“La mano es la herramienta del alma,
su mensaje.
Y el cuerpo tiene en ella
su rama combatiente”.
Miguel Hernández (España 1910-1942)
Conocí al comandante Hugo Chávez en el hall del teatrino de Banco Mara, a principios del año 1999, cuando vino a Maracaibo para la presentación del proyecto “Puerto de Aguas Profundas” durante el segundo período como gobernador Francisco Javier Arias Cárdenas: “Pancho”, como lo llamaba, su fraterno compañero de sueños. Esa tarde lo esperamos con gaitas, al llegar su caravana lo recibió el General Efraín Vásquez Velasco y lo condujo hacia un grupo de comunicadores y funcionarios entre los que me encontraba. El presidente electo el 2 de diciembre de 1998 estaba delgado, muy enérgico, entonces tenía 44 años de edad. Me dio su mano con firmeza. Al finalizar el acto, él se acercó a saludar muy cálido y cordial a cada uno de los integrantes del conjunto de gaitas, mientras tocaban en su honor.
La segunda vez que lo vi, fue en el estadio de softbol de Fuerte Tiuna, en mayo de ese mismo año. En esa ocasión el General Darío Rubenstein invitó al equipo Toros del Zulia, que recién se había titulado campeón de Venezuela, para disputar un partido amistoso con la Selección Nacional de Cuba.
Antes de ese encuentro, jugaron las novenas de la Armada y el Ejército; el presidente Chávez jugó primera base con el equipo de su fuerza militar. Me sorprendió que al finalizar su juego, el no pidió agua, sino café. Lo degustó con placer mientras saludaba al equipo zuliano. Junto al presidente del equipo Marlo Reyes, me tocó entregarle el uniforme de los astados, con la bandera del Zulia en la manga derecha. Me saludó con su energía característica y preguntó lleno de humor:”Pancho Arias juega con Los Toros del Zulia”, mientras señalaba el logo, riendo, con un inmenso carisma. Le acompañaba su atractiva esposa Marisabel Rodríguez, la periodista barquisimetana con la que se casó en 1997, a quien había conocido en la sede de NCTV-Lara.
La tercera ocasión en la que tuve un encuentro con el comandante Chávez fue en el salón Ayacucho del Palacio de Miraflores, en ocasión de la entrega del Premio Nacional de Periodismo, era junio de 2003. Chávez vestía un traje gris cobalto y corbata de tono malva. Ya había enfrentado y derrotado el “paro petrolero” y el “golpe del 11 de abril” llamado “El carmonazo”. Estaba cumpliendo su quinto año en el poder, más fortalecido. Ese año se divorció de Marisabel, su segunda esposa.
Hugo Rafael nos saludó sonriente y luego se sentó para escuchar absorto al internacionalista Walter Martínez Dossier en su discurso de orden, en representación de los galardonados. Cuando él intervino habló del Bolívar periodista, del líder visionario que en 1.818 afirmó: “Una imprenta es tan importante para la batalla como una pieza de artillería”.
Cuando me nombró la elegante moderadora de la ceremonia, subí raudo, emocionado, me recibió Chávez con una palmada en los hombros, al estilo castrense y me preguntó: ¿En cuál medio trabajabas? Se interesó mucho cuando le dije que era del Zulia, que mi trabajo lo realizaba en radio y en un portal-web, y me pidió le enviara su saludo a todos mis paisanos. Ese acto lo transmitió VTV, conservo ese video, lo he revisado muchas veces, y caigo en cuenta que mi tiempo en el escenario fue sólo 3 minutos, mientras recibía el diploma y la estatuilla, aunque me pareció mucho más extenso. Guardo una fotografía de ese momento memorable, al lado del presidente afable, acompañado por José Vicente Rangel.
La cuarta vez que vi al comandante Chávez Frías, fue en la hemeroteca del Diario Panorama, con motivo de los 90 años de la fundación de ese periódico. Fue el 2 de diciembre de 2004, el presidente venía llegando de España, aún con efecto “jetlab” según comentó. Lo recibió el señor Esteban Pineda, lo acompañaban Aristóbulo Istúriz y Andrés Izarra. En ese salón estaban sólo 120 invitados especiales.
Ese día habló Chávez con mucha fuerza, se dirigió al gobernador Rosales que se encontraba allí presente y le dijo: “Para que usted me pida respeto a su investidura regional, primero debe respetar a un presidente electo por el pueblo de una nación”. Rosales no habló, asintió, su piel se puso cetrina y sus fosas nasales parecían ventosas. Observaban el acto Lorenzo Mendoza y Juan Carlos Escotet, entre otros empresarios.
En ese momento Chávez era un hombre de 50 años de edad, ya se había convertido en un líder latinoamericano, reconocido en la Argentina liderada por los Kirchner, en Brasil convertido en potencia económica, gracias a la gestión de Lula Da Silva; en la Bolivia de Evo Morales, en la Nicaragua de Daniel Ortega, en Ecuador y Uruguay, en todo el Caribe. El comandante Chávez, con su boina emblemática, era una referencia continental de lucha, de resistencia.
La última vez que vi en persona al comandante Hugo Rafael, fue en el municipio San Francisco en el año 2010, durante la campaña para elegir los representantes a la Asamblea Nacional. Él pasó en una caravana frente a la tarima donde estábamos tocando y animando. A mi lado se encontraba Blagdimir Labrador, el actual Secretario de Gobierno del Estado Zulia. El presidente levantó su brazo para saludar desde el camión donde lo llevaban, a su lado estaba su hija María Gabriela, Rodrigo Cabezas, el candidato Eduardo Labrador, el alcalde Omar Prieto junto a su equipo de seguridad personal. Iba sonriente, lucía la chaqueta tricolor de la selección nacional de Venezuela, con sus ocho estrellas impecables.
Este 5 de marzo de 2013, cerca de las cinco de la tarde, me impactó la noticia de su deceso. Todo el que estuvo cerca del presidente Chávez, tenía la impresión de que nunca moriría, era como un roble indoblegable. Su carisma lo abarcaba todo, cosechó afectos tan fuertes como puentes indestructibles. Tuvo una vida intensa, de prodigios, movida por cuatro grandes pasiones: El beisbol, la música llanera, la lectura y la praxis política. Todas las canalizó a través de su carrera militar, que inició en 1971 en la “casa de los sueños azules”. Sus manos sustentaron libros, con ellas jugó a la pelota criolla, dio el saludo solidario y las unió en oración al Cristo Redentor.
Cincuenta países enviaron sus condolencias en este marzo pesaroso, once países decretaron “duelo nacional” en su honor, millones de compatriotas hicieron colas de horas para verlo por última vez. Me conmovió ver a sus hijas haciendo guardia de honor alrededor de su féretro; su hija mayor Rosa Virginia, la segunda María Gabriela, la que tiene el temple de su padre. Ambas fungieron como Primeras Damas de la nación desde el 2005.
El varón es el tercero, Hugo Rafael Chávez Colmenares de 28 años de edad, de pocas apariciones públicas. Son sus tres hijos con la primera esposa Nancy Colmenares, humilde mujer llanera. Su hija menor es Rosinés Chávez Rodríguez, hermosa larense de 15 años de edad y su nieta Gabriela. Todos se mostraron con entereza, trajeados de riguroso negro, con el dolor reflejado en sus rostros y en su silencio.
He leído muchos tuits con frases para homenajear al comandante Hugo Chávez, con múltiples reconocimientos para el líder llanero que se fue a los 58 años de edad. Un tuit que me conmovió, lo escribió una mujer de nombre Rosaura, en la foto de su ícono refleja unos treinta años. Ella dijo: “Hice una cola de seis horas, pero vi a mi comandante, me despedí de él. Tengo el alma rota”.
Creo que pasarán muchos años para que América Latina tenga un líder con una conexión tan natural y directa con sus pueblos como Chávez, un hombre que a pesar de ser militar, sus manos no fueron empleadas para las armas, sino para la construcción de una nación, para sembrar el bien y ser solidario con los marginados. Él dio un inmenso apoyo a la cultura. Ese fue Hugo Rafael, el muchacho con quimeras de pelotero, hijo de dos maestros de escuela; Hugo de los Reyes y Elena Frías, que se convirtió en el presidente número 42 de nuestra nación. Un barinés que amaba el canto, lo popular y que en este marzo se hizo universal. Ahora es espíritu guía de las sabanas venezolanas.
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