasta ahora infructuosas en sus resultados.
Dada la complejidad de contradicciones que habitan en el seno de los procesos transformadores, es siempre muy difícil que las revoluciones avancen si la conducción de las mismas pierde el liderazgo de clase de las y los explotados, de las y los trabajadores, de las y los productores verdaderos de los bienes materiales, en fin, del proletariado.
Un recuento –que no haremos en esta nota- por los distintos procesos que se han dado en el mundo a lo largo de los siglos de existencia que lleva el capitalismo haciendo sus desmanes de explotación, para cambiar el curso de esa realidad de desigualdades e injusticias, evidencia que la interrupción de los mismos coincide siempre con un abandono en la conducción de ellos por los principios y fines proletarios. También ha sido causal de ese mismo fracaso el pretender reducir esas revoluciones a un solo país: la revolución contra el capital solo será victoriosa si asume su carácter mundial.
Pero hay un tercer factor –derivado del primero- que es de muchísima importancia. Se trata del papel de la desesperada pequeña burguesía en el campo de las izquierdas. A lo largo de todos los distintos procesos revolucionarios desplegados en distintos momentos por el mundo, un izquierdismo, como patológica enfermedad infantil (parafraseando a Lenin), está presente y aborta o contribuye a abortar el triunfo o el avance de esos procesos.
El Bolivariano no es la excepción: El “revolachismo, enfermedad infantil del socialismo del siglo XXI” hace sus estragos en Venezuela. Se consideran dueños de la verdad de clase de proletariado. Critican de por “derechistas” a todos aquellos que no coinciden con sus desesperados atajos para llegar a una supuesta victoria del socialismo. Son dogmáticos, sectarios, alienados pequeñoburgueses, que adoptan vocabularios radicaloides para aparecer más comunistas que el propio proletariado y su mentor teórico principal, Carlos Marx.
Se atreven, los “revolachas” –así se conocen en la actualidad venezolana esos personajes- a cuestionar todo aquello que les parezca entra en el campo de las dudas y se adelantan a cuestionar, por ejemplo, la manera como el Psuv designa a sus candidatos a las gobernaciones, pasando por encima del liderazgo del gran estratega de esta revolución, en quien el pueblo más genuino se siente auténticamente representado.
Mirar dogmáticamente la realidad de los procesos revolucionarios genuinos, como lo es el venezolano, bajo la conducción estratégica del comandante Hugo Chávez, es un peligroso riesgo que debe ser enfrentado en el debate directo de las ideas. No en las acusaciones mercenarias o de francotiradores desde el izquierdismo, generalmente montadas sobre descalificaciones, al más triste estilo aprendido del pensamiento burgués y de las prácticas derechistas en política.
No se trata de alentar la sumisión y el acriticismo. Se trata de vencer el pensamiento burgués en las filas de este proyecto revolucionario que avanza por caminos inéditos y democráticos. Y para ello es necesario vencer el egoísmo, el sectarismo y la fragmentación. Unidad en la diversidad, pero Unidad, Unidad, Unidad y más Unidad, hasta la Victoria siempre.
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