Luego de la lamentable desaparición física del Comandante Chávez el pasado marzo, había quedado claro que Nicolás Maduro era la persona que el chavismo tenía que apoyar. Lo hicimos. Cumplimos con Chávez, aunque no todos los que le dieron su voto en octubre lo apoyaron ahora. Fueron 686 mil votos menos.
Es cierto que a lo largo del proceso bolivariano, con elecciones cada año, el presidente Chávez nos acostumbró a las victorias amplias, contundentes. Ahora, dada la victoria por menos de dos puntos del candidato de la Patria, se tuvo que hacer cierto esfuerzo discursivo para dejar claro que una victoria cerrada era también una victoria, como si nuestro sistema electoral automatizado y tecnológicamente blindado, perdiera sus cualidades en situaciones donde la brecha entre dos contendientes resulta bastante corta; como si la autoridad del poder electoral dependiera de las victorias contundentes de amplia brecha.
Ni el CNE y ni el campo revolucionario pueden aceptar chantajes. En 2007, durante el Referéndum de la Propuesta de Reforma Constitucional, todo indicaba, por lo que estaba en juego ―aunque la aprobación de la reforma no decretara el socialismo así sin más―, que si ganaba la propuesta esta debía ganar por un amplio margen, dada la necesidad de garantizar la gobernabilidad en la construcción de una sociedad socialista, antagónica de la capitalista. Ahora, si la “mitad del país” se estaba oponiendo a la reforma, bastaba un voto a favor para que no se aprobara la revolucionaria propuesta. A partir de ahí, pareció quedar instalada la idea de que las victorias socialistas, para ser tales, debían ser necesariamente amplias, mientras que las victorias de la derecha podían contentarse con ser cerradas, por un voto, pírricas.
Pero desde la óptica electoral y las leyes electorales las victorias cerradas son también victorias; incluso las pírricas, como fue el triunfo del No en el referéndum de diciembre de 2007. Ahora bien, otra cosa es la lectura de los resultados desde la perspectiva del propósito de construir el socialismo. Si Nicolás Maduro representa, así como representó Chávez, la posibilidad de construcción de la Venezuela socialista, del Estado comunal, el autogobierno, la diversificación de las formas de propiedad de los medios de producción, siempre con la presencia, la potenciación, regulación y facilitación de un Estado al servicio de las clases más desfavorecidas, ese proyecto debe ser hegemónico o hacerse progresivamente hegemónico.
Pero los dos últimos resultados electorales, victorias del chavismo, vienen indicando todo lo contrario, una pérdida de terreno hegemónico desde la perspectiva socialista.
Los análisis comienzan. Tal vez la indignación de constatar que el chavismo sacó 615.626 votos menos en relación al 7 de octubre, y que Capriles sacó 711.337 votos más en relación a la misma fecha, sea suficiente esta vez para asumir la autocrítica con mayor seriedad y sinceridad, más allá del discurso.
http://amauryagoracaracas.blogspot.com
amauryalejandrogv@gmail.com
@maurogonzag