No tengo referencias de que las comunidades aborígenes practiquen el aborto. Este es un dato significativo, porque indica que el aborto no es un procedimiento natural. Tampoco he visto que lo practiquen los animales. En cambio, sé que algunas etnias usan métodos anticonceptivos, por ejemplo, con preparados a base de corteza de jobo. Puede decirse que el aborto es un producto de la civilización.
La oposición de la iglesia católica al aborto es una muestra patente de hipocresía. Con argumentos rebuscados, se pretende que el feto es un individuo, que la vida del ser humano comienza con la fecundación del óvulo por el espermatozoide. Pero, el embrión humano sólo sobrevive después de los seis meses de gestación y eso con dificultad. El sietemesino es más viable, pero lo normal es que el parto ocurra a los nueve meses.
Es en el momento del parto normal, cuando se puede hablar de un nuevo individuo. Antes del parto lo que existe es una madre gestante y todos los esfuerzos de la sociedad deberían concentrarse en su protección. La madre gestante debe ser objeto de los mayores cuidados, pues así es como se garantiza la salud del feto. Si la madre muere, el feto también muere. Si la madre se enferma o no se alimenta bien, el feto sufre las consecuencias.
La hipocresía de la iglesia consiste en esa preocupación artificiosa por el embrión, considerándolo un ser individual, independientemente de la suerte de la madre: el parto debe ocurrir sin importar lo que le suceda a la mujer.
El aborto provocado es la mayor agresión que puede experimentar el cuerpo femenino. Además del trauma psicológico terrible que representa. Si una mujer decide abortar, debe ser la decisión más dura que pueda tomar, sus motivos tienen que ser de mucho peso.
No soy partidario del aborto, pero entiendo que éste es un problema social, cuya solución pasa por garantizarle a la madre las óptimas condiciones, durante la gestación y la crianza. Este debería ser el interés primordial de cualquiera que diga cobijarse en los valores cristianos.
