Asistimos a una suerte de ruptura de pactos de convivencia entre peatones, motorizados, transporte público y vehículos privados.
Maryclen Stelling, Anomia sobre ruedas, http://www.aporrea.org/
Lo dije hace meses cuando presencié una de tantas tragedias cotidianas: «Motorizado no pierde choque; lo que pierde es la vida» (http://www.aporrea.org/
Son catástrofes paradójicamente triviales. Basta asistir a las emergencias médicas. Mueren, pero otros quedan mutilados, malogrados. Para siempre. Jóvenes. Imagina el descalabro físico, emocional, moral, laboral, familiar, en fin, no hay límites para los ámbitos en que esta tragedia puede obrar. Como toda tragedia, que todo lo trastorna y desgarra en fragmentos de número impredecible y raras veces calculable. Todo por una carrerita mal dada.
Una catástrofe es una discontinuidad en un proceso continuo: el copo de nieve que precipita la avalancha, el primer dominó que cae, la quiebra de un pequeño banco que dispara un crack financiero, un alza en el transporte de Guarenas que desencadena el Caracazo… Más proverbialmente: tanto va el cántaro al agua hasta que por fin se rompe. No hacen falta muchos accidentes para la tragedia: basta uno solo para ganarse una parálisis definitiva o morir con la familia, porque llevan bebés en esas motos: padre, madre y a veces más de una criatura.
Los motorizados que solemos ver andan digamos que normalmente: no se suben a las aceras, no cabriolean entre los autos, no se «comen la luz o la flecha». Son en su mayoría trabajadores eficientes y honestos. Pero hay un sector, cuya proporción es difícil precisar, que actúa de otro modo: casi todos varones, cometen las infracciones mencionadas y además atracan, agreden, amenazan, matan y se matan.
Un análisis físico y neurológico de la competencia humana para andar en moto seguramente revelará fórmulas matemáticas y procesos neurales prodigiosos. Eso manteniendo el equilibrio en una marcha serena y uniforme, ahora imagina lo que será en las cabriolas espeluznantes que vemos a diario por los lugares más peligrosos, especialmente autopistas.
Un motorizado digamos que normal sobrevive a los peores accidentes segundo a segundo. Cuantimás un kamikaze de los que pueblan autopistas, emergencias hospitalarias y cementerios.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com