Hasta el momento de la irrupción del Comandante Chávez en la escena pública nacional con su contundente “por ahora” y aún así, unos años posterior a ese evento, fue que se comenzó a dar al traste con todas las formas clásicas de hacer política en nuestro país; hasta esa etapa los movimientos revolucionarios no vislumbraban a ciencia cierta la posibilidad real de asumir al menos el gobierno, para no hablar del poder; más allá de la palabrería hueca y a veces baladí que como dirigentes podíamos presentarle a los desposeídos; el acumulado teórico y las metidas de pata históricas era lo único que nos quedaba de toda la historia del siglo XX, todo con cierto estigma de miedo y derrota imposible de superar, a pesar de algunas experiencias aisladas y de relativa importancia menor.
Chávez le imprimió a la dinámica política nacional otro ritmo y rumbo, se daba al traste con la política del Volkswagen que caracterizó a toda la izquierda venezolana y se llegó a la real política de contacto e impacto en las grandes masas o multitudes, por primera vez en decenios había una correspondencia entre multitud y una política que respondiera a sus intereses de clase, logrando alcanzar coherencia entre masa, partido y política, todo por fin en una sola dirección, luego de una sufrido siglo de derrotas, desapariciones, frustraciones y demás recuerdos dolorosos que a muchos nos tocó de una u otra forma. Por fin el pueblo encontraba su camino y recordando al camarada Gabaldón, no sería fácil, pero era el camino.
Luego de 14 años aún queda mucho por superar, no hemos logrado trascender nuestro carácter electoralista como estructura orgánica y convertirnos en el verdadero partido de la revolución, la verdad verdadera es que no tenemos un partido realmente revolucionario como lo exige el proyecto nacional impulsado por el Comandante Chávez, más allá de las personalidades respetables y visibles; no hemos superado el modelo clásico de la izquierda destructiva y fraccionalista (grupúsculos), aquella confrontada permanentemente por quedarse con “la botella vacía” y que no descansará hasta ver a su “adversario”, otro izquierdista, boquiando en la lucha fratricida por esa botella. No hemos logrado superar ese modelo clásico de hacer política y que solo es parte de la herencia histórica que debemos superar, quedándonos con lo más valioso y glorioso que cultivó nuestro pueblo en los siglos de lucha por su liberación; transferir el poder real a ese pueblo es la tarea desde el partido y desde el gobierno, creo que es un problema de principios y supervivencia como proyecto histórico.
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