Empiezo por decir que en esta contienda se enfrentaron dos fuerzas orgánicas, correspondientes a dos modelos de sociedad, que por los objetivos que persiguen son contrarios antagónicos, pues mientras el capitalismo persigue la acumulación de ganancias como único fin en sí mismo, a lo cual subordina todo, incluido el ser humano, el socialismo persigue el alcance de la plena dignidad humana en equilibrio con la naturaleza.
El capitalismo se presentó con ventajas estratégicas a su favor, que muchas veces no logramos sopesar correctamente. Una de ellas es que como modelo de sociedad es hegemónico, no solo en Venezuela sino a escala planetaria. Y esa hegemonía, TODA, fue puesta a su servicio. Todo el desarrollo tecnológico expresado en el saboteo eléctrico y electrónico, la penetración por las redes sociales conectadas con las matrices de opinión generadas por los grandes medios de comunicación, perfiladores de percepciones de acuerdo a la ideología de las clases dominantes a escala internacional, así como dólares del imperio, entre otras cosas. Nos enfrentamos, nada más y nada menos, al imperio norteamericano, la fuerza de dominación y destrucción más poderosa que haya existido, y a la que hemos derrotado, sólo electoralmente, en 17 ocasiones durante los 14 años de la era revolucionaria inaugurada por el Gigante Hugo Chávez en Venezuela.
El socialismo se presentó con el legado del Comandante Hugo Chávez, con los logros materiales, sociales y espirituales de 14 años de construcción patria, con el impacto político de dos victorias electorales a finales de 2012. Pero sin la conducción estratégica y táctica del Gigante Chávez, que además, con su sola presencia insuflaba combatividad y compromiso. Puestas sobre la balanza las ventajas y desventajas estratégicas de ambas opciones, debo concluir, en la misma tónica del electo presidente Maduro, que fue una victoria justa (en todas las acepciones que dicho término pueda tener).
En términos numéricos, la revolución disminuyó su caudal electoral de 8.191.302 a 7.559.349 con respecto al 7-O, es decir 631.908 votos menos. Mientras que la oposición subió de 6.591.304 a 7.296.876, o sea, 705.572 votos adicionales. La participación se redujo en 198.588 votos. Es decir, que combinando el pequeño incremento de abstención con los votos que pudieron haberse intercambiado entre ambas opciones, podemos decir que 700 mil personas que apoyaron al comandante el 7-O votaron en contra de la revolución el 14-A. No se entienda que cada uno de esos 700 mil, individualmente se cambió de opción. Nos referimos a que combinando los referidos factores, a escala social, perdimos terreno en 700 mil electores.
Si uno mira los resultados, mesa a mesa, centro a centro, parroquia a parroquia y municipio a municipio, fácilmente puede percatarse que la pérdida de terreno tiene mucha más incidencia en la población de clase media, sobre todo en la medida que se tiende hacia la clase media alta.
Por ejemplo, en el centro electoral Antigua Lechería de La Silsa de una comunidad de clases populares como La Silsa en Caracas, el resultado fue 72, 28 % a 27,71 % a favor de Nicolás Maduro. Lo mismo en el Centro Comunitario El Limón, con resultados de 77,64 a favor de Nicolás Maduro. Pero en la medida que la composición social tiende hacia niveles de clase media esa correlación tiende también a revertirse. Véase, por ejemplo el Centro Comunal Catia con resultado de 61,14 a 38,48 % a favor de la Revolución, o el centro electoral Escuela Básica Nacional de Caracas ubicada en una zona de clases medias, cercanas al Hospital Periférico de Catia, donde la relación se invierte 54,09 % a favor de la oposición frente a 45,90 % para la revolución. No obstante, en la parroquia Sucre, en su conjunto mayoritariamente de clases populares, Nicolás Maduro obtuvo un triunfo con 59,90 % de votos.
Hágase el mismo ejercicio a escala parroquial, por ejemplo en el Municipio Sucre del estado Miranda, comparando la parroquia Filas de Maricha o La Dolorita, en la que Maduro obtuvo 68,87 y 65,25 % de los votos, respectivamente, con la parroquia Leoncio Martínez, fundamentalmente compuesta por comunidades de clases medias altas, en la que la correlación se invierte totalmente con 79,46 % para la contra-revolución frente a 20,24 % de votos revolucionarios. Esta realidad se expresa de similar forma en las zonas rurales donde la Revolución es imbatible. Tome usted cualquier estado del país y verá la reproducción a escala social de estas realidades particulares.
Parece evidente que la primera conclusión a resaltar es que el pueblo humilde no traiciona. Pudiera ser más abultada a nuestro favor la correlación, pero socialmente no hay un retiro del apoyo de las clases populares a la Revolución.
Particularmente pienso que muchos de los que, habiendo votado por Chávez el 7-O, ahora lo hicieron por Carriles, se comieron el cuento de que éste no venía contra el legado de Chávez, que es chavista, pues. Siendo así, entonces no había diferencia en lo fundamental. Y como el cuento del neochavismo de Capriles viene acompañado del otro cuento de la concordia y la reconciliación (negada por las acciones violentas y el odio, promovidos desde el comando de campaña de la derecha), daba lo mismo votar por cualquiera de los dos. Estos cuentos, además encontraron terreno fértil en los prejuicios reinantes en la clase media de que un chofer y bachiller no puede ser presidente, que mejor es el niño bien con estudio, independientemente de la mediocridad demostrada y patentada del personaje Carriles. Todo esto potenciado por la guerra psicológica contra el pueblo venezolano, pagada por el imperialismo y desarrollada impunemente a través de medios de comunicación, redes sociales, entre otros, y reforzado por el saboteo económico y de los servicios básicos.
No olvidemos que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante y el dominio económico de las élites de la burguesía está intacto. Este dominio se traduce en el control de medios estratégicos de producción, que mantienen el monopolio capitalista sobre la producción y distribución de alimentos, medicamentos, artículos del hogar y los medios de difusión de la ideología de esas élites. Parece un hecho que, por mucho que la revolución ha venido beneficiando y protegiendo a las clases medias de la voracidad del capital, por mucho que hemos venido sacando a millones de la pobreza, que han pasado a formar parte de las capas medias, esas clases, moralmente se identifican más con las élites de las clases dominantes que con los intereses de las clases populares que defiende la revolución. Y esa guerra de posiciones por el respaldo de la mayoría nacional, en cuya defensa obra la revolución y que incluyen a los pobres y a las clases medias, la viene ganando el capitalismo, no en el terreno material sino en el terreno psicológico o espiritual.
Los logros materiales de la revolución, que se convierten en elevación de la calidad de vida del conjunto de la población, particularmente en el caso de las capas medias, vienen siendo capitalizados políticamente por los intereses de la élite de la burguesía, aliada del imperialismo norteamericano. Eso hace que mientras la Revolución protege la vivienda de las familias afectadas por la estafa inmobiliaria, para poner solo un ejemplo, la ideología de la clase capitalista logra convencer a muchas de esas familias de que luego vendrá esa misma Revolución y les quitará la casa. Y esto, amparado en la casi completa impunidad con que se difunden mentiras, odio y desestabilización a través de distintos medios sin que se tomen las medidas para contrarrestarlo eficientemente y evitar que siga haciéndose.
Esta aproximación a la realidad descrita nos impone tareas en distintos órdenes de la vida social, para preservar el legado del Gigante Chávez, abultar el consenso revolucionario y profundizar la revolución rumbo al socialismo.
En el orden político hay que reconocer que entre la Dirección Nacional del PSUV y sus bases no hay estructuras orgánicas para ir moldeando positivamente (es decir, realmente) la nueva conducta revolucionaria en el seno del pueblo. Resulta obligante estructurar las correas de transmisión multidireccionales del partido, para que las bases puedan establecer los mandatos de conducción de la sociedad que posteriormente sean ejecutados, con la orientación de las Direcciones Nacional y estadales, bajo la premisa de mandar obedeciendo. El partido debe tener, como de hecho la tiene, su Dirección Nacional. Pero debe tener también cuadros dedicados a la vida y funcionamiento orgánico del mismo. La cotización militante debe regularizarse para sustentar esa vida y funcionamiento orgánico.
Luego está la conducción y motivación durante las batallas. Estoy convencido de que si en cada barrio emblemático de Caracas y de todos los rincones de la patria, hubiera estado un cuadro emblemático y/o reconocido, motivando, convocando, visitando, los resultados, ahí donde la revolución es imbatible, habrían sido más abultados a favor nuestro, pero nos confiamos; en una batalla en la que no teníamos al líder histórico para infundir, en persona, esa motivación. Es decir, no se previó el cumplimiento de la labor motivacional presencial del comandante mediante algún mecanismo orgánico.
Asimismo, resulta evidente que la gestión política de las misiones y grandes misiones ha perdido dinamismo, tendiendo a la regularización de su funcionamiento como facilitación de los beneficios sociales, y renunciando a los aspectos organizativos y formativos que permitan también la movilización conciente en defensa de la revolución. En una contienda como la del 14-A, esa diferencia pudo haber determinado un apoyo más contundente para la Revolución. Esa gestión política debe ser rehabilitada y relanzada, pues de lo contrario buena parte de esas fuerzas sociales quedan sin aplicarse en coyunturas definitorias.
En materia de la dirección del gobierno, hay que evaluar objetivamente el respaldo de la gran clase trabajadora de las instituciones del Estado. Me refiero a que, siendo la Revolución Bolivariana la gran reivindicadora de los intereses de este sector, su respaldo social debería ser concientemente irrestricto. Pero sabemos que no es así. Ello ocurre por un inmenso conjunto de factores, pero creo que uno de los esenciales es la reproducción de las relaciones jerárquicas y adversariales, propias de las unidades económicas y del estado capitalista. Esta situación mantiene plenamente en vigencia las relaciones laborales capitalistas que divide a los trabajadores de la patria mediante una dicotomía entre trabajadores y directivos, correspondiente a la relación patrón-empleado del capitalismo.
¿Por qué sigue ocurriendo eso? Es decir, ¿por qué el Estado conserva su forma burguesa? Tengo la impresión de que, desde los puestos de mando (no desde la visión de mandar obedeciendo y en compañía del pueblo trabajador), consciente y/o inconscientemente se reproducen estas relaciones que no corresponden con el Estado de la transición al socialismo. Muchas veces esto ocurre como resultado de concepciones de clase de algunos ministros, viceministros, directores, presidentes de entes, gobernadores, alcaldes, entre otros. Renunciar a evaluar estas circunstancias, es decir, el hecho de las opciones de clase de altos funcionarios, es renunciar a resolver parte de las causas de la disminución del consenso en torno a la revolución.
Esto puede ser resuelto vaciando progresivamente (pero contundentemente) el contenido burgués de las relaciones laborales en las instituciones. Implementando mecanismos concretos para el mandar obedeciendo sin olvidar que los trabajadores forman parte del pueblo que estamos redimiendo. Al vaciar ese contenido burgués de las relaciones laborales, estaríamos estableciendo las nuevas bases materiales para adoptar los cambios en la forma del Estado; para que este adquiera su forma socialista, con la cual, con toda seguridad, la tan anhelada eficiencia resultará más viable.
En el orden social, la obra de la revolución ha venido encaminándose cada vez más revolucionariamente. Pero esta obra, fundamentalmente en el plano material, debe ser correspondida por los mecanismos de la batalla de las ideas, de las representaciones, de los valores espirituales; de la batalla por la conciencia social revolucionaria. En este sentido parece conveniente evaluar el peso de los componentes confrontacionales y explicativos de la predica revolucionaria, en un marco ideológico donde la hegemonía sigue siendo ejercida por la ideología de las élites de las clases dominantes.
Particularmente, percibo que nuestra prédica ha estado más cargada de los elementos confrontacionales que de los elementos explicativos. Eso hace que no hayamos logrado precisar en el ideario colectivo que cuando nos referimos a la burguesía, la oligarquía, la derecha, la ultraderecha o el fascismo, no hablamos de la gente del pueblo, de la gente de clase media o clase media alta. Incluso, ni siquiera hablamos de toda la gente con nivel de vida de clase alta. Sino que hablamos de pequeñas minorías, de élites que no solo oprimen y odian a la mayoría del pueblo, sino también a esas mismas capas medias y medias altas que los apoyan electoralmente. Esas explicaciones deben cobrar peso en nuestra prédica concientizadora. Así, los aspectos de la dialéctica de la confrontación de clases que vivimos, podrán ir siendo correctamente percibidos dentro de nuestro discurso por parte del pueblo.
En el orden económico, el dominio del capital sigue siendo abrumador. La velocidad con que venimos emprendiendo espacios económicos socialistas es mucho menor que la velocidad de reproducción del capitalismo. Éste, a su vez, como metabolismo social, ha demostrado una enorme capacidad de asimilar los agentes que le son extraños, como son los espacios socialistas, que en las dosis implementadas no han comprometido ni de lejos el funcionamiento del sistema capitalista aún imperante en el país. Eso, sumado a lo chucuto de los emprendimientos en cuento a la implementación de relaciones de producción verdaderamente socialistas. Lo que se ha hecho, mayormente, es erradicar en esos espacios la enajenación capitalista de plusvalor, pero dejando intactas las formas de relaciones jerárquico-adversariales propias del capital.
Esta dinámica debe ser acelerada e incrementada para que el ritmo y tamaño de su implementación pueda comprometer el funcionamiento del sistema capitalista. Y debe hacerse aprovechando la situación que nos plantea la lucha de clases que afrontamos actualmente. Es decir, incrementando la participación de la economía socialista en los sectores de vulnerabilidad estratégica como el agroalimentario, los medicamentos, artículos del hogar, es decir, en los rubros que habitualmente nos esconde la burguesía para hacernos guerra económica.
Por lo pronto, la tarea inmediata es hacer valer la voluntad del pueblo expresada en el resultado electoral. La revolución ganó y eso debe respetarse. El derrotado candidato burgués ha amenazado con llevar al país a una crisis. Ello ya estaba cantado, cualquiera que hubiera sido el resultado. Es deber de todo el pueblo hacer respetar la voluntad popular. Porque la burguesía se cree con el derecho de respetar los resultados solamente si les favorece. Cuando la Revolución perdió la elección de la Reforma Constitucional de 2007 o la gobernación de Miranda en 2012, ambas por márgenes más estrechos que el del 14-A, respetamos esos resultados a pesar de todo lo que se vocifera desde la oposición de que abusamos del poder, de que controlamos todos los poderes y tantas otras mentiras de ese calibre.
Entonces no podemos admitir que no quiten nuestra victoria. De manera que, en lo inmediato, esa es la principal tarea del pueblo. Para ella convocamos a todos los que votamos. A todos, pues el resultado es expresión de la voluntad de todos. Pero fundamentalmente a los revolucionarios de todos los rincones de la patria, incluso de aquellos que votaron el 7-O por Hugo Chávez y que el 14-A lo hicieron por Carriles, pero que hoy, al ver la vocación fascista de la derecha hayan podido entrar en conciencia sobre quienes defienden la patria, al pueblo y la democracia, y quienes sólo representan los intereses imperialistas y de las élites económicas capitalistas.
Sobre la conquista de esta nueva victoria, convocada a construir entre TODOS, es decir, sobre la base de la defensa de la legítima continuidad de la Revolución Bolivariana, podremos profundizar el debate de las vías y las acciones que nos permitirán resolver los aspectos estructurales señalados y seguir desarrollando victoriosamente la batalla por alcanzar los cinco objetivos históricos planteados por el Gigante Hugo Chávez para hacer de nuestro país una sociedad fundada en los valores supremos de nuestro socialismo bolivariano y chavista.
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Rodilla en tierra viviremos y venceremos!
El autor es: Militante del PSUV
fedemarxg@gmail.com